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Gisela Pérez de Acha

29/06/2014 - 12:00 am

Burqas, discriminación y laicidad

Pocos temas tan controversiales como las burqas, hijabs o velos musulmanes. ¿Son el símbolo de la opresión femenina y la cultura patriarcal? ¿O más bien son la expresión colectiva y religiosa de ciertas culturas en “otro lado” del mundo? El debate resurge en Francia a partir del caso Baby Loup, decidido el 16 de junio […]

Pocos temas tan controversiales como las burqas, hijabs o velos musulmanes. ¿Son el símbolo de la opresión femenina y la cultura patriarcal? ¿O más bien son la expresión colectiva y religiosa de ciertas culturas en “otro lado” del mundo?

El debate resurge en Francia a partir del caso Baby Loup, decidido el 16 de junio de este año por el máximo tribunal jurisdiccional de derechos humanos: la Corte de Cassation. Baby Loup es una guardería feminista, que abre con la intención de cuidar a los hijos de mujeres con altas cargas profesionales. Fatima Afif trabajaba en la guardería, y fue despedida en 2008 porque se negó a quitarse su velo musulmán, violando así lo que decía el reglamento interior de la empresa:

“El principio de libertad de conciencia y religión de los miembros del personal, no puede ser obstáculo al respeto de los principio de laicidad y neutralidad al interior de la empresa…”

Después de seis años de litigio, la Corte valida el despido por parte de Baby Loup, argumentando que la laicidad, entendido como el respeto a la libertad de conciencia religiosa, no aplica para la esfera privada. Vaya liberalismo tan decimonónico.

En el fondo lo que vemos son dos nociones distintas englobadas en la misma palabra de “laicidad”: la primera se conoce como laicismo e implica, igual que el reglamento de Baby Loup, la intolerancia hacia cualquier manifestación religiosa; la segunda, sostenida por la Corte es la inclusión y el respeto de los sentimientos religiosos dentro de un Estado secular.

Tanto la derecha como la izquierda francesas, parecen privilegiar el laicismo. Cualquier signo visible de afiliación religiosa no es bien recibido en la esfera pública, sobre cuando hablamos de minorías, en este caso musulmanas. La izquierda defiende la exclusión de la religión de los espacios públicos y el derecho de los niños a la “neutralidad” religiosa. La derecha por su parte, aprovecha el discurso “laico” para implementar políticas anti-migración y hacer prevalecer “el modo de vida francés.”

Esto ya tiene bastante tiempo. En un inicio, la Ley de Septiembre de 2004 prohibió la portación de símbolos religiosos en escuelas públicas; luego la Ley de Octubre de 2011 –expedida por el entonces presidente de derecha Nicolas Sarkozy– prohíbe las prendas que escondan el rostro en el espacio público (particularmente las burqas y los niqabs).

Si enmarcamos la discusión en el mundo post-ataques terroristas a las Torres Gemelas, no es menor que la Ley de Sarkozy prohibiera todo tipo de “prenda que esconda el rostro”. Y es que para la derecha, cubrirse el rostro es terrorismo (o anarquismo violento, como diría nuestro gobierno). Para la izquierda, es un tema de dignidad inherente a todo ser humano: tapar el rostro, te quita la calidad de persona y te cosifica. En todo caso, al hablar de la religión musulmana, ambas posturas coinciden.

Ahora, vale la pena hacer una distinción. No es lo mismo un hijab, una burqa y un niqab. Esto lo supe por una amiga que conocí con Femen: Amina. Es de Túnez y fue encarcelada por subir una foto con el torso desnudo con un eslogan en árabe que leía: “Este cuerpo es mío, y no es fuente del honor de nadie”, mientras fumaba y leía un libro, dos actividades prohibidas a las mujeres en su religión.

