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Jorge Alberto Gudiño Hernández

30/07/2016 - 8:44 am

Algoritmos para el bienestar común

Esta semana he estado promoviendo mi novela. Para tal fin, la editorial me ha mandado a varias entrevistas. Como no son cerca, pone a mi disposición a varios Uber. En cuanto me subo a ellos, activan la aplicación que les indica la ruta óptima. A veces es Waze, a veces Google Maps.

Se me ocurre que los algoritmos para encontrar las mejores rutas posibles para llegar a buen puerto son sumamente complejos. Me maravillo ante los miles de horas de programación que deben estar detrás. Imagino entonces un futuro que no me suena tan lejano. Foto: Especial.
Se me ocurre que los algoritmos para encontrar las mejores rutas posibles para llegar a buen puerto son sumamente complejos. Me maravillo ante los miles de horas de programación que deben estar detrás. Imagino entonces un futuro que no me suena tan lejano. Foto: Especial.

Esta semana he estado promoviendo mi novela. Para tal fin, la editorial me ha mandado a varias entrevistas. Como no son cerca, pone a mi disposición a varios Uber. En cuanto me subo a ellos, activan la aplicación que les indica la ruta óptima. A veces es Waze, a veces Google Maps. Nos dejamos conducir por una voz imperativa a nuestro destino.

En todos estos trayectos no voy manejando. Tampoco puedo leer, pues me mareo mucho si lo hago en un coche (sí, es una desgracia con la que he aprendido a vivir dado que no tengo idea si existe alguna cura). Así que me pongo lo más cómodo posible y entretengo a la distancia viendo construcciones, automóviles, paisajes. También me pongo a pensar en cosas tan triviales como irrelevantes. A veces, sin embargo, se me ocurre alguna buena idea.

Pienso, por ejemplo, en la manera en que operan las plataformas de geolocalización. Se me ocurre que los algoritmos para encontrar las mejores rutas posibles para llegar a buen puerto son sumamente complejos. Me maravillo ante los miles de horas de programación que deben estar detrás. Imagino entonces un futuro que no me suena tan lejano.

Parto de algunas premisas meramente especulativas. Supongo, por ejemplo, que de las 7 a las 8 de la mañana existe un total de recorridos en automóvil dentro de la ciudad. Éstos, a su vez, pueden ser multiplicados por la duración de cada uno de ellos.

Este producto nos diría cuánto duran los recorridos totales dentro de ese horario en un espacio bien definido. Claro está, eso podría extrapolarse al día entero pero se me ocurre que sólo interesan las horas pico. Al menos de momento.

Waze me promete, en cuanto subo al coche, encontrar la ruta más breve. Es probable que, si cada uno de nosotros opta por ella, ahorremos varios minutos en nuestro tránsito cotidiano. Eso está bien. Me he puesto muy contento cuando se abren alternativas de viaje que evitan los atascos.

Quiero ahora ir más allá. Los ahorros de tiempo individuales son buenos. No sólo para las personas, también para la ciudad: entre menos tiempo haya un menor número de automóviles circulando, mejor. ¿Qué pasaría, entonces, si los algoritmos de estos programas se centraren en mejorar la circulación de la ciudad y no del individuo?

Explico. En el futuro hipotético en que todos los conductores utilicen estos sistemas, el algoritmo podría concentrarse no en que el usuario determinado ahorre un par de minutos sino que, gracias a cálculos extremadamente complejos, la suma de todos los desplazamientos dentro de esa ciudad en ese horario sea menor. Aunque suena complicadísimo no me parece imposible. Ni siquiera tan lejano. No de ahora, cuando ya muchos automovilistas usan estos sistemas; cuando la tecnología de rastreo satelital e identificación de rutas existe. Hace diez años, claro está, me habría parecido utópico.

Ahora bien. Si existiere esa posibilidad de mejoramiento vial urbano en general, ¿qué tanto estaríamos dispuestos a participar de ella? La pregunta no es retórica ni tan simple como parece. Implica, entre otras cosas, optar por el bien común sobre el individual. Sí, es cierto, la ciudad se ahorrará horas enteras de traslados, de contaminación, de atascos… pero algunos individuos, quizá muchos, perderán unos cuantos minutos a cambio. Tal vez para liberar un congestionamiento en determinadas zonas, el sistema opte por crear rodeos que no necesariamente optimen la ruta del sujeto con el coche rojo.

Nuestra cultura vial es muy deficiente. Se nota en la forma en que conducimos dentro de la ciudad: hacemos hasta lo imposible por obtener un beneficio aunque haya actos que, si no ilegales, bien pueden ser calificados como producto de la mala intención (rebasamos por donde no se debe, cerramos el paso, aceleramos cuando el semáforo anuncia que nos detengamos, damos vuelta desde cualquier carril, no respetamos el uno y uno, y un montón de cosas más). Así que la pregunta no es tan simplista como parece.

A mí no me parecería mal que, de existir esa posibilidad, pudiere perder algunos minutos a cambio de la ventaja que esto le representare a la ciudad y al resto de los conductores. Claro, lo digo ahora, frente a mi computadora, sin prisa y sin la neurosis de estar en el tráfico. Considero que muchos están en una situación similar. También, que si queremos cambiar las cosas, a veces es una buena idea anteponer el bien común al personal.

Jorge Alberto Gudiño Hernández
Jorge Alberto Gudiño Hernández es escritor. Recientemente ha publicado la serie policiaca del excomandante Zuzunaga: “Tus dos muertos”, “Siete son tus razones” y “La velocidad de tu sombra”. Estas novelas se suman a “Los trenes nunca van hacia el este”, “Con amor, tu hija”, “Instrucciones para mudar un pueblo” y “Justo después del miedo”.

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