PROSA | “Cuando su caballo murió, Laura no pudo recuperarse. Luego halló a Othar, su gran pasión”

28/09/2019 - 12:00 am

Al cumplir los veinte, Laura conoció a quien llamaría de cariño “Othar”, en honor al caballo de Atila, uno de los grandes emperadores de todos los tiempos, y de quien se decía que al pasar sus patas sobre la hierba, ésta moría. Los dos asistían a clubs donde iban otros caballos con sus jinetes…

Pero había algo en Omar que lo tenía intranquilo: esta vida de caballo no le satisfacía más. Semanas posteriores al arduo entrenamiento, Laura entró a su departamento y encontró a Othar con otra hembra dentro de la cama que ambos compartían.

Ciudad de México, 28 de septiembre (SinEmbargo).- Buen chico, hora de practicar ese piaffé que tanto te cuesta. Él comenzó a mover sus fuertes patas color marrón en pequeños saltos intercalados; era un trote tan cerrado que apenas se desplazaba unos pocos centímetros.

Ese era, por sobre todos, su lugar favorito. Las flores eran un tapete de diversos colores que se acomodaban dentro de un campo de un verde tan brillante que parecía un azar de óleos mezclados con aceite de linaza. Al lado, un riachuelo donde se podía recolectar agua con un movimiento cóncavo de las manos.

Había sido un día pesado para la dupla. Laura y Othar sudaban grandes gotas de agua salada y los rayos de sol disparaban directos como flechas hacia el lomo del equino y la dueña, cuyos hombros a medio día ya estaban tostaditos como pan.

Habían aprovechado ese pequeño descanso para refrescarse un poco con el líquido cristalino. Luego seguirían practicando pues la disciplina era una de las mayores características en la joven.

Desde chica, Laura aprendió de equitación, o “el arte de la dominación”, como lo describía su padre. En la casa, había una biblioteca que contaba con decenas de libros sobre el équido y su entrenamiento. Una enciclopedia era la favorita de la niña: The Ultimate Horse Book, una compilación de grandes y coloridas fotos de todas las razas de caballos y sus principales características.

Ella solía bajar por las noches para tomar el libro y poder hojearlo en su cama, pues durante el día su padre no le permitía tocar sus libros. Al ser un hombre tan cuidadoso y perfeccionista con las cosas, pensaba que los niños no podían más que arruinar los objetos valiosos.

A los trece años, el padre le obsequio su primer potro. “No solo se trata de mantener el control preciso sobre un caballo, implica también crear una conexión suficiente para adiestrarlo y cuidarlo”, le dijo el hombre a su hija y al entregarle el equipo completo (ronzal, brida, silla y estribos) agregó algo que Laura llevaría como lema en su mente, para toda la vida. “Recuerda, tu caballo es el mejor amigo que puedas tener”. Ella lo nombró Lazlos, nombre del primer caballo de Mahoma.

Seis meses después, Lazlos murió de cushing, una enfermedad que afecta al sistema endocrino de este animal. Laura no se pudo recuperar hasta mucho tiempo después, cuando encontró una pasión comparable a su amor por el difunto equino.

Al cumplir los veinte, Laura conoció a quien llamaría de cariño “Othar”, nombre que hacía referencia al caballo de Atila, uno de los grandes emperadores de todos los tiempos, y de quien se decía que al pasar de sus patas sobre la hierba, esta moría.

Al principio lo sacaba entrenar solamente, pero los juegos entre ellos fueron cambiando gradualmente a dinámicas menos inocentes. Cuando comenzaron, únicamente ella lo montaba a él; luego casi siempre era él quien cargaba su cuerpo sobre ella para meter su gran miembro dentro. El pelaje de Othar era del tipo alazán, un tono entre rojizo y marrón, su crin era frondosa, sedosa y de un negro profundo.

Los dos asistían frecuentemente a reuniones y clubs donde iban otros caballos con sus jinetes. Laura era muy querida por la comunidad por su trato tan amable y diligente hacia su animal de compañía.

Esta era la mejor relación que un humano puede tener con otro ser vivo. Pero había algo en Othar que lo tenía intranquilo; esta vida de caballo no le satisfacía más. Ahora quería ser un perro o un gato.

Semanas posteriores al arduo entrenamiento en el campo, Laura entró a su departamento y encontró a Othar con otra hembra dentro de la cama que ambos compartían.

La garganta se le cerró y su llanto era casi tan intenso como las lágrimas que le había dedicado a Lazlos casi una década atrás. En esa ocasión la discusión se extendió hasta la madrugada y a la mañana siguiente, luego de un intercambio de viejos reproches y gritos desesperados, Omar ya empacaba todas sus pertenencias.

 “Ese caballo era mi favorito”, pensó Laura en cuanto él cerró la puerta, azotándola con un coraje animal.

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