En 2000, el entonces Presidente Ernesto Zedillo Ponce de León aceptó el mismo día de la elección, en cadena nacional, que su partido había sido derrotado por el Partido Acción Nacional después de 71 años de control hegemónico. De aquel acontecimiento han pasado dos décadas y hay un déja vú. Cada vez es mayor la probabilidad de que el PRI pierda las elecciones en el Estado de México, la tierra de Enrique Peña Nieto que ha sido gobernada por el llamado Grupo Atlacomulco durante nueve décadas sin interrupción.
Zedillo-Peña Nieto son apellidos unidos por la circunstancia del fracaso. Pero no se parecen en nada. Los observadores políticos y la misma Historia los ponen en paralelo: frente a la pérdida, uno pudo remontar y quedar más o menos bien librado. Pero el otro, dicen los observadores, difícilmente podrá lograrlo.
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SEGUNDA DE UNA SERIE
Ciudad de México, 27 de abril (SinEmbargo).– La noche del domingo 2 de julio de 2000, en Insurgentes Norte 59 de la Ciudad de México, un dinosaurio quedó herido, y miles de personas salieron a las calles a festinar su desgracia. Por primera vez en 71 años, el Partido Revolucionario Institucional (PRI) había perdido las elecciones presidenciales y ello despertó un júbilo inédito en las calles, los restaurantes, las casas, todos los espacios.
La avenida Reforma de la capital del país se convirtió en un camino a pie hacia el monumento de El Ángel de la Independencia. No era un triunfo de la selección mexicana de futbol. Los gritos y las risas se debían a que el próximo Presidente sería el postulado por el Partido Acción Nacional (PAN) y no el del PRI. Se iniciaba otra época.
Pero en Insurgentes 59 se intentaba curar al dinosaurio.
“La dictadura perfecta”, como llamó al sistema mexicano el escritor Mario Vargas Llosa, estaba derrumbada con todos sus símbolos y recuerdos. Desde “el dedazo”, esa práctica vital que implicaba que el dedo del Presidente designara a su sucesor hasta la verbena con confeti tricolor, acostumbrada después de cada votación.
Cada seis años, el PRI ganaba las elecciones y acto seguido, campesinos, obreros y burócratas se presentaban ante el candidato electo. Él les pedía perdón y les prometía la restitución del daño. Pero esa noche el partido estaba inconsciente. Y ya no había candidato. Y no había quién pidiera perdón.
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Después de una campaña en la que predominó el desenfado, las ocurrencias, los ataques, las anécdotas y la falta de propuestas, Vicente Fox Quesada, candidato del PAN, había triunfado sobre Francisco Labastida Ochoa, el priista sinaloense de 57 años de edad, que eligió un bajo perfil en la primera etapa de la campaña.
En Labastida se adivinaba la táctica de cederle el escenario a Fox para que se tropezara con sus propios “extravíos” y los electores evaluaran sus limitaciones. Pero el juego de “Fox es el peor enemigo de Fox”, no le salió. Y cuando quiso reaccionar era muy tarde.
A las 23:10 horas del 2 de julio, Ernesto Zedillo Ponce de León, Presidente de la República, admitió frente a los mexicanos en un mensaje en cadena nacional ser el último Presidente emanado del PRI. “El próximo Presidente de la República será el licenciado Vicente Fox Quesada”, dijo. Usó un tono de demócrata. Sostuvo que ese día se pudo comprobar que México gozaba de “una democracia madura, con instituciones sólidas y confiables, y especialmente con una ciudadanía de gran conciencia y responsabilidad cívicas”.
Con la voz pausada, el mandatario que fue postulado después del asesinato de Luis Donaldo Colosio Murrieta, expuso: “Hoy ha quedado acreditado ante propios y extraños que la nuestra es Nación de hombres y mujeres libres que sólo creemos en los medios de la democracia y de la ley para procurar el progreso y la solución de nuestros problemas”.
Si el ambiente tenía un sabor, ese era agridulce.
