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Alejandro Páez Varela

29/04/2024 - 12:08 am

La normalización de lo podrido

Los más corruptos se hicieron del poder dentro del PAN, PRI y PRD, y los nuevos cuadros no pasaron por un mínimo filtro por la complacencia de las élites que los acompañan. Esto también explica que nadie cuestione, en la derecha, que Santiago Taboada, cuyo grupo político está en el ojo del huracán por las corruptelas inmobiliarias, aspire a gobernar la capital mexicana; explica a Xóchitl Gálvez, quien presume un patrimonio hecho al amparo de sus puestos públicos y es su candidata a la Presidencia de la República.

Me preguntaba noche, cuando veía a Xóchitl Gálvez lanzar baldes de lodo a Claudia Sheinbaum durante el segundo debate: ¿cómo le hace? ¿Qué hay dentro de ella que le permite sentirse un referente moral, cuando es la candidata de tres partidos que representan la corrupción; cuando es el rostro de Alejandro Moreno Cárdenas y de Marko Cortés, de Jesús Zambrano y de Santiago Taboada, de Roberto Madrazo y de Vicente Fox, de García Cabeza de Vaca y de Felipe Calderón, de Genaro García Luna y de Carlos Salinas, de Enrique Peña Nieto y de Ernesto Zedillo? ¿Cómo se atreve a hablar de supuesta corrupción alguien que hizo fortuna en los años en los que fue servidora pública, como el profesor Carlos Hank González o como Carlos Romero Deschamps, y que representa al partido de Gustavo Díaz Ordaz, de Luis Echeverría o de José López Portillo?

Creo que amerita analizarlo de fondo. Y la reflexión viene desde atrás, cuando los partidos políticos era formadores de cuadros. Sin importar sus tendencias ideológicas, incluso para ratificar un cierto compromiso (o requisito) público, estas fuerzas solían impulsar las carreras de mujeres y hombres con vocación de servicio. Sin embargo, porque uno de los “valores” que se promueven desde la derecha es que el individuo está por encima de su comunidad, esa idea, “servir a la Nación”, fue lo primero que se hizo a un lado conforme México se fue derechizando. Y cuando los intereses colectivos ya no tuvieron prioridad, lo que vino fue más fácil: privatizar la política. Generaciones de ciudadanos formados como peones de los intereses privados, como ella, tomaron el poder con las consecuencias que conocemos.

¿Piensa Xóchitl –me decía– que porque lanza lodo con las manos desnudas no trae el huipil manchado de lodo o algo peor? Porque los últimos episodios de descomposición del PAN y del PRI hablan de una podredumbre de fondo. El Cártel Inmobiliario es podredumbre de fondo. Podredumbre de fondo es que un grupo de corruptos ocupe la dirigencia panista o que Alejandro Moreno esté acusado formalmente de saquear al Instituto Reyes Heroles, que es la escuela de formación de cuadros priistas. Ella es –pensaba–, como sus compañeros de viaje; Xóchitl es consecuencia de la normalización de lo podrido.

Así se explica que Marko Cortés diera a conocer el pacto inmoral con el PRI de Coahuila. En enero de este año, el dirigente nacional del PAN publicó en sus redes un documento en el que Alejandro Moreno y los líderes locales priistas se comprometían a darle desde notarías hasta oficinas de recaudación; secretarías que manejan los gruesos del dinero e incluso una magistratura. Después, cuando se le cuestionó, a Marko le pareció un mérito “transparentar” el acuerdo. Es decir: le pareció más inmoral guardarse el papel que el papel mismo. La falta de inteligencia de Cortés es conocida, ciertamente, y a muchos no nos sorprendió su respuesta. Pero el fondo es profundo y su caso sirve de ejemplo: si el individuo está sobre los intereses de la comunidad, ¿qué importa que él acuerde beneficios para un puñado de panistas y no la posible ganancia de los coahuilenses cuando votaron por ellos? Y lo más interesante es que parece creerse su propia argumentación, así sea una tarugada. Es como Xóchitl hablando de corrupción sin verse a sí misma; sin ver su propia fortuna, hecha con contratos gubernamentales cuando era servidora pública.

