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Alejandro De la Garza

29/01/2022 - 12:03 am

Vivir sin noción del tiempo

“Atónitos pasamos del último escándalo informativo al siguiente trending topic, del reciente feminicidio a otro periodista asesinado y al horror del cuerpo de un bebé en el basural. Las noticias ligadas a la temporalidad se desvanecen hoy mucho más rápido, se convierten en olvido al instante y dejan de captar la atención: ya nada dura”.

“El ocio era el tiempo mejor, hoy es un apenas un minuto para sacar la cabeza, tomar aire y seguir trabajando, entre ahogos y sin descanso, porque tampoco se duerme”. Foto: Especial, Museo MoMA

Durante estos años de pandemia (y desde antes), el sino del escorpión ha perdido la noción del tiempo, y, en su impaciente vigilia, sigue en busca del tiempo perdido. El tiempo se ha atomizado —dice el filósofo Byung-Chul Han—, se ha fragmentado en un presente estático, sin rumbo, sentido ni dirección. Ya no hay diques para regular, articular o conducir el flujo del tiempo, nada parece guiarlo y éste cae, sin remedio, en el presente. Nada rige ya un tiempo desconectado del pasado (la historia) y del futuro (la ruta hacia el mañana).

Las nociones del tiempo: “ayer, hoy, mañana”, se han dispersado en un permanente aquí y ahora, donde los hechos parecen ocurrir de forma simultánea en este momento preciso, pero desconectados de la memoria (el pasado) y de la proyección del futuro (la experiencia). El alacrán vive aquí y ahora saturado y a la vez sin tiempo. Todo es fugaz y efímero, uno mismo parece no tener ya duración. Nos aislamos en habitaciones, nos encerramos en nuestro cuerpo intentando mantenernos sanos por todos los medios. La salud es la mediación para el contacto con el cuerpo de los otros, para la relación con la vida, con el mundo.

El coreano Han llama a esta sensación, la “disincronía” del tiempo: un tiempo sin ritmo ordenador pierde el compás, trastabilla y cae. El tiempo apremia, le dicen al arácnido cuando lo urgen a concluir algo, pero el tiempo no gravita, el presente parece no moverse. ¿En realidad concluimos algo o perdemos el tiempo? La fragmentación del tiempo en una sucesión de presentes va acompañada de la homogeneidad. La vida como una interminable sucesión de quincenas, la misma quincena siempre, como en el filme El día de la marmota.

El tiempo de ocio en el sentido aristotélico era una actividad superior, nos asemejaba a los dioses y era el tiempo naturalmente más apropiado para la realización del ser humano. Se relacionaba directamente con la ausencia de trabajo útil y productivo, un tiempo distinto en el cual la principal actividad consistía en la reflexión y la meditación filosófica. El ocio estaba estrechamente ligado a la actividad creativa de la mente. “La vida activa sólo aporta una felicidad secundaria”, insistía el griego.

Hoy, la absolutización de la vida activa conduce al empobrecedor y cruel imperativo del trabajo, degradando la riqueza de posibilidades interiores del ser humano al mero animal laborans, responde desafiante Byung-Chul Han a los nuevos idólatras del empleo, la autoayuda, la superación personal, el “échaleganismo” y la teoría de la capilaridad social. El ocio era el tiempo mejor, hoy es un apenas un minuto para sacar la cabeza, tomar aire y seguir trabajando, entre ahogos y sin descanso, porque tampoco se duerme. Los quehaceres pendientes —siempre para hoy—, nos mantienen ansiosos, deprimidos y despiertos en impacientes noches de insomnio, mientras el tiempo se escapa, inútil, de las manos.

El venenoso afila su aguijón y recupera a Marx. La racionalidad capitalista disuelve, aplana toda sofisticada cualidad del tiempo, fuerza su homogeneización para convertir su valor en un precio. “La lucha entre el trabajo vivo (fuerza de trabajo) y el trabajo excedente (plusvalor) es un enfrentamiento de temporalidades”, dice en El Capital. ¡La lucha de clases como un conflicto, también, de tiempos!

Tanta información nos satura en un instante, su torrente nos abruma y quedamos azorados, sin tiempo para asimilar la enorme cantidad de noticias, datos, calamidades y desgracias cotidianas. Atónitos pasamos del último escándalo informativo al siguiente trending topic, del reciente feminicidio a otro periodista asesinado y al horror del cuerpo de un bebé en el basural. Las noticias ligadas a la temporalidad se desvanecen hoy mucho más rápido, se convierten en olvido al instante y dejan de captar la atención: ya nada dura. El presente se reduce a picos de actualidad, un presente puntual y sin conciencia histórica. La creciente atomización del tiempo destruye la experiencia de la continuidad y el mundo se queda sin tiempo.

¿Vivimos un intervalo?, se pregunta también Huan en su libro El aroma del tiempo (Herder, 2015). El intervalo, espacio o tiempo entre dos límites, puede ser una zona de olvido y pérdida por las reuniones con amigos suspendidas en la pandemia y los proyectos creativos abandonados en el camino, por los encuentros amorosos y flirteos pospuestos para “cuando haya tiempo” y por el ejercicio de la sexualidad libre sólo como promesa a futuro. Pero el intervalo también puede ser impulso para el anhelo y la flor de la ternura en pareja, para la esperanza compartida con la familia, para la aventura en compañía de nuestras personas queridas.

Todo se amontona en el presente, pero la información se convierte en conocimiento sólo con demora, con tiempo. Necesita duración, asimilación, memoria, esos lentos procesos intelectuales creadores de la experiencia humana para los cuales debemos “hacer tiempo”, insiste deseoso el escorpión.

@Aladelagarza

Alejandro De la Garza
Alejandro de la Garza. Periodista cultural, crítico literario y escritor. Autor del libro Espejo de agua. Ensayos de literatura mexicana (Cal y Arena, 2011). Desde los años ochenta ha escrito ensayos de crítica literaria y cultural en revistas (La Cultura en México, Nexos, Replicante) y en los suplementos culturales de los principales diarios (La Jornada, El Nacional, El Universal, Milenio, La Razón). En el suplemento El Cultural de La Razón publicó durante seis años la columna semanal de crítica cultural “El sino del escorpión”. A partir de mayo de 2021 esta columna es publicada por Sinembargo.mx

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