Julieta Cardona
30/05/2015 - 12:00 am
Ser ordinario
Favor de darle click antes de comenzar El problema de ser ordinario es que no hay problema. Bueno, sí, el problema es que algunos padres, a algunos –desde pequeños–, nos dijeron que somos únicos y especiales. Y nos mintieron, aunque no del todo, pues cada persona tiene un código genético distinto, razón suficiente para hacerle […]
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El problema de ser ordinario es que no hay problema. Bueno, sí, el problema es que algunos padres, a algunos –desde pequeños–, nos dijeron que somos únicos y especiales. Y nos mintieron, aunque no del todo, pues cada persona tiene un código genético distinto, razón suficiente para hacerle creer a cualquiera que es, pues, único. Y con esto no quiero decir que haya estado enteramente mal el enfoque de nuestros padres, pero sí equivocado porque las expectativas propias con respecto al otro (a ese otro que no eres tú, a la otredad, pues), cuando vas creciendo y ellas también van creciendo, marcan estándares cada vez más difíciles de alcanzar.
¿De dónde será que viene este miedo profundo a la media, al estándar, al estereotipo? ¿Por qué es tan malo parecerte al resto si somos únicos pero muy similares?
Recuerdo, con un poco de recelo, una de mis tardes en la preparatoria platicando con la profesora de una bella y esencial materia llamada Comunicación intercultural: y, bueno, ¿tú qué tienes de especial, muchacha?, me preguntó. Pues dicen que me huele muy bien el cabello, le dije acercándome inmediatamente de a poco y, bueno, no le había mentido del todo: me olía como a gardenias y a Pantene. ¿Y usted, profesora?, le pregunté y obtuve no más que una joya: vaya que eso no se pregunta, muchacha: yo me dedico a enseñar y no hay algo más especial. Ahí estaba la profesora –más ingenua que intelectualoide– no solo tragándose, sino que escupiéndome sus mentiras por una única razón: porque podía.
Luego y mientras más creces, más mentiras escuchas. En situación del estúpido amor vienen, creo que más –y más ridículas–, que cuando los padres: eres un ser único; el amor hacia un alma que se asume auténtica; acometimientos amatorios más desbordantes que singulares y que salen directo de la víscera, pero que se asumen –más por error que por ensayo– del corazón. Entre otros sucesos que apreciamos como extraordinarios porque nos conviene estimarnos originales antes de comprender el hondo terror a lo común, a lo corriente. Siendo que es tan bonito, tan inalterable.
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