Hay que tener valor civil

30/08/2014 - 12:00 am

Ya me cansó la televisión. El bombardeo de las reformas me tiene aturdido, sin poder entender por la saturación de declaraciones oscurantistas de las que sólo sé que son mentiras. Prefiero ver los videos de Eduardo Galeano por internet.

Hay uno que se grabó durante la presentación de su obra ‘Los hijos de los días’ (SXXI Editores, 2011). Este libro está integrado por 366 pequeñas historias de héroes anónimos y de hechos notables, un relato por cada día del año (bisiesto). Uno de ellos se refiere a Domitila Barrios, una mujer del pueblo, madre de 10 hijos a quien Galeano conoció en la región minera de Bolivia.

Cuenta el escritor que un día la vio sentada en la plaza principal de La Paz, acompañada de otras cuatro mujeres, como ella, indígenas originarias de las minas. Conversó con Domitila y así se enteró de que estaban en huelga de hambre protestando contra la dictadura militar del General Hugo Banzer, quien llegó al poder mediante un golpe militar el 21 de agosto de 1971. Esas cinco mujeres indígenas creyeron que  podían derrocar al gobierno con su huelga de hambre; sabían que la idea era casi un sueño, pero estuvieron dispuestas a morir por ella.

Imagine usted la reacción de quienes las veían ahí, sentadas, esperando derrocar al gobierno militar ilegal. Obvio, la gente se burlaba de ellas. Pero al poco tiempo no eran cinco, sino cincuenta, luego 500, 5,000,… hasta ser medio millón de mujeres indígenas en huelga de hambre contra el dictador. Y cayó.

Una historia que parece fábula, pero es cierta. Banzer fue derrocado en 1978 por la iniciativa de estas cinco mujeres. No les importó pertenecer al sexo “débil”, ni ser además pobres e indígenas; pese a tener todos los atributos de las personas más discriminadas de la sociedad, le tuvieron menos miedo a la dictadura que a su propio miedo.

La anécdota hace recapacitar en lo que estamos haciendo a nivel individual por cambiar todo eso que nos resulta inadmisible, insoportable, imperdonable en la vida social de México; en que apenas se nos ocurre algo, recurrimos al falso razonamiento –yo le digo racionalización– de que somos sólo una persona y por eso no tenemos posibilidad alguna. Y en eso sí que estamos unidos muchos millones: en el clásico “¿Y qué podemos hacer…?”

El 4 de junio de 1989, en la plaza de Tian’anmen (“Puerta de la Paz Celestial”) de Pekín, un ciudadano anónimo, sin soltar las bolsas que llevaba una en cada mano, se plantó frente a un tanque de guerra para evitar que llegara a donde se celebraban manifestaciones contra el gobierno. Era evidente que esa fortaleza rodante tenía como misión disparar contra los estudiantes, así que el acto de este ciudadano común significaba un riesgo inminente. Lo asumió y se plantó frente al tanque. Quien lo conducía trató varias veces de sacarle la vuelta, pero el hombre también se movía para bloquear su paso, hasta que el conductor detuvo su marcha.

Las imágenes de ese suceso siguen sorprendiendo al mundo, y más aún la desconocida identidad del protagonista de esa escena. Han pasado los años y él, por alguna razón, no quiso salir a la luz pública; seguramente no por miedo, obstáculo que superó de manera clara.

Y nosotros, sin actuar. Ni siquiera desobediencia civil, ni dar nuestra firma para una causa social, nada. Aguantando, aguantando ¿hasta cuándo? Sabemos que hay que hacer algo, pero en serio pienso que esperar a que surja un súper líder que nos diga qué hacer, es una falta de respeto a nosotros mismos.

En este punto recuerdo el poema de Miguel Hernández: “Estamos tocando el fondo”. Así estamos. ¿Queremos un mundo mejor? ¿Un México mejor? La tarea es de uno en uno, en nuestro ámbito personal. No vamos a ser ese iluminado que arrastre masas, mucho menos si escondemos nuestros ideales. Hay que tener valor civil y vivir con dignidad. Y eso le toca a cada quién.

en Sinembargo al Aire

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