Jorge Alberto Gudiño Hernández
30/04/2022 - 12:05 am
Falsos decretos
«Una pandemia no puede terminar por decreto. Es cierto que nadie lo ha dicho con esa elección precisa de palabras. Pero, de pronto, parece que sí. Nuestro Gobierno federal está dando señales claras de la finalización de esta pandemia. Señales que van acompañadas de palabras. Palabras que pretenden crear una realidad como gran parte de la narrativa presidencial».
El ejemplo es un clásico para quienes han estudiado las funciones del lenguaje. En ciertas circunstancias, éste puede volverse creador de realidad. La reina de Inglaterra, desde su palco en el estadio donde se desarrollarán los Juegos Olímpicos, los declara inaugurados. Algo que, en efecto, sucede por la simple enunciación. Esto se repite en ocasiones similares pero no en todos los casos. Es importante distinguir que este decreto no es una orden. De lo contrario, todas las órdenes también funcionarían como creadoras de realidad. Algo que, ciertamente, es falso. Bastaría con desobedecer para provocar una merma ontológica.
Durante algunas décadas, se han puesto de moda ciertas aproximaciones a favor de la superación personal basadas en los decretos. Es curioso. Según estas escuelas, basta con “decretar” con convicción que algo sucederá para que, en efecto, suceda. Para curarse en salud por los posibles fallos, suelen resguardarse tras interpretaciones posibles y cosas tan crípticas como “la voluntad del universo” o sus “ánimos conspirativos”. Queda claro, al margen de nuestro sistema de creencias, que estos decretos significan una cosa diferente, pues no están vinculados con la creación de realidad.
Restan, por supuesto, los decretos de Gobierno. Es potestad de algunos cargos decretar ciertas acciones. Se puede decretar la derogación de alguna ley o el cambio de valor de una moneda. Esto, en cuanto se hace (se dice, se escribe o se firma), en efecto, sucede. Los decretos presidenciales suelen funcionar en el mismo sentido que las inauguraciones olímpicas. Sin embargo, no son absolutos. No se puede decretar que un país erradique la pobreza, suba su nivel educativo o termine con todos los asesinatos. No porque no entre en el campo de los deseos de los buenos gobernantes sino porque no se tiene control sobre esas cosas. De hecho, pretenderlo es similar a suponer que el universo actúa a nuestro favor con sólo pedirlo.
En otras palabras: no se puede decretar algo que está fuera de nuestro control. Se puede desear, querer, necesitar, procurar y un montón de verbos más. Decretar no.
Una pandemia no puede terminar por decreto. Es cierto que nadie lo ha dicho con esa elección precisa de palabras. Pero, de pronto, parece que sí. Nuestro Gobierno federal está dando señales claras de la finalización de esta pandemia. Señales que van acompañadas de palabras. Palabras que pretenden crear una realidad como gran parte de la narrativa presidencial.
Desafortunadamente la pandemia no ha terminado. Ojalá así fuera. Debe haber pocas personas en el mundo que deseen lo opuesto. Sin embargo, continúa. Y la reducción de ciertas medidas para prevenir contagios, anunciadas desde las tribunas más escuchadas del país, resulta preocupante.
Es cierto, soy de los paranoicos que sale de casa con cubrebocas. Espero que algunos de mis alumnos, que reniegan de éste o que se han sumado al discurso del fin de la enfermedad, no se contagien. Espero que cada vez se contagie menos gente. Sin embargo, no me parece tan grave seguir con la mascarilla bien puesta. En una de ésas, no nos contagiamos de COVID porque ha bajado la incidencia, pero también podemos evitar otras enfermedades de las vías respiratorias. Mismas que, por desgracia, tampoco se pueden erradicar por decreto.
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