Jorge Alberto Gudiño Hernández
27/11/2021 - 12:05 am
James Bond y la corrupción
«Pensemos, ahora, en un policía común, de tránsito. Sabemos que su salario no es elevado. Así, en el momento en que descubrimos que su nivel de vida no corresponde a sus ingresos, sospechamos que obtiene dinero por otras vías. ¿Cuáles? No es necesario ser demasiado prejuicioso para suponer que las de la corrupción».
Intenté averiguar cuánto ganaría James Bond, de existir como tal. Confieso que no pude. Hay algunas aproximaciones sobre el sueldo de agentes de MI6 y similares. Alguna vez alguien me comentó que en alguna de las novelas de Ian Flemming decía cuánto ganaba el espía. A saber si ese dato existe; si, de existir, es confiable; si, de serlo, se puede hacer el comparativo considerando los años que han pasado desde la publicación de dicha novela. Lo cierto, sin embargo, es que aunque su posible sueldo sea bueno, no sería suficiente como para hacerlo millonario. A fin de cuentas, es un empleado de Gobierno que ni siquiera está en la parte más alta de los tabuladores de la burocracia.
Pese a ello, si uno rebusca entre sus imágenes mentales, pronto se dará cuenta de que James Bond come bien, viste bien, bebe en los mejores lugares, se hospeda en hoteles demasiado lujosos y maneja coches que cuestan más que muchas casas. ¿Por qué puede darse ese nivel de vida? Fácil, porque forma parte de su trabajo.
Pensemos, ahora, en un policía común, de tránsito. Sabemos que su salario no es elevado. Así, en el momento en que descubrimos que su nivel de vida no corresponde a sus ingresos, sospechamos que obtiene dinero por otras vías. ¿Cuáles? No es necesario ser demasiado prejuicioso para suponer que las de la corrupción.
¿Qué se puede hacer en ambos casos, en el de James Bond y en el del policía? Indagar. Es simple. Si el primer comparativo entre los ingresos y el nivel de vida no es suficiente, será necesario ahondar. De entrada, porque el espía bien podría manejar un vehículo de lujo mientras persigue a los malos o requerir de los servicios del mejor sastre italiano para colarse en determinada fiesta. Eso lo puede explicar con cierta claridad. Lo mismo que el policía que ganó una apuesta, que recibió una herencia o que suma al ingreso familiar el producto del trabajo de su esposa, dos hijos y un suegro.
En otras palabras, frente a la sospecha de corrupción, lo mejor es transparentar todo lo transparentable.
Ojo, no todo es transparentable. Quizá Bond, James Bond, no pueda revelar cierta información. No sólo pondría en riesgo su vida y su trabajo sino la de otros compañeros espías o la de un país entero. Es cuando la excepción de la seguridad nacional tiene sentido. Bajo ese argumento, no sólo él sino muchos detectives e investigadores se dan el lujo de arrebatar el coche de una familia ingenua o de destruir la mitad de una ciudad. El fin parece justificar a los medios. “Destruí un helicóptero y tres edificios pero impedí que explotara la bomba biológica” suena, incluso, plausible. Nuestro policía amigo difícilmente puede aducir que recibió determinado soborno de un automovilista en falta pero así evitó que la bomba en cuestión estallara.
Pese a ello, a la hora de las explicaciones, es importante que quede claro todo. De nuevo, transparentarlo. De lo contrario, no sería improbable suponer que Bond se ha aprovechado de ciertos recursos que no le son propios para seducir a la chica, para pasearla por el mundo o para asegurarse alguna prebenda que va más allá de unos cuantos billetes entregados por el automovilista ansioso.
¿Qué es peor? Todo. Porque en ambos casos se parte de la idea de que, ya sea por poder, por dinero o por una superioridad mal entendida, se tiene derecho de abreviar caminos o de pasar por encima de la ley. Y lo que menos querríamos es descubrir que los agentes de tránsito, los policías, las fuerzas públicas, las instituciones y los gobiernos, que se supone deben hacer valer la ley, sean los primeros que la trasgreden. Eso, sin duda, también es corrupción. Por mucho que en el discurso se niegue, por mucho que James Bond nos caiga bien o mal, por mucho que estemos cerca de la tentación de extender un billete por habernos pasado el alto.
Que si hay razones para hacerlo… Puede ser, sólo que, en esos casos más que en cualesquiera otros, será necesario transparentarlas. De lo contrario, nada evitará el dedo flamígero señalando la corrupción. Y, en ese contexto, resultará sin duda que todos somos iguales, James Bond y el policía.
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