Antonio Salgado Borge
30/09/2016 - 12:01 am
Perseverar
Si nuestros sátrapas parece inmortales es porque, dado el actual estado de cosas, son, de alguna forma, inmortales. Varios de los personajes impresentables del pasado han muerto o desparecido de la arena política. Otros ya han preparado el camino para que alguien de su linaje tome la estafeta. Pero eso es lo de menos. La corrupción y la impunidad siguen siendo generales.
Visualícese, por un momento, viajando a bordo de un barco cuya tripulación decide reemplazar gradualmente cada una de sus partes en pleno altamar. La sustitución, aunque paulatina y funcionalmente imperceptible, es total; cuando la nave alcanza finalmente su destino, ésta ya no cuenta con ninguna de sus piezas originales. ¿Estaría usted a bordo del mismo barco en que zarpó originalmente?
Esta es, a grandes rasgos, la pregunta fundamental que conforma la llamada Paradoja de Teseo, que ha dado origen, ya sea en su versión original o a través de alguna de sus adaptaciones, a diversas discusiones filosóficas, y que viene muy a cuento cuando se trata de evaluar lo que los mexicanos podemos hacer, o dejar de hacer, rumbo a 2018.
En días pasados, SinEmbargo publicó una entrevista a Cuauhtémoc Cárdenas, candidato a la Presidencia en tres ocasiones. Es de sobra conocido que la oportunidad histórica de Cárdenas se dio en la elección de 1988, año en que un fraude electoral le arrebató el triunfo obtenido en las urnas.
Muchas cosas han pasado desde que Carlos Salinas arrebató a Cárdenas la Presidencia. Y, en buena medida a causa del movimiento que encabezó el segundo, de ninguna forma se puede decir que todas son malas. Tiene razón Cuauhtémoc Cárdenas cuando afirma que hoy es mucha la gente que empuja para que las transformaciones democráticas que requerimos avancen, pero que actualmente no aparece haber un proyecto capaz de articularlos.
En el video de la mencionada entrevista, Cuauhtémoc Cárdenas parece hacer un esfuerzo por enviar un mensaje positivo, e incluso invita a seguir empujando para transformar al país; pero su semblante y tono sombrío simplemente no acompañan a sus palabras. Lo cierto es que la imagen que queda, la de un hombre derrotado, termina representando a los muchos mexicanos –incluyendo a algunos de los que seguimos pensando que otro país es posible- a los que el estado de cosas actual nos tiene deprimidos o nauseados.
¿Cómo no asquearse al saber de los miles de millones de pesos que Hacienda ha perdonado a algunos de los más “prominentes” integrantes de nuestras élites económicas y políticas? ¿Qué se supone que debe entenderse cuando el PRI da la espalda a Javier Duarte, pero cobija a César Duarte y Roberto Borge, al tiempo que mantiene en marcha la fábrica que produce en serie de versiones análogas de todos los tamaños y colores? ¿O cuando resulta que Margarita Zavala es la más posible candidata del PAN -y favorita, de acuerdo con varias encuestas-, después de que gracias a su marido regresó el PRI a Los Pinos? ¿O cuando AMLO será nuevamente la mejor carta de la izquierda y enfrentará, otra vez, a Calderón en las urnas?
Es cierto que para que las cosas cambien no es suficiente que sigamos pensando que éstas podrían ser distintas; pero tampoco tengo duda de que, para que las cosas cambien, es necesario que pensemos que, efectivamente, éstas podrían ser distintas.
Difícilmente estaríamos disfrutando de algunos derechos y libertades que tanto valoramos si antes otros no hubieran entregado parte de su vida–o toda- creyendo que esto sería posible. Nos lo recordó con toda claridad Sergio Aguayo Quezada, invaluable defensor de derechos humanos que ha dedicado toda una trayectoria a abrir espacios democráticos, cuando recibió hace unos días el premio al Líder Social que otorga la Fundación Social Compartir: “el peso que tenemos es mucho mayor que el que a veces reconocemos. Sigue por tanto perseverar. Si estamos aquí es por los que creyeron en la dignidad como forma de vida». (Reforma, 28/09/2016)
La pasividad es el camino más seguro para llegar a viejos soñando con que serán otros los que, posiblemente, verán el país que imaginamos pero que nunca conocimos. El tiempo se va. Ya nos lo advirtió, en su columna del pasado lunes, Alejandro Páez Varela: “Apenas ayer soñábamos que los alacranes se habían disipado y hoy, otra vez, los traemos en los calzones. La vida se va, jóvenes, volando. Y los sátrapas son (o al menos parecen) inmortales.” (Sinembargo.mx, 26/09/2016)
Y es muy cierto. Si nuestros sátrapas parece inmortales es porque, dado el actual estado de cosas, son, de alguna forma, inmortales. Varios de los personajes impresentables del pasado han muerto o desparecido de la arena política. Otros ya han preparado el camino para que alguien de su linaje tome la estafeta. Pero eso es lo de menos. La corrupción y la impunidad siguen siendo generales.
A estas alturas sólo alguien muy ingenuo puede soñar con que el país cambiará cuando desaparezcan de escena los Duarte, los Gamboa, los Beltrones o los Calderón. La realidad es que si los mexicanos permanecemos pasivos estos individuos, como las piezas en el barco de Teseo, serán reemplazados por otros que ocuparán su lugar y que cumplirán las mismas funciones que ellos desempeñan. Y México seguirá siendo, para mal, el mismo.
Pensar que este barco no funciona y que debemos construir otro de cero es un camino malo y conocido; uno sin final feliz que no podemos empezar a recorrer otra vez. Dado el estado actual de cosas es necesario aclarar que borrón y cuenta nueva no se refiere a López Obrador –un hombre hecho en el sistema-, sino a opciones que toman el poder mediante formas esencialmente antidemocráticas, como pueden serlo los movimientos armados o la apuesta por una presidencia militarizada.
Sin embargo, sí es posible apostar por cambiar, deliberadamente y con diseño en mano, las piezas del barco para que éste, en un sentido, siga siendo el mismo proceso material, pero para que, a su vez, comience a mostrar características muy distintas.
Para que una visión de éste corte no se traduzca en un conservadurismo flemático, habría que cambiar sobre la marcha las características de la nave; es decir, mejorar su forma y cualidades para que su viaje sea más eficiente. Y para que eso ocurra sólo hay dos alternativas que no son, de ninguna forma, excluyentes. Por principio de cuentas las piezas elegidas tendrían que ser exclusivamente a las mejores –o las menos malas-. Lo anterior, en términos reales, significa castigar masivamente en las urnas al peor partido –claramente el PRI- y a nuestros peores representantes. Quizás las piezas iniciales no sean las ideales, pero mientras mayor calidad tengan, el viaje será más placentero.
Pero el gradual cambio de sus piezas no impide que el diseño del barco pueda adaptarse sobre la marcha de acuerdo con las necesidades del momento. Esto es sin duda mucho más complicado porque requiere la participación activa de muchas personas en el mejoramiento de las condiciones presentes. Las opciones disponibles para formar parte de este proceso son más de las que pueden numerarse en este espacio; pero basta con mencionar que éstas van desde politizar a conocidos o amigos hasta sumarse a organizaciones de la sociedad civil específicas.
Lo cierto es que tenemos que perseverar. De seguir todo igual nos iremos a la tumba lamentando la incontenible degradación del cochinero en que nos tocó vivir. Entonces, seguramente, intentaremos inventar muchas excusas, pero bajo ninguna circunstancia podremos decir que estuvimos a la altura de nuestro tiempo o que no fuimos advertidos.
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