En el número 95 de la revista Artes de México se habla del papel de los rótulos comerciales, su origen y su evolución, planteado en un inicio como un “muralismo paralelo”, con otras intenciones y con otro desarrollo.
Por Paula Vite
Ciudad de México, 29 de mayo (SinEmbargo).- Los rótulos comerciales forman parte del paisaje histórico mexicano, convivimos con ellos, los entendemos, los reconocemos y los consumimos, pero han estado tan insertos en nuestra cotidianidad que nos han pasado desapercibidos hasta ahora que somos testigos del crimen de su desaparición. Su existencia se cuestiona desde el deseo de generar una atmósfera moderna y con aspiraciones “primermundistas” en México, una atmósfera clasista que rechaza la tradición y lo mexicano que no se etiqueta como Mexican courious, que no se exotiza.
En el número 95 de la revista Artes de México se habla del papel de los rótulos comerciales, su origen y su evolución, planteado en un inicio como un “muralismo paralelo”, con otras intenciones y con otro desarrollo. Son obras no monumentales, ni de carácter serio; no pretenden tener un contenido intelectual, sino de consumo; tampoco pretende ser llamado arte en un sentido académico ni glorificado, sin embargo, los rótulos contienen “una estética colectiva y anónima, dispar y dispersa, que emanó de la contaminación e integración del paisaje urbano de un México premoderno”, dice Margarita De Orellana.
La memoria que tienen los rótulos comerciales sobrepasa algunas de las estrategias contemporáneas de mercadotecnia, no necesitamos que un puesto de “Ricas tortas” de aluminio esté ambientado, ni pintado de un color “que dé hambre” para que se nos antoje lo que ahí venden, su familiaridad es suficiente. No desconfiamos de una carnicería con un puerco cínico cercenándose a sí mismo, incluso, podría ser preferible a una carnicería moderna: los mexicanos confiamos que en lo tradicional “se conoce el oficio” de aquellos que ya son como familia. Así sucede en los barrios de la ciudad, barrios a los que no llamaremos colonias, porque estos mismos parecen en inconsciencia colectiva negarse a esta palabra que suena casi tan agria como “gentrificación”, que parece otro eufemismo de invasión.
Los rótulos están insertos en nuestros paisajes a manera de lenguaje visual, como mencionó Enrique Soto Eguibar, “…tienen una simbología precisa: vacunos y cerdos para las carnicerías (eventualmente también aparecen algunos caprinos); pollos en todas sus variantes¬ ¬–hasta en bikini– para las pollerías; pasteles y princesas para las pastelerías; automóviles para los talleres mecánicos; llantas para las talacherías; imitaciones de personajes de Walt Disney para las papelerías; peces y pulpos para las marisquerías (…)”. que se rigen bajo su propia estética, estilo y composición, mismo lenguaje que se ha utilizado como herramienta para establecer puentes de comunicación de la clase política y empresarial con las clases populares.
En la Ciudad de México, en mayo del 2022, los rótulos y su conservación o desaparición son un tema de acalorada discusión por las atribuciones de administración pública, sin embargo, este número de la revista Artes de México fue publicado en el 2009, y desde ese momento se plantea el problema de su finitud. En la revista, Manuel Velasco, rotulista desde hace más de 29 años ahora, menciona que el oficio se ha ido perdiendo debido a la introducción de los medios digitales e impresiones en lona. Trece años después de aquella entrevista, observamos que los rótulos siguen más vigentes que nunca, ante su parcial desaparición en la Alcaldía Cuauhtémoc en la Ciudad de México, se han revalorizado desde una perspectiva de conservación de un patrimonio y de una nostalgia de un México pre-moderno, una estética no de un artista en particular, o de una obra firmada, de algún monumento al ego, sino una popular, rica, variada, irreverente y disparatada, como el espíritu mexicano..