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Óscar de la Borbolla

28/10/2024 - 12:03 am

¿Es posible anular el deseo?

“El deseo es el que ha engendrado la diversidad, el hecho de que seamos históricos y no nos hayamos quedado anclados en la naturaleza repitiendo, una y otra vez”.

“He conocido ese fondo y no dudo que es una paz que envuelve, pero que envuelve como un sudario”. Foto: Especial

Durante muchos años he suscrito la idea schopenhaueriana que presenta el deseo como lo más siniestro que puede ocurrirnos e, incluso, he aplaudido con entusiasmo el aforismo de Cioran que sintetiza esta visión negativa (“Si pudiera abstenerme de desear inmediatamente estaría a salvo de un destino”). Hoy sin embargo, quisiera detenerme y revisar esas ideas: reformularlas, pues tengo la impresión de que suenan bien pero son insostenibles.

Me explico: es cierto que el deseo hace que el mundo deje de presentarse como un panorama anodino y que, de pronto —a causa del deseo— en medio de esa masa uniformada por nuestra indiferencia, aparezca algo llamativo (lo deseado) que nos obliga a lanzarnos a su consecución y que el afán de conseguir ese algo es, precisamente, el origen del sufrimiento. Todo esto es cierto: si no deseáramos algo, no tomaríamos ese camino ni tropezaríamos con esos obstáculos ni tendríamos esos tropiezos que causan nuestro dolor. Tienen razón Schopenhauer y Cioran: el deseo nos encadena a una meta, y en el camino hacia esa meta es donde nos encontramos con lo que nos provoca sufrimiento.

Sin embargo, preguntémonos en serio: ¿qué necesitaríamos para poder no necesitar? Necesitaríamos no necesitar. ¿Qué necesitaríamos para poder no desear? Igualmente: necesitaríamos no desear. Pero, ¿es esto posible?

Para poder no necesitar, sería indispensable que fuéramos suficientes, que estuviéramos completos, que nada nos faltara. Pero como seres vivos que somos necesitamos respirar, comer, saciar la sed. Hay en nuestra naturaleza faltas que es forzoso subsanar: no podemos, sin riesgo de morir, dejar de satisfacer nuestras necesidades.

Para poder no desear ocurre algo semejante: sería indispensable que fuéramos suficientes, que estuviéramos plenos, que nada nos faltara. Pero como seres humanos que somos necesitamos lo que nos mantiene como seres humanos y, como dice un apotegma tan viejo como sabio, “no sólo de pan vive el hombre”, el hombre como tal. ¿Qué es eso de “el hombre como tal?, ¿qué es eso de los seres humanos como tales? Pues lo que nos hace ser lo que somos es mínimamente la diversidad: que haya cien mil formas distintas de pan y cada una de ellas surge del deseo: de desear panes dulces y panes salados, panes de una forma y de otra, con unos ingredientes o con otros. El deseo es el que ha engendrado la diversidad, el hecho de que seamos históricos y no nos hayamos quedado anclados en la naturaleza repitiendo, una y otra vez, exclusivamente esas conductas que solo satisfacen las necesidades, sino las que nos permiten ser seres históricos, no solo animales vivos, sino animales diversos.

Si suspender la satisfacción de las necesidades nos mataría, suprimir la satisfacción de los deseos nos mataría como seres humanos. Pero preguntémonos: ¿qué pasaría con los seres humanos que dejaran de desear? Según Nietzsche, serían bestias o dioses. Por mi experiencia sé que cuando he logrado suspender los deseos, cuando los he apagado en mí, me he convertido en lo más parecido a un muerto; a alguien o a algo que se deja vivir, que se queda dormido, a un desertor del camino donde va la gente con la prisa y las ansias y el dolor de estar vivo. En ese estado de apatía ciertamente se aplaca la urgencia, pues, abolidos los deseos, el mundo recupera su indiferenciación, es un todo aburrido y continuo donde nada  destaca, donde nada es deseable. He conocido ese fondo y no dudo que es una paz que envuelve, pero que envuelve como un sudario: es una paz que no se distingue de la de los sepulcros. La vida propiamente humana es esa necia carrera a la que nos impelen los deseos, es ese dolor, pero también ese brillo y esas ansias y, de vez en cuando, es también la sonrisa y la risa de estar felizmente sufriendo pero vivos.

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@oscardelaborbol

Óscar de la Borbolla
Escritor y filósofo, es originario de la Ciudad de México, aunque, como dijo el poeta Fargue: ha soñado tanto, ha soñado tanto que ya no es de aquí. Entre sus libros destacan: Las vocales malditas, Filosofía para inconformes, La libertad de ser distinto, El futuro no será de nadie, La rebeldía de pensar, Instrucciones para destruir la realidad, La vida de un muerto, Asalto al infierno, Nada es para tanto y Todo está permitido. Ha sido profesor de Ontología en la FES Acatlán por décadas y, eventualmente, se le puede ver en programas culturales de televisión en los que arma divertidas polémicas. Su frase emblemática es: "Los locos no somos lo morboso, solo somos lo no ortodoxo... Los locos somos otro cosmos."

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