Un paso,
un pensamiento;
la respiración;
1 2 3 4 5 6 7 8 9 0;
la fórmula del infinito
y su cartografía.
El desplante: el desplante nuestro.

Acaso seguiremos en la rutina
y las tareas de la sobrevivencia,
en los rituales heredados,
menos estudiados y comprendidos.

En los conflictos del poder
en sus diversas escalas.
En los placeres
desde su origen consumidos.
En la ascesis de reconocer la insignificancia,
como una verdad también sustancial,
en la Catedral de la Urbe.

Seguiremos creyendo en quienes somos;
y ni por un momento
renunciaremos a ello.
¿Y si no fuera así?
Si vislumbráramos que nuestra inconsciencia
es sólo la fantasía de nuestra vida diaria,
(ciertamente muy cruel para muchos),
pero eficiente en mantenernos a raya;
¿con qué nos quedaríamos?

Ya sin discursos, ni ideologías, ni promesas.

En esa ausencia de ser alguien.
En ese vacío de la carencia
de propósitos rentables.
En ese no-nombre,
¿No habrá un lugar extraviado
que tenga que ver algo con todo esto?
Un lugar venerable y venerado.

¿No habrá algo que sólo es posible percibir
al renunciar en lo que creemos?
Adheridos a este tejido
de circunstancias propias y ajenas.
¿Y si esto mismo no deja de ser una resonancia?…
¿Por dónde entonces?
…

Las capas geológicas de la mente
ya perdieron su consistencia;
la química del estar, se propagó al ser;
una inserción en el origen
de pronósticos reservados.

Este es el tiempo nuestro, su condición:
pronunciarse en la orfandad
y pretender reemplazarla
en cada lugar y en cada momento.

Inhalar y exhalar,
tan antigua y tan sencilla
la respuesta:
un paso, un pensamiento;
el álgebra en la sangre,
los números en el río,
el mar intangible,
dentro,
a oleadas
en el corazón.

Tomás Calvillo Unna

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