Antonio Salgado Borge
29/07/2016 - 12:00 am
¿La muerte de la muerte?
La idea de “congelar” humanos para reanimarlos en el futuro no es nueva, pero hasta hace apenas un par de décadas era considerada rotundamente inviable.
Eric Cartman, uno de los cuatro niños que protagonizan la irreverente serie animada Southpark, deseaba obsesivamente la nueva consola anunciada, pero todavía no comercializada, por Nintendo. Insomne y consumido por su ansiedad, Cartman no estaba dispuesto a esperar algunas semanas a que el aparato saliera a la venta. Así que un buen día decidió lanzarse en busca del objeto de su deseo, sin considerar las consecuencias -algo no poco frecuente en este personaje.
Desoyendo las advertencias de sus compañeros, el maquiavélico pequeño concluyó que la formas más inteligente de resolver su problema era congelándose mediante una suerte de experimento de criogenia casera. De acuerdo con su plan, su fiel escudero lo descongelaría en la fecha exacta del lanzamiento del Nintendo. Sin embargo, en el camino algo le salió muy mal. A pesar de que, contra todo pronóstico, Cartman logró “viajar” al futuro, un incidente no previsto provocó que fuera descongelado varios siglos después del día programado. De esta forma, Eric Cartman terminó por quedarse sin su consola.
Sorprendentemente, en 2016 la idea de Cartman podría no resultar tan disparatada como el sentido común nos sugiere. Al menos eso es lo que piensan dos grandes empresas y miles de personas que han contratado sus servicios para ser “congelados”, vivos o muertos, con la esperanza de ser reanimados en el futuro, donde podrían ser curados de enfermedades, o resucitados gracias a procedimientos que hoy no están disponibles. De acuerdo con un reportaje publicado por la influyente revista británica New Scientist (Julio 2-8, 2016), la compañía Timeship (“Nave del tiempo”) está construyendo en Texas instalaciones, dignas de una película de ciencia ficción, con capacidad para albergar a más de 50 mil individuos desanimados criogénicamente. Algo similar ofrece actualmente la empresa Alcor a los más de mil clientes de diversas partes del mundo que le han confiado su futuro.
La idea de “congelar” humanos para reanimarlos en el futuro no es nueva, pero hasta hace apenas un par de décadas era considerada rotundamente inviable. Y es que no hace falta ser un médico para entender que una persona congelada es una persona muerta. Sin embargo, de acuerdo con New Scientist, los recientes avances en criogénica han permitido vencer algunos de los obstáculos que eran considerados insalvables. Empleando una técnica común para preservar órganos, actualmente la sangre de una persona puede ser cristalizada, evitando así los daños provocados por el congelamiento tradicional. También se han diseñado nuevas herramientas para monitorear la evolución del paciente desanimado, y para evitar que el cuerpo de una persona considerada muerta sufra daños irreparables.
Los fisicalistas más radicales piensan que incluso la mente humana podría ser preservada si se mantiene cristalizado nuestro cerebro. New Scientist da cuenta del caso paradigmático de una niña de dos años que, después de haber sido rescatada del fondo de un arroyo gélido en que permaneció sumergida por más de una hora, y luego de ser declarada muerta, fue revivida por doctores calentando su sangre con una máquina durante dos horas. Increíblemente, la pequeña se recuperó por completo y siguió con su vida como si nada. Se cree que la velocidad a la que se congeló su cerebro jugó un papel fundamental en su conservación. En el mismo sentido, experimentos en laboratorios han demostrado que, una vez reanimados, los gusanos pueden conservar información que han memorizado antes de ser congelados.
Una puerta del tamaño de una catedral se ha abierto, de par en par, gracias a estos avances: a saber, la cada vez menos descabellada posibilidad de que los seres humanos logremos ganar algunas batallas a la implacable muerte. La anhelada eternidad es una meta bastante más complicada, ya que la Tierra tiene fecha de caducidad y la mayoría de los astrofísicos considera que el universo como lo conocemos no durará por siempre. Además, todo parece apuntar a que si vivimos el tiempo suficiente eventualmente moriríamos de algún tipo de cáncer. Sin embargo, nuestra lucha por alargar nuestra existencia el mayor tiempo posible es permanente.
Desde luego que uno podría preguntarse por qué estamos obsesionados con tal cosa. Una posible respuesta es el miedo, aunque Platón se encargó de recordarnos que las razones que nos llevan a temer a algo que no conocemos y que, por ende, no podemos calificar a ciencia cierta de malo, son cuestionables. También podríamos suscribir los argumentos que nos invitan a preguntarnos si puede ser tan grave un estado de conciencia que es idéntico al que teníamos antes de nacer; es decir, un estado que no experimentar conscientemente.
Como sea, ni este tipo de reflexiones, ni la promesa teológica de una vida eterna en un paraíso, parecen ser grandes consuelos ante el temor a la muerte. Tampoco lo es la ciencia. La teoría la evolución es una de las más valiosas joyas científicas de nuestra historia, pero, como diría el filósofo Philip Kitcher, claramente no es de gran utilidad invocar a Darwin al momento de consolar a los dolientes en un funeral. Quizás por ello a pesar de que, según sus propios directores, actualmente nada garantiza que los procedimientos de Alcor y de Timeship serán exitosos, son tantas las personas que deciden pagar más de 200 mil dólares con tal de mantener viva su esperanza –confirmando que, en efecto, es lo último que muere-.
Lo cierto es que los mismos avances criogénicos que han propiciado una demanda exponencial de espacios para mantener órganos y tejidos, ahora han abierto la puerta a que la perpetuación de nuestras vidas supere las fronteras conocidas . A quienes ven algo de inmoral en ello, los promotores de esta posibilidad responden que nadie en su sano juicio se opone a los medicamentos que mejoran y alargan la vida de pacientes con enfermedades graves. Tampoco parece molestarnos que la expectativa de vida se incremente sostenidamente.
Pero hay una consideración adicional que, si bien no ocupa gran espacio en el debate sobre criogenia, haríamos bien en tener en cuenta. En Southpark, Eric Cartman fue descongelado en el año 2,546 exclusivamente porque vivió en una época y en un lugar específicos que, en el futuro, deben ser estudiados. Su situación le es explicada con frialdad: “Verás, mi amigo, fuiste descongelado por una razón… mucha gente se congeló en laboratorios criogénicos, y no los andamos descongelando”.
Y es que al asumir que para los habitantes de un planeta superpoblado algún día será atractivo estar reanimando a generaciones distantes a las que seguramente ni siquiera habrán conocido, que no entenderán el contexto presente y que probablemente batallarán para ser autosuficientes, revelamos los alcances de nuestro egocentrismo y de nuestra estrechez de miras; nos vemos un poco como Eric Cartman cuando decidió que en el futuro sería descongelado para jugar su Nintendo.
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