A los cinco días, Zedillo Ponce de León en realidad asistía al hundimiento de su partido. Y al de su propia figura política. En reunión especial, el Comité Ejecutivo Nacional del PRI lo rechazó. Manuel Bartlett Díaz (Secretario de Gobernación en el sexenio de Miguel de la Madrid, hombre a quien se le atribuye la caída del sistema a favor de Carlos Salinas y hoy Diputado por Morena) resumió aquel sentimiento: “El Presidente Zedillo ha perdido su capacidad de conducción. Ha dejado de ser el líder moral del PRI… ¡No debe mandar ni un minuto más!”. La presidenta nacional, Dulce María Sauri Riancho, se negó a entregarle el poder del partido. Emilio Gamboa declaró el estado de todos: “Es una cruda”.
Con los años, Zedillo se transformaría en el traidor, el ambicioso que quiso pasar a la Historia como un demócrata a costa del PRI, el impulsor del Fobaproa, el fondo por el cual las pérdidas económicas de los bancos privados en la crisis financiera de 1995 se convirtieron en deuda pública.
Su imagen se volvería ambivalente como en un juego de espejos. Por un lado, iba a estar el Mandatario que pudo realizar de manera pacífica la transición, por el otro aparecería el político que llevó a su propio partido a la derrota.
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Han pasado dos décadas y hay un déja vú. La derrota se presiente. El Presidente Enrique Peña Nieto se encuentra ante una probabilidad que resultaría crucial. Como nunca antes, el PRI puede perder las elecciones en el Estado de México, su tierra, la cuna del Grupo Atlacomulco y que ha gobernado durante nueve décadas sin interrupción.
Tanto el Presidente como el candidato que postuló, Alfredo del Mazo Maza, su primo, provienen de esa estirpe.
No hay análisis político que no indique que las elecciones del Estado de México son el termómetro de las presidenciales en 2018 y si pierde ahí, el PRI se enfrentaría a la madre de las derrotas como ocurrió en 2000. Sólo que hay una salvedad: Enrique Peña Nieto no es Ernesto Zedillo Ponce de León.
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¿QUÉ Y POR QUÉ SE PERDERÍA?
En palabras de Enrique Toussaint, politólogo de la Universidad de Guadalajara (UdeG), una derrota en el Edomex para Peña Nieto significa la oportunidad perdida de tripular el PRI.
“Un golpe fatal. Habría una rebelión de los sectores. Sindicatos como el SNTE y el de los Petroleros reclamarían. Y vendría la revancha con los que no les ha pagado bien. No habría manera de salvarse”, comenta Toussaint.
Pero también se juega el poderío económico y político. El Grupo Atlacomulco se debe a una extendida red informal de nexos laborales y familiares que ha actuado a través del PRI y ha desembocado en negocios multimillonarios envueltos de misterio y dudas, muchas dudas. Dice el escritor Francisco Cruz, un estudioso del comportamiento de esta agrupación, que ninguno de sus integrantes, ni la descendencia de ninguno de ellos, ha sido “un político pobre” (A uno de sus más emblemáticos hombres, Carlos Hank González, se le atribuye la frase “un político pobre es un pobre político) y para ello basta asomarse a sus propiedades inmobiliarias y sus formas de vida. Mansiones en Toluca, casas de campo, trajes, relojes de marcas multinacionales componen el relato.
Y todo eso puede empezar a perderse.
La aceptación del trabajo del Presidente Peña Nieto no alcanza 20 por ciento, según promedian las encuestas de Reforma, GEA-ISA y la estadounidense Pew Research. Este indicador se desplomó cuando el mexiquense tenía dos años de Gobierno.
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Fue un periodo de horrores. El 30 de junio de 2014, de acuerdo con la Comisión Nacional de Derechos Humanos (CNDH), militares ejecutaron a 15 de 22 personas que fueron halladas muertas en el suelo de la bodega de Tlatlaya, Estado de México. Tres meses después ocurrió la maldita noche de Iguala cuando desaparecieron 43 normalistas de la Escuela Superior Raúl Isidro Burgos de Ayotzinapa, Guerrero. En noviembre, una investigación periodística dio con que el Presidente habitaba una casa de 8.6 millones de dólares en las Lomas de Chapultepec, con un crédito en condiciones laxas del Grupo Higa, contratista de su Gobierno.
Y los muertos se acumularon. El Secretariado Ejecutivo reportó 33 mil 347 averiguaciones previas por homicidio doloso entre el 1 de diciembre de 2006 al 31 de julio de 2009. La misma institución registró 47 mil 988 averiguaciones previas y víctimas por homicidio doloso del 1 de diciembre de 2012 al 31 de julio de 2015. Es decir, en el mismo momento político, Peña superó a su antecesor, Felipe Calderón, con 14 mil 641 asesinatos, según las estadísticas del propio Gobierno.
