Fabrizio Mejía Madrid
27/04/2023 - 12:05 am
Maten a AMLO
Ansiar la muerte del Presidente de forma pública revela una carencia que ha aquejado a la oposición durante estos tres años de Gobierno: creer que AMLO es la 4T y no una de sus creaciones.
El domingo 23 de abril, El Diario de Yucatán, dirigido por el hijo del fundador, Carlos Menéndez, aseguró en su versión digital: “AMLO sufre un presunto infarto en Mérida. Habría sufrido un infarto este domingo cuando se disponía a desayunar en la Base Aérea Militar 8 de Mérida”. El adjetivo “presunto” viene de “presumir”, que se supone o que se sospecha. El “habría” es una forma verbal que se usa para expresar deseos o enunciados hipotéticos que carecen de realidad material. De la nota del Diario de Yucatán, podemos decir, entonces, que su deseo es que AMLO se infartara y lo pusieron en ocho columnas. Sobre la sospecha de que sufrió un infarto, tendría que haber algo que detone la corazonada, además del deseo de que ocurra. Pero el Diario de Yucatán no aportó pruebas periodísticas, como dichos, fotos o testimonios de un desayuno que agrupaba tanto a funcionarios del Gobierno federal como del estatal, incluido el Gobernador de Acción Nacional.
El mismo domingo, a las 3 y media, el propio Presidente, mediante un mensaje en Twitter, explicó que se había contagiado de nuevo con el virus que causa la COVID y que iba a mantenerse en aislamiento físico los siguientes días. Sin embargo, el Diario de Yucatán insistió al día siguiente, el lunes 24 de abril, con una cabeza que decía: “AMLO causa revuelo”. En realidad, lo que había causado confusión no era el Presidente sino el propio Diario de Yucatán, que hizo que los que deseaban lo hicieran al unísono en las redes, aspirando a que el Presidente muriera, como lo habían hecho en los previos contagios de COVID, el 24 de enero de 2021 y el 10 de enero de 2022. Ansiar la muerte del Presidente de forma pública revela una carencia que ha aquejado a la oposición durante estos tres años de Gobierno: creer que AMLO es la 4T y no una de sus creaciones. Así, personas como Mario Di Constanzo o una pediatra que le deseó la muerte cerebral, parecieran pensar que, si desaparece Andrés Manuel, se esfuman sus 30 millones de electores, sus reformas, obras, programas sociales, su partido que pasó de gobernar cinco estados en 2018 a 22 estados en 2022. La oposición es más presidencialista que el propio Presidente. Desde su desconocimiento de la política, desde su despolitización, creen que AMLO se hizo solito, como les han jurado que se hizo Steve Jobs en su humilde garage, y entonces su ausencia, la del Presidente, nos volvería al tiempo en que gobernaban Salinas, Zedillo, Fox, Calderón y Peña Nieto, donde no se pagaban impuestos, se compraban facturas, y se administraban aviadurías en organismos autónomos. Los opositores no entienden que López Obrador es un producto del obradorismo y no al revés, que es el rostro de un movimiento nacional contra la corrupción y que el hombre, AMLO, encabeza y lo dirige, pero que no se disuelve con él. Que los cambios culturales son tan profundos que ni siquiera, aunque Lilly Téllez ganara la Presidencia, el país volvería a ser igual. Pero no logran entenderlo, porque de hacerlo, tendrían que participar en política, cosa a la que se han negado confundiendo la república de Twitter con la República mexicana.
Hay algo más que revela este deseo de muerte y que se ha llamado “necropolítica”, el “poder de dar muerte” a grupos enteros de la población sin que exista nunca un castigo para ello. Esa “necropolítica”, sin duda es funcional al proyecto neoliberal que considera a la mayoría como desechable, como personas que emigran o van a la cárcel, que desaparecen, que son “daños colaterales”, como les llamaba Calderón. En la “necropolítica” la enorme mayoría son seres biológicos pero no ciudadanos: están excluidos de la Nación y no importa realmente si viven o mueren. Esa idea es la que está detrás de ansiar “quemar vivos” en el Zócalo a los votantes del obradorismo, según lo declaró Martín Moreno en una entrevista televisada el 1 de octubre de 2020. Es la misma idea que se expresa cuando Margarita Zavala habla de los muertos por COVID como si fueran responsabilidad, no del virus, sino del Gobierno. Es la misma idea de Lilly Téllez, Denise Dresser, y Javier Sicilia que fantasean con un golpe militar que les dé la razón. Pero, a nivel de opinión pública, el asunto sigue siendo la marcha rosa del “INE No se Toca”: sólo un puñado debe ser considerado ciudadano porque los otros, los “pata rajadas”, los morenos, los plebeyos, sólo son cuerpos biológicos y no ciudadanos. Por eso cuando dicen que “se está destruyendo a México”, se refieren a un país que cabe en un coctel de una fundación filantrópica, no a los dos mil 469 municipios.
