Sara Sefchovich ha dedicado la mitad de su vida a la lucha feminista, desde trincheras como la academia, la investigación y sobre todas las demás, la escritura. En esa búsqueda ha escrito libros en torno a la relación de las mujeres y el poder político: La suerte de la consorte. Las esposas de los gobernantes de México: historia de un olvido y relato de un fracaso, así como Las primeras damas, son buenos ejemplos de esto.
Su último libro, ¿Son mejores las mujeres? se encuentra en los anaqueles de las librerías del país desde hace algunas semanas. En este testimonio, en primera persona, la escritora comparte la experiencia en torno a ese texto, que resulta de 40 años de trabajo, del diálogo a partir de muchos diálogos anteriores, de su vida intensa.
Ser mujer y a partir de ahí, hablarle, escribirle, leerle; quizá también enojarse y convivir con esa otredad femenina y feminista. He ahí el punto que quizá me movió más al escribir este libro: el proceso de aceptar sin imaginar lo que sería la revisión de 40 años de trabajo, de textos.
Generar un nuevo diálogo a partir de muchos diálogos anteriores. Reencontrarme con ellas y conmigo misma como mujer, no sólo con las otras mujeres, sino con el movimiento feminista desde también su ser escritoras, militantes, amigas. Es este reconocerse en el trabajo de una vida entera pensando en el tema de las mujeres y preguntarse continuamente sobre México, sobre el mundo. Son también, 40 años de escribir ficción, periodismo, ensayo; conversar y traducir; de charlas con mis hijos e incluso mis nietos sobre el tema.
Todo ese mundo se mueve brutalmente cuando empiezo a buscar el material que he de re-organizar para el libro ¿Somos mejores las mujeres? (Debate Feminista y Editorial Paidós, 2011) y el cual, por invitación de Marta Lamas en conjunto con Braulio Peralta como editor, acepté escribir.
El ejercicio de recuperación de memoria fue fascinante; en paralelo te das cuenta, me di cuenta, de todo lo que está ahí, de que sobre esa otredad hay que seguir hablando de ella y que hay que encontrar lo que sirvió, lo que falló, lo que hay que revisar, componer, valorar y, desde luego, qué es lo que hay que felicitar.
Vuelvo a la pregunta, ¿son mejores las mujeres? No seré yo quien responda, sino este recorrido que va mucho más allá de un paseo por el feminismo pues es también un camino de crecimiento personal donde están, la mujer y la pensadora, transversalizadas, como si de verdad, los gajos del feminismo estuvieran ahí y la opción para los lectores estuviera diversificada y asequible desde donde su particularidad se lo permita.
Son también, estas páginas, las facetas que componen mi vida: investigadora, escritora, madre de familia, amiga, militante; la mujer preocupada por la historia, por los libros, por lo social, todo eso está ahí, pero no nada más me incluye a mí, ni está sólo en mí, sino también todo lo que es y ha sido la lucha por las mujeres, o si le quieres llamar el movimiento feminista, el saber que eres un ser de tu tiempo al que le han preocupado todos estos temas y haber tenido el privilegio de haber sido testigo de los cambios.
Realmente México es otro tras la circulación en la sangre nacional, del feminismo; después vendrían una serie de luchas por los derechos humanos, mismas que siguen y seguirán y si el libro, que ya circula desde hace algunos meses, logra dar cuenta de eso, yo no tengo más qué decir.
Yo también tengo mis dudas, en cuanto al feminismo, como seguro las tienes tú. Sé que falta mucho, pero también, aparte de demostrar los desacuerdos -que sí lo demuestro y lo digo en un capítulo específico-, aparte de mostrar mis enojos, también quiero hablar de toda esa felicidad que significaron esos cambios y el haber podido participar y estar participando en ellos. Aun cuando haya las críticas que haya al feminismo, no seríamos las mujeres que somos sin todas las mujeres que han allanado el camino y sin su influencia, principalmente la italiana, francesa, inglesa y estadunidense.