Por si fuera poco, Donald Trump, candidato del Partido Republicano, hizo del vilipendio de México y los mexicanos, el eje de su campaña. Ganó y convertido en Presidente no ha parado de amenazar con la construcción de un muro en la frontera y la deportación de miles de mexicanos. El Gobierno de Peña Nieto ha respondido con tibieza.
Esta crisis, la lleva sobre los hombros Alfredo del Mazo Maza, candidato del PRI al Gobierno del Estado de México en las elecciones más reñidas de la Historia y quien fue postulado precisamente por Peña Nieto.
“Esa es la principal razón por la que puede perder”, dice el politólogo de la Universidad de Guadalajara, Enrique Toussaint. “Del Mazo en mucho es Enrique Peña Nieto. En su persona se ratifica la imagen del hombre telegénico y es inevitable que recuerde lo que ha sido el Gobierno”.
El martes 25, el candidato del PRI apareció por primera vez en segundo lugar en las preferencias. El diario Reforma lo colocó con 28 por ciento, un punto menos que la candidata del Movimiento de Regeneración Nacional (Morena), Delfina Gómez Álvarez. Ese mismo día fue el debate televisivo entre los candidatos.
Alfredo del Mazo Maza y Enrique Peña Nieto son primos y los dos integraron el llamado grupo de los Golden Boys, los jóvenes que recibieron el apodo cuando Arturo Montiel fue Gobernador del Estado de México. Un grupo definido por el estudioso Francisco Cruz como un jet set de jovencitos que procuraban su arreglo personal al grado de la metrosexualidad.
Cuando Del Mazo fue presidente municipal de Huixquilucan, de 2009 a 2012, Peña Nieto concluía su gestión como Gobernador. Ambos aparecían en las revistas sociales. Exponían sus noviazgos o posibles conquistas amorosas. Sus peinados de copete engominado los asemejaban.
Los dos eran los rostros más jóvenes de esa casta identificada con Atlacomulco que ha gobernado el Estado de México, una lista larga que atraviesa las generaciones: Isidro Fabela (1942-1945), Alfredo del Mazo Vélez (1945-1951), Salvador Sánchez Colín (1951-1957), Carlos Hank González (1969-1975), Alfredo del Mazo González (1981-1986), Alfredo Baranda García (sustituto, 1986-1987), Mario Ramón Beteta (1987-1989), Ignacio Pichardo Pagaza (1989-1993), Emilio Chuayffet Chemor (1993-1995), César Camacho Quiroz (1995-1999), Arturo Montiel Rojas (1999-2005) y Enrique Peña Nieto (2005-2011).
Hoy son ellos, los que alguna vez fueron niños bonitos y la promesa de preservar la sangre en el poder, quienes pueden encarar a la derrota.
PEÑA NIETO NO ES ZEDILLO
Si el hombre es su circunstancia histórica, Zedillo y Peña Nieto son opuestos. Lo que ven analistas es que si bien los dos se enfrentaron al desmoronamiento del PRI y al fantasma de la baja popularidad, uno pudo remontar y quedar en la página de la Historia más o menos bien librado. Pero el otro, no.
Dice Enrique Toussaint, politólogo de la Universidad de Guadalajara: “Enrique Peña Nieto no tiene parámetro ni punto de comparación. Es la encarnación del desgaste y es probable que no resista la derrota en el Estado de México”.
Fuentes que dejaron el PRI relatan que “la crisis del fenómeno Peña Nieto” se vive también en el partido. “Ni la mitad de los priistas están con él. Los que creen en el proyecto tecnócrata neoliberal ven con buenos ojos a Margarita Zavala y los nacionalistas revolucionarios apuestan por Andrés Manuel López Obrador. El ejemplo más claro es Esteban Moctezuma quien se sumó a Morena”, coinciden algunas voces.
Otra diferencia es que a Zedillo no le gustaba ser priista. A la Presidencia llegó sin ser del partido. Lo dice la hemeroteca en donde sus acciones quedaron registradas y lo gritan los documentos que guardó el CEN priista de reuniones privadas. En cambio, Toussaint describe a Peña Nieto como “un hombre de poder, de silla, de control de operar las cosas y tener todos los hilos posibles”.
