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Antonio Salgado Borge

29/04/2016 - 12:00 am

La primavera feminista y los gorilas en la niebla

¿Es posible que en 2016 tantos mexicanos sigan sin percatarse que el mundo no ha dejado de girar y de que con sus acciones o inacciones contribuyen a legitimar un orden de cosas insostenible? Claramente, sí.

¿Es posible que en 2016 tantos mexicanos sigan sin percatarse que el mundo no ha dejado de girar y de que con sus acciones o inacciones contribuyen a legitimar un orden de cosas insostenible? Claramente, sí. Foto: Valentina López, SinEmbargo
¿Es posible que en 2016 tantos mexicanos sigan sin percatarse que el mundo no ha dejado de girar y de que con sus acciones o inacciones contribuyen a legitimar un orden de cosas insostenible? Claramente, sí. Foto: Valentina López, SinEmbargo

Las marchas y manifestaciones contra la violencia machista que se llevaron a cabo en diversas partes del país el pasado fin de semana han evidenciado lo mucho que ha cambiado nuestra sociedad, pero también lo mucho que le falta por cambiar.

El machismo no es nuevo ni ha surgido de la nada. Existen causas remotas y próximas que explican tanto la emergencia como la resistencia de este fenómeno. En buena medida gracias a presiones evolutivas, los machos de algunas especies cuentan con un mayor tamaño físico que las hembras. Una teoría muy aceptada postula que lo anterior ocurre porque las hembras tienen una capacidad de reproducción limitada –sólo es posible un embarazo a la vez-, mientras que prácticamente todos los machos adultos pueden disputarse permanentemente la posibilidad de fertilizar a las hembras no embarazadas. Circunstancias de este tipo, y no el haber sido “creados primero” o “a imagen y semejanza” de una divinidad, contribuyeron a que los machos fueran más grandes, más aptos para proveer alimentos y por tanto, capaces de someter físicamente al sexo opuesto. Con el paso del tiempo, los hombres institucionalizaron su capacidad de dominio físico sobre las mujeres a través de leyes, religiosas o positivas, plasmadas en textos que, desde luego, fueron escritos por hombres.

Después de milenios de opresión y gracias a las arduas luchas feministas, en el siglo XXI cada vez menos personas consideran a la mujer como una simple compañera para el hombre; actualmente la equidad entre sexos suele reconocerse desde los más profundos cimientos constitucionales de las naciones. La transformación social que esto ha implicado es notable. En México las mujeres, antes condenadas a desarrollar su vida enclaustradas dentro de la esfera privada, se han incorporado gradualmente a la vida pública y han tomado lo mismo las calles que las escuelas. Aunque ciertamente las oportunidades laborales aún suelen ser menores para las mujeres que para los hombres, el orden de cosas es radicalmente distinto al que persistió prácticamente intacto hasta hace 70 años.

Sin embargo, una serie de eventos recientes nos han recordado que en México los intentos de someter a las mujeres están lejos de haber desaparecido. Al parecer, los mecanismos de antaño tan sólo han sido reemplazados por desesperadas y caóticas erupciones de poder masculinas. Diversos casos de acoso contras mujeres en espacios públicos han dejado en evidencia que las manifestaciones de violencia contra las mexicanas va más allá de las agresiones más atroces -y menos probables- como feminicidios, trata de personas o violaciones para incrustarse de lleno en nuestra cotidianidad. Gracias al puñado de valientes exposiciones iniciales de algunas víctimas de violencia se ha dejado venir un diluvio de testimonios -muchos verdaderamente desgarradores e indignantes compartidos bajo el hashtag #Miprimeracoso- que han dado cuenta de que miles de mexicanas sufren o han sufrido algún tipo de acoso en el curso de sus vidas.

Algo similar ocurrió en Inglaterra hace cuatro años, cuando la periodista Laura Bates decidió, inicialmente a manera de ejercicio catártico, compartir en The Guardian la permanente presencia del acoso en su vida. Para sorpresa de Bates, a partir de la publicación de su artículo empezó a recibir centenares de correos de mujeres que decían haber sido acosadas desde temprana edad –algunas desde los 11 años- . Bates, quien hoy encabeza un proyecto llamado “sexismo cotidiano”, descubrió que un elemento común en muchas de las acosadas era la normalización del acoso en lugares públicos. Así, ante las propuestas sexuales de un individuo en un autobús la reacción más común era cambiarse de asiento o de plano se bajaba del vehículo; al ser seguidas por un desconocido caminando en la acera lo normal era cruzar a la acera de enfrente. De acuerdo con Bates, dado que este tipo de agresiones tienen como móviles principales la desesperada búsqueda del poder y control perdidos por los hombres, aceptarlas pasivamente equivale a cederles el dominio del espacio público.

