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Jorge Alberto Gudiño Hernández

29/11/2014 - 12:03 am

¿Qué? ¿Cómo?

Existen problemas irresolubles. Lo son porque ninguna respuesta es satisfactoria, porque no existen las herramientas necesarias para afrontarlos o porque su complejidad es tal que nadie puede vislumbrar posibles soluciones. Entre ellos, también hay otros de los que se conoce a dónde se quiere llegar pero no se tiene idea del camino para conseguirlo. Las […]

Existen problemas irresolubles. Lo son porque ninguna respuesta es satisfactoria, porque no existen las herramientas necesarias para afrontarlos o porque su complejidad es tal que nadie puede vislumbrar posibles soluciones. Entre ellos, también hay otros de los que se conoce a dónde se quiere llegar pero no se tiene idea del camino para conseguirlo. Las matemáticas y la física están plagadas de ellos.

         En México parecemos estar inmersos en un problema irresoluble con la particularidad de que conocemos la respuesta última a éste. El problema, claro está, es el gobierno, el estado o ambas cosas. Esto se puede extender a problemáticas menores que afectan nuestra vida cotidiana: corrupción, impunidad, falta de servicios, un sistema precario de seguridad, falta de oportunidades, empleo insuficiente, una economía endeble y un sistema educativo lamentable, por mencionar unos cuantos porque la lista se podría extender sin mucho esfuerzo. El problema, de nuevo, es que no vivimos en el país que queremos. Si somos simplistas, la respuesta radica en emigrar (cosa que no podemos hacer todos) o en generar un cambio sustantivo del país.

         Visto así, la solución a nuestro problema es sencilla. Quisiéramos vivir en un país muy civilizado en el que no existiera una brecha tan grande entre los que más tienen (dinero, poder, oportunidades) y quienes menos poseen. Nos sumaríamos gustosos a un modelo como el finlandés, el canadiense o el suizo. No sólo son lugares donde se respetan las garantías individuales sino donde el nivel de vida es mucho más alto que en el nuestro y, además, las tasas de criminalidad son muy bajas.

         Así pues, sabemos cuál es la respuesta; sabemos qué queremos. El problema estriba en cómo conseguirlo. Los defensores a rajatabla de la democracia nos dirían que en las urnas pero ésa ya no es una alternativa válida. En nuestras boletas electorales vendrán partidos que no nos representan. Los últimos meses (¿los últimos años?), hemos sido testigos de cómo la corrupción y la impunidad han infectado a cada uno de estos órganos electorales y en México es imposible votar por candidatos independientes.

         ¿Entonces?

         Esos mismos entusiastas del sistema podrán aducir que las cosas han cambiado, que la democracia en nuestro país es frágil pero existe. No es cierto. Basta pensar en los últimos veinticinco años (la alternancia en el gobierno del D.F., la alternancia en la presidencia, la alternancia en algunas gubernaturas) para saber que es falso. Al margen de las teorías del estado, nada ha mejorado para la gente común y corriente. Los problemas siguen. La situación se agrava.

         ¿Entonces?

         Los radicales hablan de revoluciones, amenazan con matanzas, se piensa en soluciones extremas que incluyen, todas ellas, a la violencia. Dudo que eso pueda mejorar nuestras circunstancias. Al contrario, exacerbaría nuestros problemas. La Historia (así, con mayúsculas) da cuenta de ello con meridiana claridad y contundencia.

         ¿Entonces?

         La desobediencia civil, señalarán unos cuantos. Tampoco ha funcionado más que a pequeña escala. Somos muy desorganizados pero, peor aún, gran parte de la población no está en condiciones de integrarse a esa respuesta pacífica que bien podría rendir algunos frutos. Escasos. Supongo que la razón es que muchos mexicanos prefieren cierta estabilidad, pese a todo, que integrarse a un desgastante proceso de desobediencia sin que se vislumbren sus ventajas. Baste pensar en todas las personas que se saltaban los torniquetes en el Metro cuando subieron la cuota. La protesta habría servido si hubiera perdurado y si hubieran sido todos y cada uno de los usuarios. De lo contrario, termina diluyéndose como, de hecho, lo hizo.

         ¿Entonces?

         Confieso que no tengo idea. A mí no se me ocurre cómo resolver los problemas del país. Intuyo, eso sí, que debemos partir de una voluntad y tener la intención de conseguirlo. Intención que deberían compartir los gobernantes. Como parece que no es así, regresamos al principio: un problema irresoluble, como los hay tantos. Por fortuna yo no soy el único que piensa en ello. Mi esperanza radica en que, algún día, alguien dé con el mecanismo para llegar a la solución tan anhelada. La misma que nos convocará a todos los que deseamos este cambio.

Entonces el problema será tremendamente complejo pero, al menos, ya no será irresoluble.

Entonces pagarán los malos y se beneficiarán los buenos (así de maniqueo me he vuelto).

Entonces nos gobernarán los mejores.

Entonces tendremos un mejor país.

         Entonces.

Ojalá sea pronto.

Jorge Alberto Gudiño Hernández
Jorge Alberto Gudiño Hernández es escritor. Recientemente ha publicado la serie policiaca del excomandante Zuzunaga: “Tus dos muertos”, “Siete son tus razones” y “La velocidad de tu sombra”. Estas novelas se suman a “Los trenes nunca van hacia el este”, “Con amor, tu hija”, “Instrucciones para mudar un pueblo” y “Justo después del miedo”.

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