Obras para no matar: Sobre “Mateluna”, de Guillermo Calderón

28/10/2017 - 12:03 am

El fin de semana pasó por CDMX la obra chilena Mateluna, de Guillermo Calderón. Un trabajo colectivo que busca dignificar activamente a un ser humano perseguido, culpado y encerrado injustamente por el Estado chileno hasta el día de hoy. Pronto volverá a pasar por México.

Por Emilio Gordillo

Ciudad de México, 28 de octubre (SinEmbargo).- Me disculparán esta autorreferencia, pero al ver Mateluna, en el Teatro Sor Juana de la UNAM, no pude evitar pensar en un libro que publiqué en Chile el 2013, se llamaba Croma y por darle algún nombre, la prensa dijo que se trataba de un libro bomba pues acababa con la siguiente imagen: un individuo como cualquier otro, en la realidad o el sueño, ponía una bomba en la céntrica estación Baquedano del metro de Santiago; luego el libro se cerraba con un mapa del metro de aquella ciudad. No había conclusión. No había moraleja. Solo un mapa y un pasmo. Una sensación de fracaso al “comprender” las violencias de la capital chilena y sus puntos ciegos, muy difíciles de contrarrestar en su traducción artística. Cinco meses después, y a veintitantos años de haber sucedido por única vez en la historia de Santiago, muchas bombas comenzaron a aparecer en las estaciones de metro de la ciudad. En un delirio megalómano imaginé que lo escrito había entrado en la realidad, había olfateado en los signos del presente un futuro cercano. Los bombazos se sucedieron uno tras otro, hasta dañar a personas. A veces sigo soñando con una mujer que perdió los dedos de una mano. ¿A quién le había servido ese libro?, me pregunté durante mucho tiempo. ¿A quién le sirvió lo que yo no pude resolver en acción? ¿Era posible que las entrevistas que di en los periódicos llamaran la atención de algún fascista que pretendía distraer la atención a bombazos, en pleno proceso de reformas tributarias y estudiantiles? Más allá del delirio y la megalomanía, sí, soy paranoico, creo que era posible.

Mateluna, del director Guillermo Calderón, también va de bombas y revoluciones fallidas, pero resolviendo aquello que yo no pude: cómo contrarrestar la violencia sin reproducirla. Mateluna trata sobre los sucesivos fracasos del grupo de actores que, en escena, encarnan, reproducen y nos cuentan diversos momentos de trabajo alrededor del nombre de un ser humano: Jorge Mateluna. Ex guerrillero del Frente Patriótico Manuel Rodríguez y maestro en las artes de las guerras perdidas del fin del siglo pasado, acusado de asaltar un banco y condenado a dieciséis años de cárcel en un juicio lleno de negligencias y errores grotescos por parte de la fiscalía. Fue el mismo Jorge Mateluna, el ser humano, quien colaboró con los actores de una de las obras nombradas por el colectivo de actores que, tras la condena, quedarían pasmados ante la incógnita alrededor de aquel informante o colaborador.

Mateluna trata sobre los sucesivos fracasos del grupo de actores que, en escena, encarnan, reproducen y nos cuentan diversos momentos de trabajo alrededor del nombre de un ser humano: Jorge Mateluna.Foto: Cortesía

Así, toda la primera parte de Mateluna es la incógnita tras un proceso de sistematización de experiencias que los actores van construyendo en escena, interpelando al público como si se tratara de un juicio que nos lleva desde la incredulidad hasta el favor de la duda respecto a este “soldado perdido de una obra que nunca llegó”, como explica un actor, mientras nos hace entrar y salir de la puesta en escena recordando los mejores momentos del teatro de Brecht. Los personajes – jóvenes e inexpertos guerrilleros entrenados por Mateluna – van cubiertos por pasamontañas que solo permiten ver sus ojos. Así somos testigos de una serie de momentos del proceso Mateluna, que involucra al menos dos obras más, en las cuales la compañía fracasó al intentar hablar de este hombre. Los fracasos son puestos en escena como si se tratara de la reconstrucción un puzle artístico, pero también político.

