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Antonio Salgado Borge

29/05/2015 - 12:02 am

¿El fin justifica los medios?

La noticia sobre un enfrentamiento en el que perdieron la vida 42 presuntos delincuentes y un policía federal en Tanhuato ha reavivado la discusión sobre la forma en operan nuestros cuerpos de seguridad cuando se trata de enfrentar criminales. Contra las diversas voces que han señalado que los antecedentes más inmediatos obligan a tomar la […]

La noticia sobre un enfrentamiento en el que perdieron la vida 42 presuntos delincuentes y un policía federal en Tanhuato ha reavivado la discusión sobre la forma en operan nuestros cuerpos de seguridad cuando se trata de enfrentar criminales.

Contra las diversas voces que han señalado que los antecedentes más inmediatos obligan a tomar la versión oficial con reservas, que es muy sospechoso un saldo tan favorable para la policía y que no debemos descartar ninguna posibilidad, han surgido otras que acusan a los escépticos de defender a los delincuentes antes que a los policías federales o al ejército.

Es una falacia pensar, como lo ha expresado Ricardo Alemán en El Universal, que quienes están a favor de los derechos de los seres humanos venidos a delincuentes están necesariamente en contra de la tarea de los cuerpos policiacos o los detestan con “un odio maniqueo”. En un escenario como el actual, sería injusto desestimar el enorme sacrificio y coraje que implica formar parte de algunas de las misiones emprendidas por los cuerpos operativos de seguridad del Estado mexicano. Incluso quienes nos oponemos a mantener la fallida estrategia bélica debemos reconocer que muchos policías y soldados arriesgan su vida en el ejercicio de sus funciones a cambio de salarios reducidos.

La mayoría de los mexicanos exigimos seguridad. De eso no cabe la menor duda. El riesgo es que, ante el apremio de la actual crisis, nuestra desesperación nos lleve a avalar métodos contundentes de efecto inmediato y gratificantes –la venganza suele serlo-, pero con consecuencias sociales funestas.

El inducido contexto de guerra en que nos encontramos inmersos contribuye a la percepción de que estamos ante una historia, similar a las que abundan en las malas películas hollywoodenses, en la que los buenos –héroes- son siempre seres humanos nobles que en defensa del bien pueden hacer uso de cualquier medio a su alcance. Consecuentemente, los malos –villanos- son concebidos como individuos radicalmente malvados y envilecidos que deben ser exterminados a cualquier precio.

“¿El fin justifica los medios? ¿Es eso posible? ¿Pero que justifica el fin?” , se preguntaba Albert Camus para responderse inmediatamente,  “¡Los medios!”.

Y es que bajo el amparo de la premisa “el fin justifica los medios” es posible emprender cualquier clase de guerra o torturar y aniquilar delincuentes. Un Estado regido por esta lógica eventualmente atropella la libertad y la justicia de muchos de sus gobernados. Los medios elegidos inciden directamente en el fin, por lo que éstos deben transportar ya la esencia de lo que se busca. Los medios exterminadores que algunos avalan y otros más demandan no pueden nunca justificar un fin deseable.

Mucho se ha analizado la tendencia humana a reducir todo lo que nos encontramos en el mundo a confrontaciones entre opuestos. Día/noche, útil/inútil y bueno/malo son tan sólo algunos binomios que empleamos para simplificar el proceso de entender lo que nos rodea. Sin embargo, este tipo de reduccionismo –verdaderamente maniqueo- puede resultar sumamente peligroso cuando a partir de una visión se justifican decisiones que afectan las vidas de millones de personas.

Reducir a los criminales a la categoría de malosos a los que es preciso aniquilar implica perder de vista que éstos no están poseídos por algún tipo de demonio ni han emergido de la guarida del malo principal, sino que son producto de un contexto que los determina. No existe tal cosa como los seres humanos “malvados” –y tampoco, dicho sea de paso, hay espacio para “el mal” como un ente espiritual -; tan sólo hay personas que no tienen la capacidad de ser empáticos con terceros.

Para Simon Baron-Cohen, profesor de la Universidad de Cambridge, quienes han perdido por completo esta capacidad se encuentran en un estado de “empatía cero” que les lleva a ver a otros seres humanos como meros objetos o instrumentos a su disposición. Los adolecentes que secuestraron y asesinaron a un niño de seis años en Chihuahua ejemplifican perfectamente este estado.

Sin embargo, los humanos en realidad venimos equipados con una altísima capacidad para ser empáticos. La “empatía cero” es muy rara y para llegar a este grado es necesario haber pasado por condiciones sumamente adversas. Y de eso se han encargado los gobiernos mexicanos al marginar y condenar a entornos sumamente complicados a millones de seres humanos, que ahora son absorbidos por organizaciones criminales en las que terminan por romper su vínculo con otros. Si la respuesta ante la violenta amenaza creada es responder con una violencia mayor, entonces lo único que podemos esperar es que la carnicería en la que hoy estamos instalados se torne más sangrienta y que el único fin sea el aniquilamiento.

“En la extremidad de una lucha a muerte en que la locura del siglo mezcla indistintamente a todos los hombres el enemigo -afirmaba Camus-  sigue siendo el hermano enemigo”.

No pretendo, aclaro, que nuestros cuerpos policiacos respondan a los balazos con flores. Sí me parece de la mayor importancia que los medios empleados para abatir la criminalidad incluyan políticas públicas que rebasen los ámbitos policíacos, que sean legales, que no deshumanicen y que puedan, por lo tanto, legitimar un fin. Desde luego que este camino es mucho menos directo y espectacular que la violencia. Sin duda a los amantes de la sangre y a los fanáticos del estado policíaco puede no parecer atractivo. Pero es el único que a largo plazo puede fundar una sociedad verdaderamente humana y pacífica.

Excurso.

El Partido Verde acusó en un desplegado publicado el día de ayer a Sergio Aguayo de “lanzarse en una cruzada personal en su contra”, de “guardarle animadversión” y de tener una “agenda política contra el Verde” con el fin de favorecer a AMLO. El mal chiste se cuenta solo. Aprovecho este espacio para enviar un abrazo solidario al doctor Aguayo e invitar a quienes no lo hayan hecho a unirse a las más de 155,000 personas que han firmado la solicitud para exigir al INE que le retire su registro al tóxico Partido Verde

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Antonio Salgado Borge
Candidato a Doctor en Filosofía (Universidad de Edimburgo). Cuenta con maestrías en Filosofía (Universidad de Edimburgo) y en Estudios Humanísticos (ITESM). Actualmente es tutor en la licenciatura en filosofía en la Universidad de Edimburgo. Fue profesor universitario en Yucatán y es columnista en Diario de Yucatán desde 2010.

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