Parcial y subjetivo | Bienvenidos…

30/11/2012 - 12:00 am

La entrega pasada me quedé corto. Tan es así que recibí algunos reclamos por la selección de autores chilenos que incluí (algunos justos y otros no tanto). El pretexto era que Chile es el país invitado en esta Feria Internacional del Libro de Guadalajara (FIL). No me defenderé ni mucho menos: la selección está hecha y no hay mucho lugar para arrepentimientos. Sin embargo, el pretexto persiste. Ya estamos por iniciar el último fin de semana de la Feria, ya fui y regresé, ya tuve ocasión de saludar a amigos y desconocidos. Más aún, me di el lujo de toparme con verdaderos monstruos de la literatura.

Una de las cosas que me gustan de la FIL de Guadalajara es que, pese a lo que algunos de sus detractores sostienen, no es una feria de las vanidades. Al menos no lo es desde la perspectiva de los autores. Tan es así que resulta sencillo toparse en el lobby de alguno de los hoteles con verdaderas celebridades, abordarlos y, si uno tiene la inteligencia suficiente, ganarse unos minutos de plática. (Dato curioso: la única vez que he visto cerrada un ala del restaurante del hotel sede fue porque ahí estaba Chespirito). Esto puede deberse a que, más allá de los homenajes, no hay un protagonista único en la Feria. Es tan larga y concurrida que resulta mejor integrarse al ánimo general que pretender convertirse en la estrella. Sobre todo, porque es muy probable ser un desconocido para un gran número de personas.

Así pues, son muchos los extranjeros que se sienten felices en la Feria: se les trata como iguales, no hay discriminación que valga y tampoco falsos fanatismos. Si algún viso de petulancia hubiera éste suele correr a cargo de los nacionales, sobre todo de los más asiduos. Los extranjeros suelen ser amables en su grandeza. El listado de hoy incluye a cinco de ellos. Sé que, de nuevo, me quedo corto pero son un buen ejemplo y un excelente punto de partida.

Un hombre sin cabeza

Etgar Keret es uno de los autores más aclamados en Israel. Su fama lo acompaña a dondequiera que va. Incluso en México ha sido capaz de convocar multitudes. Y eso que apenas se consiguen pocos libros de cuentos de su autoría. Sin embargo, en ellos está la clave de su éxito. Su lenguaje es desenfadado, coloquial. Sus planteamientos narrativos se encuentran en el límite existente entre la genialidad y la simpleza. Así, por momentos da la impresión de que su musa acude cuando él se pregunta: “¿Qué pasaría si…?”, con un complemento que podría lindar en lo ridículo. En la respuesta es posible encontrarse a seres fantásticos, escatológicos y hasta divinos. Entre todos serán capaces de sacarle una carcajada a los lectores. No obstante, su éxito no depende de la gracejada. Al contrario, al fondo de toda esa vorágine inabarcable subyace una tristeza cautiva, una reflexión profunda, un personaje que va más allá y al que es necesario hacer compañía.

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Libertad

Son muchos los autores que se han dado a la tarea de retratar a las clases medias estadounidenses. La óptica suele estar montada a partir de la decadencia de un sistema que no por perdurable resulta justo. La enajenación de la sociedad de consumo por antonomasia es uno de los puntos en común. Jonathan Franzen se suma sin tapujos a esta línea temática. Sin embargo, va mucho más lejos. Porque su literatura no se conforma con una crítica; mucho menos con el simple retrato de una sociedad en descomposición. Franzen tiene un talento que trasciende este espíritu analítico: es capaz de transformar a los personajes. Leerlo significa comprender cómo la vida cotidiana va haciendo mella en quienes la viven. Entonces se puede trascender lo literario porque, al entender a sus personajes, no queda más remedio que comprendernos a nosotros mismos.

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Atlas descrito por el cielo

Goran Petrovic es un hombre grande, fuerte, afable. Está acompañado por una intérprete porque él sólo habla en serbio (al menos, eso es lo que se dice). Por momentos, da trabajo asociar su presencia con su literatura. Sin embargo, basta con que empiece a hablar (y su intérprete a traducir) para que uno caiga en la cuenta de la dimensión de su presencia. Incluso hay quien lo llama “un iluminado”. Pertenece a esa clase de escritores que, no conformes con ocuparse de los detalles más íntimos en el campo de lo sensorial, son capaces de regalar una explosión de aquello que llamamos lo literario. Entonces leerlo resulta una revelación. Una revelación basada en la idea de que él no cuenta historias, apenas construye mundos para que los habiten sus lectores. Paraísos, al fin, que uno no se puede dar el lujo de perderse.

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El arte del asesinato político

Existen personas para quienes la línea que separa al periodismo de la literatura es, más bien, un abismo. Otros, por el contrario, reconocen los vasos comunicantes entre ambas disciplinas. Incluso es fácil sumar a la Historia en esta ecuación. Francisco Goldman ha sabido navegar en un género híbrido. Sus novelas abrevan tanto de lo periodístico como de lo histórico para convertirse en una narración que podría sonar compleja. Sin embargo, no es así. Por el contrario, sus voces narrativas fluyen a velocidades inusitadas. Incluso cuando se ocupa de tratar temas tan personales como la muerte de su esposa o, mejor dicho, de su esposa transformada en personaje. Algo que, por fuerza, termina provocándonos empatía.

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Resistencia

Son pocos los escritores jóvenes que tienen un reconocimiento como el de Owen Sheers. Su inicio como poeta le hizo ganar varios premios. Sin embargo, fue su entrada a la narrativa la que lo volvió un escritor digno de atención. Su única novela entra en el terreno de lo especulativo. En ella se plantea la posibilidad de que los nazis, durante la Segunda Guerra Mundial, estuvieran a punto de invadir Gran Bretaña. Aunque el planteamiento puede sonar simple, es más complejo de lo que parece. Tan es así que pocos autores saldrían bien librados ante él. Sheers es uno de ellos. Al margen de la guerra y de la simple especulación histórica, es capaz de desarrollar vínculos entre los personajes de forma tal que los valores que aceptamos como válidos se van trastocando al grado de cuestionarnos lo que habríamos hecho en una circunstancia similar. Sin lugar a dudas, un autor al que, sin estar consagrado, bien vale la pena seguir.

Varios, variados y variopintos. Y todos ellos en el mismo escenario. Disfrutando de la hospitalidad de sus anfitriones, paseando entre mesas de novedades, concediendo entrevistas. Quizá sea por ello que, durante la FIL, se respira un aire de complejidad discursiva. No es que los autores se pongan solemnes ni mucho menos. Sin embargo, a fuerza de pensar, de comunicarse unos con otros, de dialogar entre sí, de hacer uso pleno de su facultad de lenguaje, el nivel de las conversaciones se eleva. De ahí que, desde cierto punto de vista, la FIL tenga algo de epifanía. Bienvenidos sean, pues, todos los que vengan, que mucho tendrán por decirnos.

Jorge Alberto Gudiño Hernández
Jorge Alberto Gudiño Hernández es escritor. Recientemente ha publicado la serie policiaca del excomandante Zuzunaga: “Tus dos muertos”, “Siete son tus razones” y “La velocidad de tu sombra”. Estas novelas se suman a “Los trenes nunca van hacia el este”, “Con amor, tu hija”, “Instrucciones para mudar un pueblo” y “Justo después del miedo”.
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