Lo que se cuenta en una La ciudad antes llamada Distrito es apenas un atisbo de la cotidianidad de esta urbe injusta, enorme y cochina llamada ahora Ciudad de México.
Por Berenice Andrade
Ciudad de México, 27 de abril (La Langosta Literaria/SinEmbargo).– Lo de menos es que esta novela esté basada en la Iliada de Homero. Que lo está, pero es un dato que arrojo sólo por la curiosidad más que por la sustancia.
La ciudad antes llamada Distrito, primera novela de Sandra Olguín (Distrito Federal, 1987), es una obra completa y cautivadora por sí misma, una épica de barrio divertida, emocionante, furiosa y trágica, que arranca risas y llanto; un eficiente artefacto narrativo creado para conmovernos, para sacudir nuestras emociones.
Liderados por el valiente tortero Ignacio, un grupo de comerciantes de algún mercado de la ciudad se revela a muerte en contra de una banda de policías corruptos que se hacen llamar los Agrios, y que por más de un año los han extorsionado con cuotas obligatorias a cambio de “protección”.
Los Agrios, cuya cabeza es un policía pútrido y repulsivo llamado Raymundo, tenían de su lado, hasta hace poco, la más efectiva de las armas con las que habían aterrorizado a policías rivales y civiles por igual: el Maromero, un policía joven, temerario e implacable que no tiene reparos en romper madres de quien se le pare en frente. Pero el Maromero ha dejado a los Agrios, y sin su furia como escudo ante sus contrincantes, los locatarios del mercado, rebosantes de esperanza, se envalentonan para ponerle fin a la injusticia, aunque la corrupción de las autoridades y su virulenta reacción anticipen la tragedia.
Más allá de la adaptación brillante de los personajes principales de la Ilíada en esta épica urbana que convierte a Troya en un mercado popular y a los aqueos en un grupo de policías panzones, miserables y desesperados, la prosa de Olguín, poderosa y precisa, nos instala de manera exitosa en las entrañas más hediondas a coladera del ya inexistente Distrito Federal.
El rompecabezas de Olguín, cuidadosamente armado sobre los cimientos de la epopeya homérica, se transfigura en un retrato colorido, oloroso, vivo de un Distrito Federal aterrorizado por natas de smog y policías enfermos devoradores de tacos de carnitas.
La autora se las arregla para encajar sin calzador los dramas y disputas de estos personajes, algunos muy villanos, de la clase trabajadora en los moldes de los sanguinarios héroes homéricos sin que se note que debajo de esa ciudad llamada Distrito están los vestigios de una Troya a punto de caer.
Pero a diferencia de la epopeya homérica, que define el destino de toda una nación, lo que se cuenta en una La ciudad antes llamada Distrito es apenas un atisbo de la cotidianidad de esta urbe injusta, enorme y cochina llamada ahora Ciudad de México.
Las tragedias de sus personajes son insignificantes para la ciudad que los devora; representan, si acaso, el rasgo característico, “pintoresco”, de una ciudad corrupta e indiferente, pero lo suficientemente dominante para imponer su personalidad sobre la historia. Olguín convierte a la ciudad en un personaje que se intuye como el narrador omnisciente del destino de sus guerreros venidos a menos, un narrador que nos grita con la furia de vendedor ambulante: ¡Canta, oh güerita, la muina del pelado Maromero!