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Tomás Calvillo Unna

29/07/2015 - 12:01 am

¿Qué pasó? ¿Qué pasa? ¿Qué pasará?

Aprendimos a jugar fútbol en las calles. Los postes de las porterías eran ladrillos o sudaderas. Al grito de viene un coche, nos hacíamos a un lado y veíamos como, los automovilistas respetaban nuestra cancha y evitaban aplastar nuestras señales. Viajábamos en aventón, nos íbamos cerca de las casetas de la carretera y ahí iniciábamos […]

Aprendimos a jugar fútbol en las calles. Los postes de las porterías eran ladrillos o sudaderas. Al grito de viene un coche, nos hacíamos a un lado y veíamos como, los automovilistas respetaban nuestra cancha y evitaban aplastar nuestras señales.

Viajábamos en aventón, nos íbamos cerca de las casetas de la carretera y ahí iniciábamos nuestra aventura hacia el paraíso de la pubertad que se encontraba en el eje Cuernavaca-Acapulco, y en el bajío y el centro-norte se localizaba también la meca iniciática en Querétaro. Nos gustaba acampar en la playa de la Ropa en Zihuatanejo, días y noches a un costo mínimo y seguros, disfrutando del país; la era del turismo acabó con todo ello, el gran turismo le llamaron, frente al pequeño, ese que miles realizábamos con libertad, imaginación y solidaridad con los habitantes de cada lugar que conocíamos.

En medio del estado autoritario y represivo que golpeó entre otros a nuestros hermanos mayores: los estudiantes del 68, podíamos con paz y creatividad explorar ese mundo que sin saberlo ya estaba partido por dentro.

Era un México, donde los vecinos contaban, donde la confianza entre unos y otros estaba a flor de piel; y de pronto aquello que estaba lleno de íconos de esperanza, sobresaliendo el “Che” Guevara que se llevó la portada de nuestra primera revista independiente en mimeógrafo, y Jimmy Hendrix, Janis Joplin, los Beatles y demás, se empezaron a mezclar con una densa sombra que se extendía por los poros de las ciudades y el campo.

Fue con López Portillo que empezó a ser evidente que el crimen, el narcotráfico y la política se habían entrelazado. El jefe de la policía de la capital del país se llamaba Durazo, dejó el Partenón por herencia; los sueños de la élite de la coca y el poder. Después comenzó el precipicio con Miguel de la Madrid, Chihuahua, El General, el Secretario de Gobernación, la DEA, Caro Quintero, y etcétera, etcétera; y desde entonces ya no se detuvo la invasión de la violencia; la cultura trastocada de los sesenta cuyo origen era explorar el mundo de la mente y el ser, se convirtió en la esclavitud de la adicción y la violencia. El dinero exprés, la degradación colectiva, el reino de la amenaza y el fin de la paz social llegaron.

La libertad y gratuidad del aventón que nos reconocía como una comunidad diversa que se daba la mano para transitar se acabó, en su lugar, el peligro, el rapto, el miedo. ¿Qué país es este?, ¿qué país estamos dejando a nuestro hijos? Nada más basta revisar las redes y los insultos, el odio, la estupidez.

Por su puesto que no es todo, pero es lo que domina hoy el paisaje. Los ciudadanos incapaces de reunirse y unirse: egos, ideologías y una ignorancia imperdonable. En mucho somos impresentables; ahí está Ayotzinapa, por esos estudiantes desaparecidos ya nos debíamos de haber detenido y no continuar con la maquinaria, no lo hicimos y llegaron más tragedias. Envidias, intolerancia, el diccionario no alcanza para describir la miseria dominante; y los jueces, las voces justicieras y puras quemando cualquier posibilidad de imaginar y hacer posible algo distinto. No son los Estados Unidos, ni sólo el capitalismo salvaje, somos nosotros, en nuestros pequeños mundos destruyéndonos, ¿hasta cuándo?

El fútbol de la calle se lo robo la televisión, y ahí está, ganando dinero y desvirtuándose. Las señales para saber si vamos por buen camino son sencillas, al ras del suelo, y no necesitamos demasiada información para saber que es cierto, no vamos por buen camino, es más no vamos por ningún camino, nos hemos extraviado; tiene que ver con el alma de una nación, es un tema de esa magnitud y hondura, pero pocos lo entienden así y desde el poder menos.

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