LA FEMINISTA ANTE EL SENDERO BIFURCADO
El feminismo y el mundo no podrían salir adelante si sólo existiera una cara de la moneda. No es menos (pero tampoco más) la mujer que atiende a sus hijos, que la activista que pugna por derechos. Y viceversa. Hay quienes hacen de lo político algo personal y quienes hacen de lo personal algo político, según las condiciones con las que tuviste la suerte o la mala suerte de nacer. Te puedes dedicar nada más a la lucha de tu supervivencia cotidiana y la de tus seres queridos o puedes trascender eso y tener ciertos privilegios y poder ir a la ONU; puedes estudiar en la universidad, escribir libros; o escoger que tu camino sea la lucha en cualquier terreno de los derechos ya sean indígenas, personas que viven con VIH, de mujeres, de mayorías blancas, de minorías étnicas; cualquier causa requiere de las dos caras: de la gente que se está rompiendo el alma en la cotidianidad y la gente que convierte eso en teorías, en movimiento social, en gestión o en lucha. Con uno solo de los elementos, no habría cambios en la sociedad.
Pero el feminismo no es mujerismo.
Y cuando eso sucede, nada más se invierte aquello contra lo que luchamos. Cuando nosotros luchábamos por entrar y tener un lugar, un espacio, reconocimiento. Ahora, se dice o dicen algunas mujeres, “pues ya que yo estoy aquí, ya no te dejo entrar aquí”. En lo personal yo no camino por ese sendero; me podrás acusar de liberal, de reformista, de todo lo que quieras, pues no me asustan esos términos, pero no camino por ahí, donde lo que inviertes son los sujetos y donde la manera de jugarlo consiste en cerrarle de igual manera, la puerta al otro, llámense mujeres y varones, negros y blancos, indios y no indios, no comulgo con ninguna idea de simplemente invertir: comulgo con la idea de abrirse, no sólo a la equidad, sino a todas las diversidades posibles.
Esa es, otra de las cosas que hemos aprendido a lo largo de 40 años de feminismo: muchas veces, algunas creemos que hay cosas que son buenas para todas y no lo son para todas; el ejemplo más concreto que tengo —de los temas que me ha obsesionado y apasionado—: es el tema de la multiculturalidad. Yo nunca te aceptaré que me digas que, entre los usos y costumbres de X región de México está el de vender a las niñas y que yo tengo que respetar eso porque tengo que respetar cualquier tipo de cultura; fíjate que no. Como contraparte, también me pueden a venir a decir a mí, como nos lo dijeron mucho en los años 70: ustedes universitarias, urbanas, blancas, no nos van a venir a decir a nosotras, africanas, negras, de las zonas rurales, en qué consiste la lucha de las mujeres. Y también tienen razón, porque son luchas distintas, culturas distintas, objetivos distintos. Es decir, siguiendo con un ejemplo cotidiano, una discusión actual y viva sucede hoy en Francia cuando las occidentales, siempre decimos: “El velo es un ejemplo de opresión de la mujer” y muchas mujeres con velo dicen: “ No, para mí, el velo es mi señal de identidad”. Yo no puedo imponer mi manera de pensar y ver el mundo a otras mujeres, pero también, al mismo tiempo, hay una manera de ver el mundo que no podré nunca tolerar.
La tolerancia y su terminología es compleja. El feminismo tiene que empezar desde lo personal. Tú no puedes ser feminista peleando con un gobierno para que haga políticas públicas a favor de las mujeres si no vives en una vida cotidiana en la que haya feminismo porque ¿Tú vas a irte a pelear con el gobierno, con el Estado para que no exista la posibilidad de violencia contra las mujeres, para que haya leyes en contra de la violencia, para que esté penada la violencia, para que haya ministerios públicos que atiendan a las mujeres y vas a llegar a tu casa y vas a tener ahí a alguien que te golpee? No puedes. No es posible.