La deformación de Xóchitl, de Marko Cortés o de “Alito” Moreno es producto de complicidades. De las élites –como la empresarial– que normalizan lo podrido. De los grupos intelectual y académico que acompañan al PRI y al PAN desde hace décadas y no les enseñaron que debía construir una cierta cuota de militantes con entendimiento de lo que es la moral y la ética en el servicio público. Los intelectuales y académicos se acomodaron rápido en la idea del individualismo: ¿a quién le importa educar a los demás –como a Xóchitl– o por qué habría de imprimírseles valores a los que vienen si la idea de “Nación” huele a viejo? Por eso usaron ambos partidos en sus objetivos personales, como vengarse de la izquierda y, en particular, de Andrés Manuel López Obrador; por eso menospreciaron la idea de construir un proyecto de Nación en estos años. El concepto “Nación” es nada para ellos: todo es el individuo, las ganancias individuales, el fortalecimiento de las causas personales.

Los más corruptos se hicieron del poder dentro del PAN, PRI y PRD, y los nuevos cuadros no pasaron por un mínimo filtro por la complacencia de las élites que los acompañan. Esto también explica que nadie cuestione, en la derecha, que Santiago Taboada, cuyo grupo político está en el ojo del huracán por las corruptelas inmobiliarias, aspire a gobernar la capital mexicana; explica a Xóchitl Gálvez, quien presume un patrimonio hecho al amparo de sus puestos públicos y es su candidata a la Presidencia de la República.

Y como la complicidad, el otro componente fundamental en el proceso de descomposición del PRIAN es la simulación. Jesús Reyes Heroles o Manuel Gómez Morín tomaron bando de cara a la sociedad mientras que intelectuales como Enrique Krauze o Héctor Aguilar Camín, que se han beneficiaron de la cercanía con el poder, aparentaron durante años que eran ajenos a él. Formaron y forman parte de los cuartos de guerra de PAN y PRI pero se hicieron pasar por “un centro democrático” desinteresado en los beneficios y preocupado por la democracia. Se han enquistado décadas dentro de las instituciones electorales supuestamente autónomas, pero a la hora de la definición hicieron lo que les beneficiaba: avalaron los fraudes electorales cuando sus intereses personales estuvieron en riesgo, a pesar de que esos fraudes afectaran al colectivo porque, ¿a quién le importa, en estos tiempos, el colectivo? ¿A quién le importa, repiten, la Nación?

Los intelectuales y académicos y los dirigentes del PRIAN se acompañaron mutuamente hacia la renuncia de su esencia. Los partidos opositores se negaron a sí mismos como referentes éticos y los intelectuales abandonaron la crítica. El resultado es que la oposición postula ladrones mayores y menores, y tiene la garantía de que serán acompañados por intelectuales y académicos en su camino hacia el poder. Y, claro, no les molesta ser contemporáneos de poderes formalmente corruptos y oficialmente impunes, como los que representaron Romero Deschamps, Arturo Montiel y Peña Nieto o, más recientemente, Jorge Romero Herrera, Ricardo Anaya, “Alito” Moreno y un largo etcétera.

¿Cómo le hace Xóchitl, me decía anoche durante el segundo debate, para hablar de corrupción? Lo ideal sería que al hablar le sangrara la lengua, pero como no le sangra (o le sangra por dentro), entonces, con dosis de cinismo y una justificación construida por la derecha, se sigue de largo: lanza lodo como si no representara al lodo. Y por más que uno también, a fuerza de verlo, caiga en la normalización de lo podrido, no deja de ser fascinante que lo podrido se haga ver, en las más altas tribunas, como lo ideal. ¿Qué le dice a los mexicanos el descaro del PRIAN y de Xóchitl Gálvez? ¿Viviremos para ver el día en el que debatan individuos a los que no les sangra la lengua por dentro?

Alejandro Páez Varela
Periodista, escritor. Es autor de las novelas Corazón de Kaláshnikov (Alfaguara 2014, Planeta 2008), Música para Perros (Alfaguara 2013), El Reino de las Moscas (Alfaguara 2012) y Oriundo Laredo (Alfaguara 2017). También de los libros de relatos No Incluye Baterías (Cal y Arena 2009) y Paracaídas que no abre (2007). Escribió Presidente en Espera (Planeta 2011) y es coautor de otros libros de periodismo como La Guerra por Juárez (Planeta, 2008), Los Suspirantes 2006 (Planeta 2005) Los Suspirantes 2012 (Planeta 2011), Los Amos de México (2007), Los Intocables (2008) y Los Suspirantes 2018 (Planeta 2017). Fue subdirector editorial de El Universal, subdirector de la revista Día Siete y editor en Reforma y El Economista. Actualmente es director general de SinEmbargo.mx

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