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Tomás Calvillo Unna

27/07/2016 - 12:01 am

La densidad de la tierra se hará escuchar

La cotidianidad del mundo contemporáneo amalgamada cada vez más a la realidad virtual y al entrelazamiento de la comunicación electrónica y la mente, nos está haciendo olvidar por donde caminamos, ignorando la densidad de la tierra y sus procesos vitales.

Construccion en Manila. Foto: Tomás Calvillo
Construccion en Manila. Foto: Tomás Calvillo

La cotidianidad del mundo contemporáneo amalgamada cada vez más a la realidad virtual y al entrelazamiento de la comunicación electrónica y la mente, nos está haciendo olvidar por donde caminamos, ignorando la densidad de la tierra y sus procesos vitales.

Hay una alienación electrónica que nos consume, donde el tiempo nos estruja y se vuelve un largo día con una noche cada vez más corta. El sueño está trasquilado, la vigilia es ausencia, y nos quedamos a medias en todo porque en realidad nada se puede terminar. Lo que se acabó ya está ahí, retorna y exige su lugar, su atención fugaz, una y otra vez, es el triunfo de los gadgets el mantenernos conectados a esto y aquello, sin descanso posible.

Esta masificación que nos vincula a circuitos sin fronteras, derrumba la autoridad tradicional cualquiera que sea su cualidad y se convierte en un concierto de voces en ocasiones armonioso y atinado, y en otras desentonado y caótico; con frecuencia se asemeja a un circo romano virtual ávido de espectáculo e insaciable, a punto de perder toda sensibilidad ante el dolor y la desgracia humana. Estamos capturados en la dinámica de una cultura cuyos parámetros de expansión parecen imparables, y cuya grandilocuencia tecnológica acalla cualquier crítica. Su máxima es: no se puede apagar; pretendiendo incluso minimizar la muerte, transformándola en un asunto intrascendente y programable.

La política ha quedado por completo subordinada a su inmediatez. La urgencia del poder es estar unos segundos en la pantalla del dominio. Una tras otro, aunque busquen permanecer por años, van pasando las imágenes de los dirigentes. Sus biografías son cada vez más cortas y se van sumando, sustituyendo, cubriendo y aplastando.
La adicción es total, del amanecer al anochecer hay que estar conectados, no hay manera de curarla. La misma democracia depende de ella, se alimenta de esa economía que multiplica los panes y los peces y no se detiene, ni piensa hacerlo, ni puede hacerlo, porque su naturaleza es la precipitación, la velocidad para multiplicarse.

Probablemente el período histórico más semejante a este, sea el de los años veinte del siglo pasado; los locos veintes se les llamó. La industrialización se había expandido, la velocidad comenzó a insertarse en todos los procesos de la cotidianidad, autos, máquinas de todo tipo, el mismo cine y la realidad virtual que llevaba en su silencioso celuloide, afectaron los ritmos culturales. Ese primer gran aceleramiento se proyectó en la ambición desmedida que revistió al poder debilitando el proyecto democrático.

La democracia se fracturó en diversas regiones donde comenzaba a consolidarse, se convirtió en la puerta para que se introdujeran el fascismo, el nazismo y sus personajes siniestros que se asumieron como semidioses del mundo moderno y produjeron una de las experiencias más terroríficas y trágicas que Gobierno alguno haya realizado. Los fenómenos de mundialización y nacionalismos, tensaron el escenario internacional; la Sociedad de Naciones, el surgimiento de la Unión Soviética, el militarismo japonés, son ejemplos de nuevas identidades y otras que evocaban un pasado imaginario.

Hoy en día, la revolución tecnológica informática digital pareciera provocar escenarios políticos semejantes y un aceleramiento del hecho social que produce fuertes tensiones que no tardan en encontrar las catarsis de liderazgos que derivan en mayor violencia aniquilando las libertades esenciales.

Mirar hacia esa décadas de los veinte y treinta podría enseñarnos algo de estos procesos mayúsculos de profundos cambios en las dinámicas sociales que afectan la psique de todos y que terminan en los abismos de la guerra. Nada se repite, pero los ciclos están ahí y permiten advertir similitudes que sin trasplantar realidades, pueden ayudarnos al menos a tener más claridad sobre un presente que parece desbaratarse cada amanecer frente a nuestros ojos.

El bagaje educativo de las sociedades y su capacidad para resistir y adaptarse a las tensiones de la globalización en esta etapa tecnológica será clave para determinar las opciones constructivas o los desenlaces bélicos de una y otra índole.

Cundo se menciona bagaje educativo no se limita a los sistemas educativos, escuelas, universidades, va mucho más allá, apela a todas las formas de conocimiento y sus vehículos de transmisión de generación a generación, es una riqueza histórica, genética, cultural, ciertamente proviene de conceptos que aún perviven como comunidad, pueblo, familia (en su acepción más extensa desde clan a nación), persona, ciudadano. Todo lo que es sustancia y que los números y las estadísticas suelen ocultar e incluso muchas veces suprimir; como la densidad de la tierra que está aquí en las texturas de nuestra condición humana.

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