Oración por los negociantes de petróleo

29/07/2013 - 12:00 am

De Iluminar la tormenta (inédito)

 

Qué importa que tengamos nuevas intenciones,
qué importa que las intenciones tengan nuevas manos
o que nuestras manos, amargas y recientes, deban acostumbrarse
a cultivar el tabaco necesario para comprender el olor de la tristeza;
la misericordia de un absoluto amor hacia todas las cosas que ya desaparecen.

Sepan ustedes que fui campesino cuando la tierra exigía de los hombres
una juventud desnutrida, ingenuamente entusiasta en los días de su miseria,
sueños propios que aventábamos, en el ayuno dichoso,
sobre el suelo envejecido de esta sucia patria,
con la humildad de una caricia quebrada, semillas tiernamente rotas.

Oramos, pero el día que llegó para reparar nuestra desgracia,
a las seis de la mañana de una fecha importante,
entró el ejército de negociantes de petróleo por nuestras puertas descastadas
para firmar, sobre nuestra frente ignorante, un signo negro que no comprendimos.
Habíamos vendido todo lo que tuvimos sin saberlo.

Nos insultaron,
nos trataron como perros, nos violaron, y cuando quisieron asesinarnos a todos
no pudieron –por razones que ignoro hasta la fecha– detener nuestra angustia en este mundo.
No pudieron castigar a los brutos que declarábamos la esperanza sembradores,
campesinos de albahaca en la tormenta,
ingenuos, inconformes e inútiles.

¿Quién daría las gracias a aquellos que, con el peso de la muerte,
sembraron sobre la tierra el espíritu combativo de un pueblo ensangrentado,
oh paradoja, con la bendición de la muerte, amparados y malditos por ella?
Nos abrimos paso entre la basura, entre los escombros, ahí construimos nuevas casas,
porque desde que llegaron,

el hierro sombrío de máquinas prodigiosas, hijas de la modernidad salvaje,
nos educó para cambiar nuestros sueños por armas tecnológicas: hicimos pasar a los ricos
por el ojo de la aguja,
y desde entonces ya no supimos distinguir la basura de la almendra.
Pero el ejército de negociantes no se conformó con el dinero que su poder trajo a nuestra comunidad,
comenzaron a envenenar el alma de  los niños con ideas falsas, era  aprender esto o arrinconarse hasta la muerte entre muros orinados
por la estatura de las mismas ambiciones,
competir en la nueva sociedad o verse humillado por la pobreza, por el tono de una música tan dura.

Nuestros hijos aprendieron a utilizar estas máquinas, aun antes de aprender a colocar
sus deseos en el exagerado mar de la belleza común,
ciertas caricias en los brazos de otra gente,  el deseo prosperaba, la ambición,
la obstinación, la competitividad, el poder, la economía, la política, el futbol;
condenados, nuestros hijos, con una sombra en los ojos
pusieron yesos en sus manos para que el fuego de la nueva patria
no pudiera quemarlos. Miserables boxeadores, se ocuparon en dejarse golpear para golpear.
En estos días tristes, qué importa que los puños tengan nuevas intenciones,
que las intenciones tengan nuevas manos y
que estas manos sostengan la misma esperanza de siempre,
nos hemos convertido en negociantes de petróleo también.

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