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Alma Delia Murillo

29/07/2017 - 12:05 am

El diablo está en las caderas (y en el reguetón)

El reguetón, que viene del reggae, tiene bases afro-caribeñas que hacen mover las caderas inevitablemente. Porque se perrea con el culo, con la pelvis y con el pubis, ahí donde se concentra el deseo. Ni modo que las letras de esos ritmos no hablen de sexo. Pos oigan.

Para mi sobrina Madai, y su playa nueva

lo insultante en Joséphine no eran sus tetas al aire ni su exquisita piel desnuda: era su vitalidad, las ganas de vivir que provocaba sacudiendo las caderas. Foto: YouTube

 He concluido que el reguetón es una parafilia. De otra manera no puedo explicar por qué nos escandaliza tanto.

Que a estas alturas de su rancio pleito los vigilantes de la moral y la corrección política —siempre revoloteando como moscardones sobre cualquier expresión histórica, vuelvan a poner la mirada en la “pasión catastrófica” de la carnalidad desbordada, resulta de lo más predecible. Ciclo eterno.

Es sorprendente nuestra incapacidad para vivir con el cuerpo sin rechazarlo, sin esconderlo, sin que una loca desesperación por entrenarlo para que deje de ser animal nos empuje a negarle un montón de manifestaciones.

Que el mundo se reguetonizó, pues sí. De unos años para acá ese ritmo sincopado y esas letras tan demoledoras como elementales resuenan en todo sitio.

Me intriga y me fascina la preciosa ironía de que la chaviza quiera escuchar canciones que hablan de coger como mamíferos descontrolados, de mandar al carajo la monogamia, de dejarse penetrar por cuanto orificio ofrezca el cuerpo para ello, de la mañana siguiente después de un desenfreno lascivo patrocinado por el alcohol… justo en estos tiempos donde la corrección política persigue con una virulencia notable todas las expresiones que no encuentra incluyentes ni respetuosas y se pronuncia por enterrar para siempre la palabra “puto” y nos exige a las mujeres que —“si en algo nos valoramos y valoramos la causa de género, dejemos de asumirnos como un objeto sexual”. Una ironía represiva dentro de otra. Orgía de ironías y felices los cuatro, beibi.

Pero creo que algo tiene que ver un asunto con el otro. Me explico: sabemos que la ansiedad se alimenta de la restricción. No es ningún hallazgo pero a veces viene bien recordar las obviedades; si nos restringimos lo que sea, pronto nos descubriremos deseándolo con una ansiedad desenfrenada.

En el contexto de la primera y la segunda guerras mundiales, la fantástica bailarina Joséphine Baker escandalizó a la Europa moribunda y asesina que representaba el nazismo. No podía ser de otra manera, lo insultante en Joséphine no eran sus tetas al aire ni su exquisita piel desnuda: era su vitalidad, las ganas de vivir que provocaba sacudiendo las caderas en un mundo deprimido por la pulsión de muerte de la guerra.

Que los letristas reguetoneros escriben del carajo, sí. Cómo negarlo.

Que las letras son ofensivas, depende el criterio, pero es igual o más ofensivo que pensemos que la banda que escucha eso no puede discernir y serán poseídos como zombis acéfalos para ejecutar lo que dicen las canciones. Son jóvenes, no idiotas. No pequemos de lo mismo que acusamos subestimando su capacidad de elección.

Además, camaradas, está el asunto de las irresistibles percusiones donde el cuerpo encuentra la tierra prometida para el animal indómito que alguna vez fuimos.

El reguetón, que viene del reggae, tiene bases afro-caribeñas que hacen mover las caderas inevitablemente. Porque se perrea con el culo, con la pelvis y con el pubis, ahí donde se concentra el deseo. Ni modo que las letras de esos ritmos no hablen de sexo. Pos oigan.

Alardeamos de nuestra defensa por la libertad pero cuando vemos a alguien libre de verdad, no lo soportamos. Nuestra urgencia por negar el cuerpo como si fuera un desconocido que nos deshonra, ha condenado a la carne a la noche de la cultura. Pero el mundo sigue siendo corporal, físico, obsceno, torcido…  no importa cuánto necesitemos negarlo. Pienso, por ejemplo, en la mirada del cineasta Pier Paolo Pasolini;  ya sé que hay niveles de calidad en las expresiones artísticas pero hay un punto de intersección: el foco sobre lo bestial, sobre el deseo carnal sin límites.

Y desde luego que a este tema también lo atraviesan las clases sociales y culturales. Esas que tanto deseamos nos identifiquen como miembros de un grupo mejor que el grupo donde está el resto. Imaginen un club parisino cuyos socios se reúnen a ejecutar toda suerte de faenas amatorias: tríos, orgías, permutas de pareja, sexo a ciegas, cámaras de lluvias doradas… todo a ritmo de reguetón. Qué elegante, quizá diríamos. Qué curioso.

La carnalidad y sus expresiones, incluido el reguetón, pueden ser fascinantes o repulsivas, según dicte el criterio del lóbulo frontal de cada uno que es donde se originan los juicios. Ustedes dirán.

Pero yo tengo que confesar que, harta como estoy de nuestras manías de seres correctos y triunfadores, me alegra profundamente que el cuerpo nos siga derrotando.

 

@AlmaDeliaMC

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