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Jorge Alberto Gudiño Hernández

29/12/2018 - 12:03 am

Especular a ultranza

En un par de cenas de las que se dan por estas fechas he escuchado a varios sumarse a las teorías de la conspiración provenientes del lamentable accidente en que perdieron la vida Martha Érika Alonso y Rafael Moreno Valle. Las había por demás extremas. No importaba. Las reuniones eran entre amigos o familia. Siempre hay un pariente que dice saber la verdad sobre todo lo posible y un amigo al que le ha pasado todo. Así que no era anormal toparse con esos decires.

“En un par de cenas de las que se dan por estas fechas he escuchado a varios sumarse a las teorías de la conspiración provenientes del lamentable accidente en que perdieron la vida Martha Érika Alonso y Rafael Moreno Valle”. Foto: Mireya Novo, Cuartoscuro

Cuando teóricos de diferentes facciones en torno a las teorías de la interpretación se reúnen, suelen entablarse discusiones por demás interesantes. De las que más he disfrutado, es de las que giran en torno a la validez de la sobreinterpretación. Si para sus detractores es claro que ésta implica forzar demasiado la liga, obligando a un texto a decir algo que no dice; para sus defensores no es exactamente eso sino la posibilidad de generar interpretaciones creativas que, en consecuencia, son mucho más interesantes que las canónicas. Así, llegados a los extremos, si una persona es capaz de convencer a otra de que El Quijote es un libro de cocina o de mecánica cuántica, entonces lo será. Y el montón de implicaciones que esto tenga conseguirá una lectura mucho más poderosa que aquéllas normalizadas por la costumbre.

Queda claro que, para que lo anterior sea posible (El Quijote puede contener algunos platillos pero es difícil sumarlo al corpus de los libros de física avanzada) es necesario ejercitar el poder. Sólo alguien que es más poderoso que su interlocutor sería capaz de convencerlo de tal cosa. Entre dos iguales, podrían llegar a las caricias de la ambigüedad y los dependes pero quedarse ahí, aceptando que la propuesta interpretativa aporta algo pero que, sin duda, no es suficiente a la hora de hacer una lectura completa del libro. En otras palabras, la idea es buena pero no se sostiene a lo largo de todo el texto.

Sé que, a la hora del juego interpretativo, varios han utilizado su tiempo en partidas desopilantes. Eso, en sí mismo, bien puede ser un punto a favor de la sobreinterpretación: inventemos una lectura no canónica para tal libro, el más extremo gana. Muy bien. Funciona en la reunión y en el juego: Caperucita fue abducida por los aliens. Incluso para practicar el siempre polémico ejercicio de la reescritura: ahora la Caperuza es sensual y seductora. Hasta ahí.

En un par de cenas de las que se dan por estas fechas he escuchado a varios sumarse a las teorías de la conspiración provenientes del lamentable accidente en que perdieron la vida Martha Érika Alonso y Rafael Moreno Valle. Las había por demás extremas. No importaba. Las reuniones eran entre amigos o familia. Siempre hay un pariente que dice saber la verdad sobre todo lo posible y un amigo al que le ha pasado todo. Así que no era anormal toparse con esos decires.

Lo que me pareció un poco más descabellado fue que esas voces de las cenas navideñas se replicaran en las redes sociales. Tengo amigos, seguidores, conocidos y ex alumnos que acusan con una facilidad pasmosa. Saben quién fue el responsable del accidente que, sobra decirlo, no lo fue e, incluso, hay quien justifica ese presunto acto. También hay teorías por doquier. Abarcan al narco, a los huachicoleros, al Gobierno electo, al candidato perdedor, al Presidente, a una conspiración entre ex presidentes y, por qué no, incluyen la posibilidad de que las víctimas no hayan muerto y ahora gocen de su fortuna y su inexistencia en un paraíso tropical. Si uno sigue la línea de la sobreinterpretación, algunas de estas teorías bien pueden propiciar una novela así que, en efecto, este forzar los hechos sirve para detonar la creatividad.

El exceso llegó cuando algunos comunicadores, periodistas, intelectuales y figuras públicas se sumaron a las teorías conspiratorias. Algunos lo hicieron refugiados en la trinchera de ser críticos con el nuevo Gobierno. Otros, por irresponsables, pues es difícil justificar sus deslices. Dos argumentos fueron los más comunes: ¿a quién le beneficiaba más la muerte de la pareja?, y ¿por qué el presidente no fue al funeral? A partir de esas dos preguntas, alzaban la voz para condenar, con una certeza casi absoluta.

No me preocupa mi tío paranoico ni mi amigo el conspirador en las cenas familiares. Tampoco personas con quienes convivo en las redes sociales aunque es fácil cansarse de especulaciones encadenadas. Me ocupan las voces autorizadas, los profesionales. Primero, porque su autoridad emana de quien la acepta. Segundo, porque al existir dicha autoridad están ejerciendo un poder y, como lo dije al principio, el poderoso siempre puede convencer al otro de que su interpretación es la correcta. Para eso no se necesitan pruebas de ningún tipo. Se requeriría, en cambio, una buena dosis de responsabilidad pero eso, al parecer, se ha esfumado tanto como la cordura en nuestros días.

Jorge Alberto Gudiño Hernández
Jorge Alberto Gudiño Hernández es escritor. Recientemente ha publicado la serie policiaca del excomandante Zuzunaga: “Tus dos muertos”, “Siete son tus razones” y “La velocidad de tu sombra”. Estas novelas se suman a “Los trenes nunca van hacia el este”, “Con amor, tu hija”, “Instrucciones para mudar un pueblo” y “Justo después del miedo”.

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