Pero vayamos a lo hecho por el Diario de Yucatán. Su nota del infarto había sido desmentida tres horas después por el propio Presidente. Pero, aún así, el lunes siguiente publicó: “El revuelo comenzó, no sólo por el desvanecimiento causado por un presunto infarto sino, también, porque fue trasladado de emergencia en una avión de la Fuerza Aérea a la Ciudad de México donde habría sido atendido en el Hospital Militar”. Otra vez, “presunto” y “habría”, los deseos, los anhelos, los antojos de la “necropolítica”, en este caso, del “necroperiodismo”. En la conferencia de prensa del lunes, el Secretario de Gobernación, informó del estado de salud del Presidente, con la COVID, que se escuchaba mormado. La propia esposa del Presidente, Beatriz Gutiérrez, habló del tema en uno de los Fandangos por la Lectura que se realizaba en Tabasco. Dijo: “El Presidente está guardadito, reposando como debe ser, todo lo demás que se haya dicho ya queda en la inventiva de quienes, quizá, no tienen mucho que hacer”. Pero el Diario de Yucatán insistió el martes: “La información proporcionada por este periódico fue corroborada con fuentes extraoficiales con acceso a instancias militares y policiacas”. Si sus fuentes son extraoficiales y tienen acceso a instancias militares, ¿de quiénes estamos hablando? ¿Del jardinero? ¿Del mayordomo? Siempre es culpa del mayordomo… Luego, para responsabilizar a alguien más, desliza: “Todo se intentó confirmar con fuentes oficiales pero no respondieron”. Bueno, cualquiera sabe que las fuentes oficiales no iban a confirmar el infarto porque ya habían informado que era COVID. Y esas fuentes sí tenían nombre: el mismo Andrés Manuel, el Secretario de Gobernación, el Secretario de Salud, y la esposa del Presidente. Entonces, la oposición empezó a pedir “pruebas”, es decir, un video. Es esa misma oposición que el 7 de diciembre de 2021, dijo, a través de López-Dóriga, que el video del paseo en el tren del aeropuerto Felipe Ángeles era “un simulador”. La misma oposición que pedía un video como prueba de la salud del Presidente, era la misma que unas horas antes, había dicho que quien acompañaba en la última foto en Yucatán al Presidente era el abogado del “Chapo” y no el expresidente Municipal de San José Iturbide, Guanajuato, llamado Javier de la Vega. Para esa oposición despolitizada y necroperiodística, las imágenes no son prueba de que están equivocados. Pero insistieron en pedir la prueba videograbada simplemente para responsabilizar al propio Gobierno con una incoherencia: si invento es porque hay un vacío de información. Por lo tanto la culpa es del vacío no del director del Diario de Yucatán.
Ahora me gustaría ir al otro tema que se ha desatado con la exhibición impúdica de las ansias de matar a AMLO. Es la de depravación de los medios de comunicación. Lo hecho por el Diario de Yucatán ya lo hemos visto en el nuevo tipo de infodemia que se desplegó cuando terminó el encierro de la COVID. El procedimiento es simple: fabricar una nota, insistir en ella a pesar del desmentido, y luego decir que fue producto de la falta de información oficial. Traigo hasta aquí dos casos recientes: la fábrica de chocolates, la casa de Houston. En el primer caso, dos reporteros, Tania Gómez —quien se describe en su página de Linkedin como “escritora fantasma” y “redacción publicitaria”— y Sergio Rincón, supervisor del canal PCTV— hicieron un reportaje donde se trató de relacionar al programa de reforestación del Gobierno de la 4T con una tiendita de venta de chocolates de un hijo del Presidente López Obrador. La tortura de los datos en el reportaje llegó a niveles casi paródicos cuando los reporteros aseguraron que el cultivo del cacao en Tabasco se debía al Gobierno y no a los olmecas que lo plantaron ahí unos tres mil 200 años antes de AMLO. Ante las críticas, durante una entrevista con Julio Astillero en las que les preguntó a los dos si tenían pruebas de lo que escribieron, Tania dijo: “es una inferencia”; y Sergio remató: “Es para abrir la conversación”.