Ésa es la grandeza del feminismo en relación con los otros movimientos políticos anteriores a él, que hubo en el siglo XIX y XX; movimientos en los que tú podías tener una vida pública y otra vida privada. El feminismo te enseñó que, o van juntas o no van. No hay forma. Si a ti el marido te golpea en la casa, tú no puedes salir a luchar en contra de la violencia hacia las mujeres. Si tú no tienes libertad reproductiva, no puedes luchar por los derechos sexuales y reproductivos de las otras. Las diferencias son culturales. Yo puedo decirle a una mujer africana “a mí me parece que te corten el clítoris es una aberración”, pero tendrá que ser ella la que decida ese tipo de lucha, porque yo no lo he vivido, entonces no sé qué significa.
De acuerdo a su construcción, en su forma más orgánica, el feminismo es una lucha social, política e ideológica que siempre lleva consigo tres pasos: la reflexión, la militancia activa y la gestoría para ayudar en situaciones muy específicas, concretas, en el aquí y el ahora. Si en este instante las mujeres necesitan, para salir a trabajar, recibir ciertos servicios, como una guardería o una cocina económica, ahí está la gestoría y, al mismo tiempo la militancia se encarga de otra área; al unísono, hay mujeres que están reflexionando todo el tiempo sobre estos temas.
Algunas mujeres, como Mata Lamas, están en los tres estratos, otras, somos mucho más limitadas y sólo estamos en alguno de los tres o en dos, yo, por ejemplo, sólo estoy en la escritura. Todo esto, tiene que ir junto, de otra manera, no hay posibilidad de que eso sea a favor de las mujeres.
Si tu estás en tu lucha por ti solita y por tu ámbito de poder, ya sea en la Cámara de Diputados, o por ser Gobernadora, o para escribir tus novelas y que se vendan mucho en el mundo, está bien, es muy tu derecho, pero no estás haciendo nada que sea lucha para las mujeres; para que sea a favor de las mujeres es porque está enmarcada en una agenda feminista y se está actuando desde diversas aristas.
En lo que se refiere a estructurar una agenda feminista, ésta no parte necesariamente de una necesidad personal, puede partir a raíz de la experiencia de otras y a raíz de las discusiones en las que se va viendo qué es lo necesario; afortunadamente, por ejemplo, nunca he vivido la violencia doméstica o sexual, eso no quiere decir que no puedo estar en los grupos o en los movimientos que reflexionan sobre el tema y que luchan para que eso se acabe.
Por otro lado, contrario a lo que podría pensarse hay un numeroso grupo de mujeres de derecha en el feminismo, eso no quiere decir que no sean feministas, sino que sus agendas no son totalmente las agendas de los grupos liberales o de izquierda, el tema que más lo clarifica es el aborto. Casi todos los grupos de mujeres feministas están en contra de la violencia y luchan en contra de la violencia, en contra de los feminicidios, en contra del maltrato, pero no todas están de acuerdo con el aborto, no todas están de acuerdo con que la mujer no se case ni se ocupe del hogar, por mencionar algunos. Las diferencias están ahí, son distintas agendas, todas a favor de las mujeres, pero sí son agendas diferentes. El feminismo de izquierda y buena parte del feminismo liberal, pone a los derechos sexuales y reproductivos en el centro de su lucha, junto con las otras luchas; el feminismo conservador, no.
Quizá entonces, es momento de hablar de distintos feminismos. Los hay, existen, tan diversos como la mujer misma. Dentro del conservadurismo, no se usa el término feminismo, se utilizan otros como “la lucha de las mujeres”, “a favor de las mujeres”, e incluso entre la izquierda y los liberales, no todo mundo utiliza el término. Por alguna razón, las mujeres jóvenes no quieren llamarse a sí mismas como feministas, están huyendo de ese término, le encuentran reminiscencias de cosas en las que ellas no quieren estar, entonces, tanto izquierda, derecha y como al centro, ya no se está utilizando este término.
Yo con toda intención lo reivindico en este libro porque a mí me parece que es un término muy claro, rico simbólicamente e históricamente importante; es más, reconozco que muchas, que sí son feministas, no quieren llamarse así, a sí mismas.