Femen.org
Femen.org

El hijab, es el velo que no cubre la cara, y tiene diferentes formas dependiendo de la cultura de cada país. El niqab y la burqa, por su lado, son producto del Islam que es la expresión política y a menudo fundamentalista de la religión musulmana. “El Corán distingue entre lo público y privado”, decía Amina, “naces siendo musulmán, es algo que está en la sangre, como los judíos, a nosotros no nos bautizan. Pero sólo hay algunos que eligen vivir la religión de manera pública, y a veces extrema, y eso es el Islam.”

hijab, niqab y burqa en ese orden. Créditos: Femen.org
hijab, niqab y burqa en ese orden. Créditos: Femen.org

Amina nos contaba que varios musulmanes están en contra de la burqa y el niqab, por considerarlas manifestaciones extremistas. El Corán sólo manda a la modestia y a cubrir las partes personales. Pero como no hay autoridad ni “Papa” que interprete un libro tan viejo, existen varias maneras de leerlo.

Desde mi punto de vista, la discusión no se puede separar de un análisis de género, pues sólo las mujeres usan burqa mientras los hombres no se cubren toda la cara a pesar de que el Corán vale para todos.

Además, la burqa se empieza a usar una vez que la mujer puede embarazarse: es decir, a partir de la primera menstruación. Se tapan cuando ya tienen la capacidad para reproducirse. En segundo lugar, se utiliza en espacios públicos y frente a hombres solteros, llamados mahram. Una vez que la mujer está casada, depende del marido la decisión sobre si sigue usando la burqa o no.

Cuando Femen confronta a las musulmanas, diciéndoles que se quiten la burqa por ser el peor símbolo de opresión patriarcal, las musulmanes contestan dos cosas: “No necesito que me liberes” y “La burqa me protege de la cosificación por parte de los hombres.”

Entiendo el primer argumento que implica una decisión autonóma. Además, después del ataque a las Torres Gemelas, es cierto que los americanos usaron las burqas como caricatura de la opresión talibana para justificar la invasión en Afganistán. Un ejemplo de ello es este documento de Estado, titulado “The Taliban War Against Women” o el documental hecho por Dispatches. En este contexto, es entendible que la “liberación” se lea en clave colonialista.

Sin embargo, el decir que la burqa “protege a las mujeres de ser cosificadas por los hombres” me parece complicado si lo vemos desde el punto de vista de lo que las feministas llaman teoría de la violación. El argumento parece decir: a diferencia de ustedes, occidentales desnudas, yo me cubro, para que los hombres no hagan de mí un objeto sexuado. Es poner la culpa en el cuerpo de la mujer, objeto de todo pecado; y representar al hombre como si no pudiera controlarse.

En este sentido Abdulla Daoud, un clérigo de Arabia Saudita, propuso hace apenas unos meses que las “niñas bebés usaran burqa para prevenir violaciones.” O qué tal que en Egipto, si una mujer no está cubierta y es violada, comparte la mitad de la pena con su agresor por haberlo provocado. Sin mencionar el escándalo de la turista noruega en Dubai, quien fue procesada por denunciar una violación por haber cometido el delito de “sexo fuera del matrimonio.”

Pero no me gustaría irme a los extremos. En todo caso, que la sentencia de Baby Loup sirva para darnos cuenta que la mejor aproximación no es la intolerancia prohibitiva del Estado porque siempre hay casos de excepción. La democracia también implica el respeto a expresiones religiosas, aunque las odiemos, pero sin que eso signifique que dejemos de criticar.

Sí puedo imaginar a mujeres que usen la burqa de manera libre e inclusive como acto de disenso. Sí puedo imaginar el fuerte vínculo cultural e identitario que implica cubrirte la cara o el pelo. Pero también puedo imaginar lo contrario: mujeres que quisieran dejar de usarla, y son coaccionadas por un sistema legal y religioso al punto de no poder hacerlo.

No sé qué sea peor: un Estado laicista que prohíbe las manifestaciones religiosas o un sistema cultural que obliga a las mujeres a usar burqa so pena de ser culpabilizadas en caso de violación. En todo caso, el primero se dirige a toda la población, pero el segundo implica una carga injustificada al cuerpo de las mujeres por el simple hecho de tener la capacidad de reproducir.

¿Cómo ser laicos garantizando al mismo tiempo el derecho a la igualdad? La respuesta, tal vez, queda en el tintero.

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