Una inferencia es cuando ves una nube negra y te dices: “A lo mejor llueve”. Es una inferencia porque tu propia experiencia te dice que las nubes negras frecuentemente desatan tormentas. Pero esto del reportaje no tenía una sola nube negra, nada más aseguraba que iba a caer un tormentón y créanme porque soy periodista. En cambio, lo que tenían Tania y Sergio era una confusión entre contigüidad y causalidad. Contigüidad es cuando dos cosas aparecen en el mismo espacio y tiempo. Causalidad es cuando una es resultado de la otra. Así, si ven a un muchacho recargado contra una pared, no quiere decir que la esté deteniendo, simplemente están en el mismo espacio al mismo tiempo. Los reporteros vieron dos cosas juntas: una tiendita de chocolates en el centro histórico, uno de cuyos accionistas es el hijo del Presidente y vieron otra, el programa de reforestación de medio millón de hectáreas, “Sembrando Vida”. Pero no pudieron demostrar que una era causa de la otra, que la tienda existía gracias a la reforestación que beneficia a un cuarto de millón de ejidatarios. Lo que dijeron era una “inferencia” en realidad no era más que una argucia no muy bien pensada.
Pero eso fue exactamente lo mismo que hicieron los reporteros de la llamada Casa de Houston del hijo del Presidente. Cosas que estaban juntas, trataron de que tuvieran una relación de causalidad. Así, si la nuera del Presidente le había rentado una casa en Houston a un contratista de Pemex, era claro ejemplo de que existía corrupción. No importó que el casero en cuestión trabajara para una rama canadiense de la compañía Baker Hughes y no en la de México; que una auditoría independiente en Estados Unidos dijera que no había nada; ni siquiera que las fechas del alquiler de la casa de Houston no coincidieran en el tiempo con los contratos de Pemex, firmados 5 décadas antes, ni que los contratos a Baker Hughes fueran producto de licitaciones abiertas internacionales. Se insistió desde Latinus, Mexicanos contra la Corrupción de Claudio X. González, y hasta con unas casitas de Lego en el Senado de la República. Fue el mismo procedimiento del Diario de Yucatán: mentir, insistir, y luego decir que era por la falta de información. En el caso de la Houston, la demanda era que se demostrara con pruebas que no era cierto lo dicho por el reportaje cuando eran los reporteros mismos los que estaban obligados a probar su fantasía. Lo mismo es ahora, cuando se le pide al Gobierno que demuestre que el Presidente no tuvo un infarto.
Hace apenas una semana, tanto Enrique Krauze como Denisse Dresser encabezaron una campaña derrotada de antemano para que se eliminaran las conferencias presidenciales de las mañanas. Krauze recurrió a la confusión entre contigüidad y causalidad: como en la “mañanera” se descalifican las mentiras de los medios de comunicación, entonces, los periodistas asesinados, eran culpa del Presidente. No importaba que el 90 por ciento de los periodistas asesinados sean al mismo tiempo defensores de derechos humanos, exponentes de la corrupción de las policías municipales y estatales, o preocupados por sus comunidades, para Krauze da igual que el periodista cuestionado sea Loret de Mola que ni siquiera vive en México. Están juntos en tiempo y espacio y, por lo tanto, quien debe probar que no están relacionados en causa y efecto, pues es el mismo acusado. Una sandez.
Pensar que el Presidente es el autor único y central de la transformación nacional, creer que su muerte es una medida política y no, como es, producto de una mentalidad de guerra en la que la mayoría de mexicanos debería morir para que una élite siga viviendo sin incomodidad, y finalmente confundir en una nota periodística que dos cosas que son simultáneas con que son causa y efecto, es lo que nos ha traído al final de esta columna.
Me pregunto qué intención hay detrás de inventar sandeces que sólo serán desmentidas unos pocos días después. Está el tema de la gente que no se informa más que por Latinus o el llamado WhattsUp de las tías y que, por ejemplo, nunca se enteró de la detención del hijo del “Chapo” Guzmán o de la compra de 13 plantas de Iberdrola. Es gente que no ve la “mañanera” porque parte de la “inferencia” de que son puras mentiras y demagogia. Pero esos mismos malquerientes de la “mañanera” ahora demandan un video del Presidente. No los entiendo, embarrados en el lodo de los deseos de muerte para el Presidente de la República, y no tengo más que decirles, como dice el mismo Andrés Manuel: “Sigan su camino”.
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