Sea quizá por eso que, cuando decidí dedicarle el libro a mis nietas digo que ellas son “ya nacidas feministas”, entonces, suceden actos como el de mi nuera que me llama por teléfono y me dice: “y yo también, y te doy las gracias a ti, a mi madre y a todas”.
Creo que, aunque no nos llamemos feministas, aunque ni siquiera hallamos o hayan (algunas mujeres) pensado en el término, simplemente, caminaron pensando por la vida que así son las cosas y que es normal, ¡qué padre!, esperemos que así sea con la Democracia, los Derechos Humanos, que puedas caminar por la vida sabiendo que nadie te puede violar, ni golpear; que tienes derechos, que vives en un país donde existe la libertad de expresión. Eso es lo que queremos; no necesitaremos a los grupos que abanderen eso cuando ya sea una situación social general. Se necesitan grupos que lo abanderen cuando (como ahora) todavía no lo es.
El día que algo deje de ser un problema, no necesitaremos los grupos y las banderas. Nosotras, como feministas, hemos hecho una lucha enorme para que la mujer que quería estar en el ejército o ser policía , boxeadora o manejar un camión de carga lo pudiera ser o hacer. Hemos dicho, claro, ¿por qué no?, pero no lo hemos pensado al revés: ¿Y el niño que no quiere hacer “lo que le toca” y que quiere vestirse de Blanca Nieves? ¿Y el señor que quiere quedarse en casa, cuidar a los niños y hacer la comida, mientras la mujer trabaja? ¿Por qué a ellos los seguimos viendo mal? Pues porque estamos solamente invirtiendo roles, no estamos cambiando la esencia estructural, mental, de la sociedad y eso es a lo que tenemos que apuntar, en todos los rubros: en el feminismo, en la democracia , en la educación. En México estamos como en un primer momento, que ha sido muy importante y de grandes cambios, pero de que hay que profundizar y profundizar, entender que la democracia no es sólo votar, que la multiculturalidad no significa aceptar cualquier cosa, que el feminismo no es nada más cambiar e invertir los papeles, por eso quise terminar el libro como lo hice.
Hagamos un esfuerzo por cambiar todas y todos. Los ciudadanos sí sabemos lo que significan términos como solidaridad, cambio, transformación; no tienen por qué quedarse en manos de nadie, nuestros términos. En lo personal, ¿yo por qué voy a dejarlos de usar? Acaso, sólo porque se los apropió alguien que no tenía ni idea del asunto? No tengo por qué regalarle mi terminajo si es buenísimo.
La reivindicación de la palabra feminismo es la misma que como la de la palabra cambio o la palabra solidaridad, ¿por qué voy a tirarlos a la basura sólo porque otros que los usan mal se lo apropiaron si son “míos de mí”?
Y al nombrar se corren riesgos que hay que asumir. Lo mismo que en los silencios; lo nada recomendable: el silencio de las mujeres sobre las cosas de las mujeres. Y tampoco tenemos que aceptarlo. Siendo así, incluso en ¿Son mejores las mujeres?, en un apartado es a mis propias amigas a las que critico, para evitar problemas sobre todo de tipo político y que me digan que es sólo un grupo, hablo de mi propio grupo y los silencios que hace en torno a las mujeres, porque nosotras también tenemos mucho que aprender; esto no quiere decir que tengamos todos los pelos de la burra en la mano, nos faltan muchos.
Dentro del propio feminismo hay muchos silencios, hay envidias, hay agravios, hay enojos, porque no somos más que seres humanos, nada más eso, en todo su sentido, en el positivo y en el negativo, en el amplio y en el estrecho, no somos más que seres humanos, cada una de nosotras haciendo lo que puede, en una sociedad muy individualista, en un país muy difícil para vivir, entonces, pues vas haciendo lo que puedes, no eres perfecta, te falta mucho y lo único que nos queda en esta vida es aceptar la crítica y reírnos, porque si no, te tiras por la ventana.