La primera parte acaba con una frase contundente: “era necesario hacer una nueva obra para no matarlo”. Y esa es la obra a la que asistimos, conformada por momentos de los trabajos fallidos que la compañía hizo sobre Jorge Mateluna en el pasado. Una obra que para realizar su cometido necesita exhibir sus limitaciones, sus procesos de comprensión respecto a un ser humano pues devolver la dignidad es imposible sin respetar lo que las voces que han sufrido el abuso tienen para decirnos.

La primera parte acaba con una frase contundente: “era necesario hacer una nueva obra para no matarlo”. Y esa es la obra a la que asistimos, conformada por momentos de los trabajos fallidos que la compañía hizo sobre Jorge Mateluna en el pasado. Foto: Cortesía

La segunda parte de la obra pasa de la representación a la acción mediante una carta escrita por el propio Mateluna desde la cárcel. Éste es el brillante movimiento en donde arte e intervención política pierden sus contornos para proveer alternativas frente a una situación de violencia estatal para así resguardar la dignidad de un individuo, que es potencialmente cualquier ser humano como nosotros. Ese inicio posible no puede existir sin la voz del damnificado, la voz de Jorge Mateluna.

Luego comienzan las pruebas concretas que lo actores exponen y no solo nos llenan de indignación, sino también abren las vías para generar procesos legales que permitan la liberación de Jorge Mateluna, en la realidad. Hay aquí, sin duda, una instrumentalización y trabajo en pos de la dignificación humana, todo a través de un proceso común. En México hay muchos trabajos como este. Tal vez el más visible sean los últimos libros de Cristina Rivera Garza, pero bajo su visibilidad se encuentran en proceso varios otros donde los procesos comunes restituyen tejidos destruidos por el capitalismo. Otros ejemplos son Daniela Rea en documental y escritura o Sara Uribe con Antígona González en dramaturgia. Esa restitución es el paso que debemos intentar como artistas o escritores en el caso de Chile, y no va a venir hasta nosotros mientras nos quedamos en nuestro departamento satisfaciendo las exigencias de nuestros gremios.

Mateluna es la respuesta a este callejón sin salida de las representaciones culturales. Una obra colectiva que es también acción concreta para devolver la dignidad – y tal vez la libertad – a un ser humano violentado por el sistema. Foto: Cortesía

Por estos días también se realizó la FIL del Zócalo, con Chile como invitado. Muchos escritores jóvenes, y ya no tanto, recayeron una y otra vez en temas como la violencia del sistema capitalista, las familias destrozadas, la derrota y los dobles discursos de la chilenidad actual, también de los créditos que han comprado a varias generaciones a cambio de migajas y un dolor del cual hablamos desde cierta comodidad de nuestro espacio individual, muy individual. No oí a ninguno tematizar el “hacer”. El discurso de los escritores jóvenes y no tanto me recordó a mi libro, me hizo pensar en un tiempo en que yo tampoco veía salida a esos nudos de la violencia chilena, que es muy distinta a la violencia mexicana pero no menor en sus alcances al privar a los seres humanos del acceso al disfrute, cuidado y mantenimiento de la vida humana y no humana. Mateluna es una respuesta contundente a este callejón sin salida de las representaciones culturales. Una obra colectiva que es también acción concreta para devolver la dignidad – y tal vez la libertad – a un ser humano violentado por el sistema, que también financia la magnificación estética de la derrota sin salida y nuestros departamentos pagados a treinta años desde donde imaginamos y creamos.

Es mucho más difícil hacer una obra-acción que una obra-bomba. La primera es mucho más revolucionaria que la segunda. Es más simple quedarse en la descripción del dolor y la rabia que acariciar o ayudar a otro.

Es mucho más difícil hacer una obra-acción que una obra-bomba. La primera es mucho más revolucionaria que la segunda. Foto: Cortesía

La última escena nos muestra a Jorge Mateluna. Su rostro en una imagen. Los detalles de sus gestos. El rostro de un ser humano que podría ser nosotros. Para entonces los actores también se han quitado sus pasamontañas y capuchas. La obra termina con el rostro de Mateluna. Y es cuando vemos ese rostro que sentimos conmiseración y temor, pues al ver a ese individuo, su mirada, nos vemos en relación con él. Esto es lo que genera un rostro, un individuo, y lo que ninguna bomba logrará jamás.

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