En buena medida porque se ha articulado horizontalmente y ha “tomado” nuestras calles, me parece que la “primavera feminista” tiene un mayor potencial transformador que el proyecto “sexismo cotidiano”. El empoderamiento instantáneo experimentado por muchas de las afectadas evidencia que estas dos cualidades articuladas en torno a la narrativa feminista están resultando profundamente inspiradoras. Desde la estudiante universitaria que en una fiesta se planta ante el imbécil que presume la supuesta superioridad del hombre, hasta la mujer que hace unos días denunció apoyada por otros pasajeros a su agresor en el metro de la ciudad de México, a partir de la “primavera feminista” cada día son más y encuentran más apoyo social las mujeres mexicanas que deciden poner un alto a sus agresores. De pronto cambiarse de acera o bajarse del metro han dejado de ser opciones aceptables.

Pero la fuerza de la “primavera feminista” también es política. Por un lado, la demanda colectiva es el mecanismo ideal para forzar a nuestras autoridades a que cumplan con sus funciones elementales y garanticen que la mitad de la población no tenga que acostumbrarse a soportar agresiones. A ello hay que sumar que, a medida ha crecido, el feminismo en México se convertido en una bandera en la que muchos desean envolverse; es decir, muy probablemente pronto seremos testigos de la multiplicación de funcionarios o legisladores “feministas”. Algo bueno puede salir de ello. En este mismo espacio he defendido la tesis de la irrelevancia de las verdaderas intenciones de nuestros gobernantes. Siempre y cuando su discurso sea acompañado de iniciativas y acciones específicas, para efectos prácticos es un legislador es aliado de la causa feminista sin importar lo que realmente pase por su mente.

Desgraciadamente, las resistencias están a la vista y en caso de no traducirse en cambios concretos, la “primavera feminista”, como todas las “primaveras” desde la original en el mundo árabe, podría extinguirse. Que muchas de las denuncias hayan sido respondidas con agresiones revela que su camino no será nada sencillo. Los caso como el de Catalina Ruiz-Navarro, colaboradora de Sinembargo que incluso ha recibido amenazas en su cuenta de Facebook, no son poco frecuentes. Que las mujeres que comparten historias personales de opresión o que luchan por terminar con este esquema encuentren se encuentren con este tipo de respuestas es una prueba de que la igualdad no se pide, sino que se arrebata.

¿Es posible que en 2016 tantos mexicanos sigan sin percatarse que el mundo no ha dejado de girar y de que con sus acciones o inacciones contribuyen a legitimar un orden de cosas insostenible? Claramente, sí. Todo parece indicar que la principal oposición a la primavera feminista es la conformada por individuos que padecen de un caso análogo a la llamada ceguera de la atención, un fenómeno estudiado por las ciencias cognitivas que se produce cuando los observadores no notan un estímulo visual que podría considerarse evidente.

Un conocido experimento, publicado bajo el nombre “Los gorilas en la niebla”, da perfecta cuenta de la ceguera de la atención. Con el fin de estudiar este fenómeno, un par de investigadores pidió a un grupo de individuos que miren un breve filme en el que se muestra a dos equipos pasándose un balón de básquetbol. De pronto, caminando en medio de los jugadores, aparecía la figura opaca de un hombre disfrazado de gorila. Por increíble que pueda parecer, 35 por ciento de las personas que miraron el video no notaron la presencia de este personaje.

La conclusión de este estudio es que basta con dedicar la mayor parte nuestra atención a una fragmento estrecho de la realidad para que importantes cambios no sean notados por quienes miran una escena. Tal como ocurre a los incapaces de ver los gorilas en la niebla, muchos hombres y mujeres mexicanos suelen estar tan concentrados en el cachito de realidad para el que su vista ha sido adiestrada que han perdido la capacidad de percatarse de los grandes cambios que, en sus narices, suceden fuera de éste.

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Aprovecho esta oportunidad para manifestar mi total solidaridad a Sanjuana Martínez, quién ha sido demandada por Jesús Ortega. El perredista alega que un reportaje en que la periodista daba cuenta de los testimonios de una trabajadora sexual, que lo identificaba como uno de sus clientes, ha representado un serio daño a su honor. El reportaje de Sanjuana Martínez, publicado en Sinembargo, es una imperdible joya en la que se presenta una crónica desgarradora de las condiciones de esclavitud en que trabajan las sexoservidoras en nuestro país. Increíblemente, esta valiente investigación le ha valido a Sanjuana una condena en ausencia y perder sus fundamentales derechos de apelación y a defenderse. Informar no es un crimen, el trato que se ha dado a Sanjuana definitivamente sí.

Antonio Salgado Borge
Candidato a Doctor en Filosofía (Universidad de Edimburgo). Cuenta con maestrías en Filosofía (Universidad de Edimburgo) y en Estudios Humanísticos (ITESM). Actualmente es tutor en la licenciatura en filosofía en la Universidad de Edimburgo. Fue profesor universitario en Yucatán y es columnista en Diario de Yucatán desde 2010.

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