Óscar de la Borbolla
29/04/2019 - 12:04 am
El presidio de las convicciones
Si esta verdad de perogrullo la tuviéramos realmente presente, en vez de atrincherarnos y descalificar a quienes no comparten nuestra alucinación, debería surgir en nosotros una mirada compasiva que, como búmeran, volviera a nosotros para decirnos: ya, ya no es para tanto, tampoco tú tienes la razón. Pero hay muchas cosas que entendemos superficialmente y sólo superficialmente.
No vivimos en el mismo mundo. Esta afirmación de perogrullo contiene también unas verdades obvias que, lamentablemente, nos solemos tener presentes en la práctica diaria. Que cada uno de nosotros posee una mirada que le muestra una realidad exclusiva es algo que todos admiten y saben. Sin embargo, si pusiéramos en práctica lo que eso implica no nos enconaríamos en posiciones antagónicas ni habría la polarización que nos anda desgarrando individualmente y como sociedad.
La mirada filtrada por el amor o el odio hace que lo que está delante sea descubierto como una realidad o como otra: no son lo mismo los defectos de nuestros hijos que los mismos defectos en los hijos del vecino, y tampoco es igual lo que vemos durante el enamoramiento que cuando las endorfinas se aminoran y el otro emerge convertido en una persona común y corriente. En ninguno de los casos vemos la verdad objetiva de lo que el otro es, porque siempre hay algún sentimiento que no sólo media, sino que modula, cincela, crea.
Estamos, pues, rodeados por nuestro propio mundo y en él, redecorado por nuestra subjetividad, aparecen lo simpático y lo antipático; lo correcto y lo incorrecto; lo acertado y lo estúpido, y todos los binomios que nos polarizan y enzarzan.
Si esta verdad de perogrullo la tuviéramos realmente presente, en vez de atrincherarnos y descalificar a quienes no comparten nuestra alucinación, debería surgir en nosotros una mirada compasiva que, como búmeran, volviera a nosotros para decirnos: ya, ya no es para tanto, tampoco tú tienes la razón. Pero hay muchas cosas que entendemos superficialmente y sólo superficialmente.
En las dos esferas más acaloradas que conozco: la política y el amor, es donde surgen las visiones antagónicas más feroces. Quizá porque en ambas sea donde más deseamos engañarnos: el político y el enamorado son dos entidades completamente ficticias, dos apariencias huecas que llenamos con nuestras más bobaliconas ilusiones y las retacamos de todas las virtudes y, por supuesto, quienes no comparten nuestra quimera, sino otras, nos miran con desprecio y furia.
Son las esferas de las grandes pasiones y de las grandes decepciones. El político y el enamorado pasan del endiosamiento absoluto a la condición de cucarachas, quiero decir que se acomodan en el disfraz que la mirada les impone, y así son vistos y vividos sin que ni una ni otra imagen sea más verdadera que la otra. En todos los casos son meras percepciones y en esas percepciones vivimos encerrados porque, finalmente, las perogrulladas de este texto, perogrulladas de un extremo al otro, no terminan de comprenderse a fondo. Ojalá sólo fuera suficiente decir: cada quien es habitante de su propio mundo.
Twitter: @oscardelaborbol
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