El reto de Peña Nieto

27/08/2015 - 12:02 am

Black Monday. Las bolsas del mundo registran caídas dolorosas en medio del pánico generalizado. Grecia está por elegir un nuevo líder que los saque del marasmo. Estados Unidos amenaza con cambiar sus tasas de interés. En México vivimos una especie de esquizofrenia macroeconómica: la inflación en mínimos históricos y el dólar en sentido contrario. La semana pasada aventuré que llegaría a 17 pesos: me equivoqué, ha estado coqueteando con 18 a pesar de lo seis mil millones de pesos subastados por el Banco de México.

Así el escenario económico, contradictorio, nervioso, impredecible. Y en medio de la incertidumbre internacional, irrumpe en México una certeza que no suena a sorpresa: nuestro Presidente nos demuestra que él, la Primera Dama y el Secretario de Hacienda no cometieron delito alguno con las operaciones inmobiliarias reveladas inicialmente por el equipo periodístico de Carmen Aristegui. Definitivo, no es la clase de certeza que necesitamos.

Para corroborarlo y dar fe de su veracidad, está ahí la investigación testimonial de Don Virgilio Andrade. Sus dichos pasarán a la historia como el emblema de la ineptitud y el compadrazgo.

Pero no me detengo en Virgilio, ni en el trabajo que no hizo la Secretaría de la Función Pública. Desde el principio sabíamos que el marco legal mexicano no alcanzaba para dictar sanción alguna a los evidentes conflictos de interés que entrañan las operaciones conocidas entre Enrique Peña Nieto, Angélica Rivera y Luis Videgaray con Grupo HIGA. El resultado de la SFP alcanza para decirnos que el actuar del Presidente puede ser muy legal, pero no es ético. Medio México lo distingue.

Junto con la “Casa Blanca”, la resolución pública sobre la misma se agrega ahora como un agujero más a la deteriorada credibilidad y confianza del pueblo mexicano en el Ejecutivo y su equipo de gobierno.

Pero todavía más grave, la resolución de la SFP hará las veces de búmeran. Porque al librarse del delito y disculparse –¡disculparnos, perdón!- por las suspicacias y sospechas, el Presidente Peña Nieto contradice su propio discurso sobre el combate a la corrupción. Mientras que su insistencia por recordarnos que a través del nuevo Sistema Nacional Anticorrupción, México sienta las bases para acabar con ese mal endémico y “cultural” que nos aqueja, sus disculpas gritan otra cosa: que la corrupción son él y los suyos.

Las grandes reformas, repite hasta el cansancio el discurso oficial, nos permitirán ser otro país: uno desarrollado, próspero y moderno. Suena bien, pero esa es una aspiración insostenible. Una aspiración que se desmorona a fuerza del realismo que imprimen los miles de muertos acumulados, el Caso Narvarte, los 43 de Ayotzinapa, la impunidad de OHL e HIGA. Los casos de corrupción, desde la más chiquita hasta la más grande, abundan y no hay en este país un gobierno que la castigue. Son, como señalaba el historiador Enrique Krauze en una reciente entrevista para SinEmbargo: la gota que derramó el vaso.

Entonces, hay una clara contradicción entre lo que repite Enrique Peña Nieto y lo que sucede a su alrededor y dentro de su campo de responsabilidad como el máximo funcionario público de la nación. Cabe preguntarnos: ¿el Presidente nos miente con total cinismo o, de plano, vive aislado de la realidad? Creo que ambas, según convenga.

De cara a la complejidad mundial y de este México que ya es otro, Peña Nieto ha decidido gobernar de la peor manera posible: de espalda a la ciudadanía y de cara a los grupos de poder que le llevaron a la silla presidencial.

Sus acciones nos demuestran que en lugar de abrir los ojos y mostrar una actitud de apertura y avanzada, prefiere escuchar el canto de los incondicionales: ese canto dónde él no se equivoca y, como nunca lo hace, entonces no hay nada que corregir.

El Gobierno Federal está empeñado en su proyecto, cuando la realidad exige cambiarlo. Los hechos están allí: la reforma fiscal le da más dinero al gobierno pero inhibe el emprendimiento, reduce el consumo interno y sangra a las clases medias; la estrategia de seguridad, cuasi idéntica a la de Calderón, sigue arrojando miles de muertos y los negocios de los cartéles permanecen intactos -“El Chapo” sonríe en algún lugar; y en tan solo dos años, la política económica ya acumuló dos millones más de pobres.

El primer circulo del Presidente no entiende que su soberbia y necedad está condenando al país entero al retroceso. No entienden que no es suficiente con cambiar la constitución, sino que para llevar esas buenas intenciones a efectos concretos, hay que construir e implementar legislaciones secundarias funcionales y aplicables.

Nuestros gobernantes están siendo irresponsables con la administración pública al grado de abandonar la disciplina financiera que nos dio estabilidad por más de 12 años y, precisamente, también las reservas que nos permiten ahora soportar al peso.

Enrique Peña Nieto tiene una obligación con los mexicanos. Es el Presidente y por mandato constitucional debe responder a los retos que los tiempos le demandan. Así como Tsipras renunció para darle viabilidad política a Grecia, y así como las autoridades chinas envían mensajes de calma al bajar las tasas de interés y minimizar el impacto en las bolsas internacionales, Peña Nieto y su equipo tienen que asumir el rol que les toca. El caos económico mundial no necesita otro país más con problemas.

En este contexto, el reto principal de Peña Nieto es ser responsable: asumir su condición de debilidad política y voltear al país que gobierna. Ese país que ya no es el México del siglo pasado: agachón, permisivo, callado. Ese país que ahora le exige todos los días estar a la altura.

Ya 2016 envió un aviso importante al priísmo y a la clase gobernante al perder territorios valiosos y miles de electores. Tanto Peña Nieto y su equipo, como Manlio Fabio Beltrones y el suyo, deben abandonar la soberbia y volver a poner los pies en la tierra: México ha empezado a cambiar de muchas maneras y por distintas vías: incipiente en muchos casos, suficiente en otros, pero ya podemos encontrar otro periodismo, otros empresarios, otra sociedad civil. Con esa sociedad debe trabajar el gobierno para construir, con esa sociedad hay que negociar, con esa sociedad hay que transigir.

La mejor alternativa para conservar el poder es empezar a compartirlo con la sociedad. Si Peña Nieto y el PRI quieren continuar en el gobierno, deben ser responsables. Los ciudadanos también. Tenemos que poner el ejemplo.

Adrián López Ortiz
Es ingeniero y maestro en estudios humanísticos con concentración en ética aplicada. Es autor de “Un país sin Paz” y “Ensayo de una provocación “, así como coautor de “La cultura en Sinaloa: narrativas de lo social y la violencia”. Imparte clase de ética y ciudadanía en el Tec de Monterrey, y desde 2012 es Director General de Periódicos Noroeste en Sinaloa.
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