Parcial y subjetivo | Diseñando el itinerario

27/07/2012 - 12:00 am

Las vacaciones ya se han apoderado por completo de la ciudad. El ambiente es distendido y el tráfico merma aunque las obras viales hacen lo posible por garantizar su regreso. Hace algunas semanas hablé de algunos libros juveniles que, en su momento, yo leí durante las vacaciones y por eso los enlistaba. Ahora, bajo el mismo pretexto, parto a una óptica diferente. Son dos los conceptos que se detonan en cuanto se piensa en el periodo vacacional: el viaje y el descanso. Hoy me ocuparé del primero.

Viajar es algo más que ser un turista guiado en una ciudad desconocida. Tampoco tiene que ver con tarifas comerciales ni con parajes atestados por personas que deciden aprovechar esos mismos días en el año en el que todos parecen descansar. Viajar implica, en lo extenso, estar abierto a un nuevo mundo. Se viaja para conocer, es cierto, pero más para participar. Integrándonos a ese paisaje novedoso es como pasamos de ser turistas a ser viajeros. Algo muy similar a lo que pasa con la literatura.

Es común escuchar que leer es otra forma de viajar. ¿Qué sucede, entonces, cuando la literatura habla de los viajes? El universo se amplía a dimensiones extremas. Ya sea que se contagie el deseo y se convierta en obsesión la necesidad de conocer dicho itinerario; ya que nos baste la lectura para dar por concluida esa travesía. Vengan pues estos antojos.

El infinito viajar

La paradoja se aplica casi de inmediato: pese a que viajar implica, en muchos casos, atravesar fronteras, allanar nuevos territorios muy bien delimitados, Claudio Magris consigue, a lo largo de cerca de cuarenta crónicas de viaje difuminar los géneros. La primera persona es evidente. También lo es la presencia de reflexiones propias del calibre del autor. Y, por supuesto, está el destino mismo al que se refiere. Entonces consigue un género híbrido que puede ser leído de diferentes formas. No siempre resultan invitaciones a visitar una ciudad o a levar anclas en un puerto. A veces, es una profunda disertación acerca de lo que, en otras circunstancias, bien pudo haber sucedido. Unas más, es un dechado histórico cautivador. Leerlo es no sólo acompañarlo en el itinerario sino pensarlo de forma compartida y Magris debe ser un gran compañero de viaje.

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Magallanes

Si a la idea del viaje se le suma la de la aventura, el resultado es un componente tan poderoso que, hoy en día, muchos se dedican al turismo de aventura. Sin embargo, hubo una época en que esas metas de apariencia inalcanzable tiraban del espíritu de hombres valientes que se lanzaban a las aguas para lograr lo imposible. El siglo XVI apenas despertaba cuando Fernando de Magallanes se propuso circunnavegar el globo terrestre. Las razones se pierden entre ciertas necesidades comerciales y una necesidad vital por ir más lejos que el resto de los hombres. Stefan Zweig hizo una crónica precisa de lo que fue ese viaje. Desde que zarparon de Sanlúcar de Barrameda hasta un regreso no tan triunfal (al menos no para todos) a ese mismo puerto de Cádiz. Es una travesía en la que se nos inocula parte del espíritu de la época y que nos mantiene a flote a lo largo esos tres difíciles años.

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Los anillos de Saturno

Es bien sabido que caminar es una de las mejores cosas que se pueden hacer si se desea conocer el entorno. Ofrece posibilidades que ningún otro medio de transporte brinda y, además, vuelve al viaje una experiencia más personal, casi íntima, en la medida en la que el trayecto y los recorridos dependen de la persona que los está llevando a cabo. Además, caminando se oxigena el cerebro y las ideas fluyen con abundancia y, en muchas ocasiones, otorgan gran lucidez. El protagonista de Sebald, probablemente él mismo, ha salido a Suffolk. Ahí, inicia una serie de largas caminatas que, poco a poco, lo separará del mero recorrido físico para integrarlo en un viaje mucho más complejo en el que se encontrará en diferentes momentos de su existencia, de la Historia y con grandes autores de la literatura mundial. Sebald consigue hacer del viaje algo tan íntimo y tan profundo que, de pronto, se corre el riesgo de perderse en el camino.

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El desvío a Santiago

La idea de viaje no está completa si no va acompañada de la de desvío. Viajar con itinerarios fijos es sumarse a la causa de tantos y tantos que obedecen al canon. Sin embargo, más allá de éste, de lo que debemos ver, existe un paraíso para el entusiasmo. Si viajar es un acto volitivo y forma parte de la experiencia vital de la persona, entonces el desvío no sólo está justificado sino que se vuelve necesario. Cees Nooteboom lo sabe y por eso se da el lujo de alejarse de su objetivo para alargar el viaje. El pretexto es el entusiasmo. Se deja guiar por él, no pone reparos y, guiado por un camino lateral, llega hasta un nuevo paraje. El resultado es mucho más contundente. Porque el autor es un erudito que puede hablar casi de cualquier cosa. Razones no le faltan. Cada paso en la geografía española le da la pauta para iniciar con una nueva reflexión. De esta forma, el camino es el verdadero destino y su prosa el vehículo que permite seducirnos por su mismo entusiasmo.

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El placer del viajero

Venecia es uno de los destinos turísticos más famosos del mundo. Incluirlo en una novela es incluir, también, gran parte de su mitología. No por nada es un aglomerado de calles y canales donde cualquiera se pierde. Pero aún hay más: es una ciudad infestada de turistas que, por alguna razón, no se sienten acogidos por los lugareños. Si a eso se le suma la peculiar geografía de la ciudad, lo laberíntico de sus calles y un halo siniestro saliendo de sus canales, los elementos están a punto. McEwan agrega otro más: Colin y Mary se ven envueltos en una suerte de acoso inexplicable que no puede tener final feliz. Éste no es un viaje placentero pero consigue trasladarnos hasta esa ciudad misteriosa y encantadora. El mayor mérito de la novela es la angustia que consigue generar conforme avanzan las páginas, dejándonos ver que hay algo más allá de nuestra comprensión. Viajar, en ocasiones, no resulta tan placentero.

Viajar es, sin lugar a dudas, darse la oportunidad de la maravilla. No sólo porque implica descubrir todos esos nuevos mundos que, esperados o no, están al acecho de nuestros itinerarios. También porque, desde una perspectiva más profunda, nos permite reconocernos en ellos. Viajamos para insertarnos en ese nuevo escenario. Desde ahí tenemos que asumir que somos otros: unos seres a los que bien vale la pena observar porque durante el interludio de esos viajes no pertenecen a ninguna parte. Viajar es perdernos en el paisaje, apropiarnos de él mientras se apropia de nosotros. De ahí que la lectura sea considerada como viaje. De ahí que tengan tantas cosas en común. De ahí todas las dificultades que entrañan los regresos pese a la nostalgia que nos guía hacia el punto de partida.

Jorge Alberto Gudiño Hernández
Jorge Alberto Gudiño Hernández es escritor. Recientemente ha publicado la serie policiaca del excomandante Zuzunaga: “Tus dos muertos”, “Siete son tus razones” y “La velocidad de tu sombra”. Estas novelas se suman a “Los trenes nunca van hacia el este”, “Con amor, tu hija”, “Instrucciones para mudar un pueblo” y “Justo después del miedo”.
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