En marzo de 1995, en el aniversario del partido, el Presidente Ernesto Zedillo implantó lo que se llamó “la sana distancia”. Ese concepto inquietó a los sectores asistentes, pero el entonces Mandatario la definió así: “Sana distancia, sencillamente, quiere decir que el gobierno haga lo suyo, que el partido haga lo suyo, pero sana distancia no quiere decir de ninguna manera, que haya ruptura entre el gobierno y el Partido… Eso tiene que quedar absolutamente claro. Sana distancia entre el PRI y el gobierno no es renuncia, es, por el contrario, afirmación del compromiso democrático con México y de respeto a la vida interna del PRI”.
Veinte años después, Enrique Peña Nieto rompió con esa “sana distancia”e impuso “la sana cercanía”. Los estatutos fueron modificados para que el Presidente de la República esté en posibilidades de asistir a las reuniones del partido, no sólo en calidad de “priista destacado”; sino como un integrante del Consejo Político Nacional.
El inicio del Gobierno de Ernesto Zedillo estuvo marcado por la crisis económica desatada la aciaga noche del 19 de diciembre de 1994, cuando decidió deslizar la banda de fluctuación del peso mexicano. En febrero de 1995, sólo 23 por ciento de los mexicanos aprobaba su forma de gobernar, la cifra más baja jamás observada hasta ese momento. Concluyó con 65 por ciento.
En cambio, Enrique Peña Nieto inició su Mandato envuelto en lo que el semanario británico bautizó como The Mexican Moment y 59 por ciento de aprobación. Hoy, en el último tramo de su Gobierno, la misma publicación indica que aquel momento fue “un espejismo” dadas las fosas de osamentas en todo el país y la desaceleración económica.
Zedillo también careció de algo que hoy tiene Peña Nieto: una generación de gobernadores acusados de corrupción. La lista de nombres es larga. La de sus delitos, también. Narcotráfico y modalidades de Lavado de Dinero predominan en el bufete de actos ilegales cometidos por mandatarios estatales que un día fueron “una promesa”. Con ellos, el fantasma de la corrupción no omitió ninguna región de la República Mexicana. Mientras Javier Duarte de Ochoa operaba en Veracruz, Jorge Herrera Caldera y Rodrigo Medina y lo hacían en Durango y Nuevo León. Roberto Borge Angulo intentaba tapar … en Quintana Roo, Egidio Torre Cantú huía de Tamaulipas y los hermanos Humberto y Rubén Moreira buscaban amparos legales en contra de acusaciones relacionadas con el peculado y el Lavado de dinero.
“Es una generación podrida. Pero esa podredumbre puede apestar más en 2018. Si ese año, el PRI pierde la Presidencia de la República como es muy probable que ocurra, ya no habrá negociación posible para protegerlos. Todos deberán ser sometidos a juicio. Gane el PAN o Morena, es una estirpe cuya impunidad ya no resiste. Y Peña Nieto tendrá que poner la cara. Él mismo modificó los estatutos del PRI para convertirse en primer priista. Por sus Gobernadores será juzgado”, evalúa el politólogo experto en sistemas electorales, Eduardo Huchim.
Guillermina Paz Baena dirige un equipo de Prospectiva en el Instituto de Administración Pública del Estado de México (IAPEM). Su labor consiste en pensar en el futuro con los elementos del presente.
“Las circunstancias ahora son más complejas. Con Zedillo había una sensación de consenso. Se percibía el ‘no hay problema, actúa, haz lo que corresponda´. Con Enrique Peña Ahora se regresa al viejo PRI, pero las cosas ya no salen bien. Perder, con Zedillo, se debió a una posición democrática. Perder con Peña Nieto será el destino más fatal de un hombre que no pudo con el Gobierno y encima, entrega el bastión más importante”, dice.
–Frente a la derrota, ¿cómo quedarán en el futuro estos dos hombres del poder? –se le pregunta a Guillermina Paz Baena, hacedora de escenarios.
–Zedillo se vio más protegido por el sistema político. No sale con diez, pero sale librado. Peña Nieto ni siquiera alcanzará calificación.