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Jorge Alberto Gudiño Hernández

27/12/2014 - 12:02 am

Acorde a la época

Muchas personas, sabedoras de una buena parte de mi carga ideológica, suelen cuestionarme por estas fechas. Si lo sintetizo, la pregunta es una: ¿por qué festejo algo en lo que no creo? La respuesta podría ser tan simple como grosera: porque quiero y, a mi entender, eso basta.          Sin embargo, no encuentro razones para […]

Muchas personas, sabedoras de una buena parte de mi carga ideológica, suelen cuestionarme por estas fechas. Si lo sintetizo, la pregunta es una: ¿por qué festejo algo en lo que no creo? La respuesta podría ser tan simple como grosera: porque quiero y, a mi entender, eso basta.

         Sin embargo, no encuentro razones para ser tan tajante y sí otras para explicarlo con más calma. Así pues, la respuesta es doble: festejo por mi pasado y festejo por mi presente.

         El primero de los casos tiene que ver con que así fui educado. En la casa en que crecí se festejaba la Navidad y eso nos ponía de muy buen humor. Es cierto, seguíamos ciertas tradiciones que bien podríamos cuestionar hoy en día. Y no por las consabidas razones de muchos que gustan de disentir sin argumentos. A nosotros no nos interesaba si una parte de la tradición provenía del Oriente, otra del norte de Europa y apenas una pequeña parte de México. Eso es lo de menos. Las tradiciones son de quienes las adoptan y vale la pena seguir su rastro si uno es curioso o busca estudiar determinados fenómenos culturales, pero no si se quiere ser un aguafiestas.

         El segundo de los casos tiene que ver con mi familia actual. A mi mujer le entusiasma la época. Puede que sea por las mismas razones circunstanciales que a muchos de quienes festejan. Existe una clara conjunción de dos elementos que, en realidad, no están tan relacionados como parecen: las festividades religiosas y el fin del año. Lo primero hace que cierta bondad surja, espontánea, de las personas. Lo segundo permite que se generen planes a futuro. Si las causas están ligadas por su temporalidad, los efectos también tienen sus amarres: para el año que viene, se espera ser mejor. En cualquier caso, la gente suele estar contenta y actúa con mayor cordialidad que durante el resto del año.

         Además están mis hijos. Habrá quien me tache de consumista, de capitalista, de neoliberal, tan sólo por el hecho de contribuir a las compras masivas de esta época. Ni siquiera son tantas, a decir verdad. A los pequeños los entusiasma el relato, la narración. Ésa que abreva de diversas fuentes y va conformando una mitología particular, llena de interpretaciones propias y de explicaciones fantásticas. Me seduce tanto el poder de esta narración conjunta que ni siquiera intervengo a la hora de aclarar ciertos mitos, de alejarlos de ideas con las que disiento. Les gusta adentrarse al mundo de lo sagrado a partir de la palabra. Quizá intuyan que es justo la palabra la que lo vuelve sagrado (y me refiero, por supuesto, a la narración en sí, que no a su contenido). Disfrutan también las luces, los adornos, la música y, por supuesto, el ambiente festivo que se vive con los familiares y los amigos. Son quince días plagados de pretextos para ejercer la sorpresa. Al menos desde su corta estatura y eso hace que valga la pena.

         Al margen de lo que uno crea, esta época significa una pausa, un punto de inflexión y la posibilidad de alargar la convivencia con las personas que uno más quiere. Si eso sucede, entonces da igual la ideología, el sistema de creencias o cualquier posible justificación. La alegría propia suele generarse desde nuestros afectos.

         Aprovecho, pues, para sumarme a la algarabía navideña. Lo hago a sabiendas de que la vida es difícil y nuestros gobernantes nos obligan a no olvidar. Celebro la vida cerca de los míos pese al dolor que nos provocan las ausencias de otros. Celebro, entonces, la posibilidad de salir fortalecidos de esta tregua para seguir luchando por lo que creemos en cuanto estemos de vuelta.

         Ojalá podamos hacerlo juntos.

Jorge Alberto Gudiño Hernández
Jorge Alberto Gudiño Hernández es escritor. Recientemente ha publicado la serie policiaca del excomandante Zuzunaga: “Tus dos muertos”, “Siete son tus razones” y “La velocidad de tu sombra”. Estas novelas se suman a “Los trenes nunca van hacia el este”, “Con amor, tu hija”, “Instrucciones para mudar un pueblo” y “Justo después del miedo”.

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