Hoy renuncio

27/04/2012 - 12:02 am

Y después de la tormenta, siempre sale el sol.

Todos hemos estado a punto de mandar a la chingada, es decir, al rancho de Andrés Manuel, la vida misma, el trabajo, en fin. ¿No han sentido ganas intempestivas de decir “ya no más”, “me voy”, “ahí se ven”, “tomo un avión a Bali, Acapulco o Guatemala”? ¿No han tenido ganas de poner la cabeza en el refrigerador, o en el mejor de los casos, estar tirados en la playa con unas chelas bien heladas en plena jornada laboral? ¿De jamás experimentar el estrés post traumático del término de las vacaciones? De esos días en que uno sueña…

A mí me pasó, digamos, de una manera peculiar. Amanecí un domingo a las 6 de la mañana después de una amena velada de varias botellas de vino tinto.

Total. Ese día me dio lo que yo llamo una “vorágine emocional”. Que a veces se me sale el demonio de Tasmania. Para fines prácticos, lo que sería un domingo tranquilo, con algo de trabajo por delante, se convirtió en un intenso discurso mental y verborrea introspectiva. Si evaluara mi diálogo interno, diría que barro a Chepina en lo emocional, que el dramatismo conceptual podría ser una categoría nueva de análisis, que en efecto, tengo argumentos racionales, pero manejados absolutamente a mi favor y que para rematar, terminé con un gran broche de oro, tipo El Torito: decidí renunciar a mi trabajo. En ese momento, le veía dos ventajas: me sonaba bien ser hippie en la playa de Zipolite y tener un color envidiable, aprender a surfear y vivir una vida orgánica. Como desventajas: tener que dormir en la arena sin colchón, como buena hippie, hacer algún tipo de manualidad para el sustento diario y que se enamorara de mí un loco de Australia. Pero pesaban más las ventajas. Claro que los rayos de sol podrían repercutir en mi piel tipo blanca navidad a un eventual arrugamiento prematuro.

La cereza del pastel fue que en efecto, le hablé a mi jefe. ¡Sí, al Director, al que me paga, y en domingo! Le solté una sarta de incoherencias que se debían a la “rica” velada de vino tinto, al cansancio, falta de sueño y la vida en general. Es decir, lo normal, que uno tiene que trabajar para pagar sus quesadillas, su renta, sus cigarros y su jugo de arándano, y para cumplir a los clientes.

Por supuesto que mi jefe me colgó.

Así que concluyo lo siguiente: hay distintos tipos de reacciones ante diversas situaciones de la vida; podríamos decir que una es más emocional, la otra más analítica.

Si usted tiene tendencia a la emocional, seguramente será el protagonista de su vida, pero con algunas malas escenas (de esas que corta el director de una película por chafa). Ante estas malas escenas (o malos discursos propios, o de casi cualquier presidenciable, para todo efecto y con toda proporción guardada), hay un mecanismo que apenas descubro.

– Inhale y exhale.
– Pare su pensamiento.
– Váyase a dormir.
– Tómese un té de tila pa´ los nervios.
– Levántese y póngase a trabajar, que la vida es así y no podemos evitarla. Ni rodearla, ni ignorarla.

Lo que pongo a consideración es:

– No externar estas vorágines con su gal@n, con sus padres, su familia o, en este caso, con su jefe. Dele su tiempito a la locurita de la cabeza.
– No darle cuerda a la rata, porque esta se volverá la “Rata Diabólica”.
– Salir corriendo a la calle y contarle al vecino. Seguro que le llega una carta de evacuación inmediata.
– Si se va de hippie, piense en todos los trámites burocráticos de disolver el contrato de renta con la penalización correspondiente, las lágrimas maternas, la venta de muebles, cancelar tarjetas, repartir sus pocas o muchas pertenencias…
– Ser hippie no es tan fácil. Uno vive al día. Si está dispuesto a lograrlo, pues ándele y siga con su plan. Eventualmente terminará con rastas o piojos, sin depilación y con un antojo de comer algo más que quesadillas en los restaurantes o fondas playeras.
– Pregúntese: ¿Realmente tiene las habilidades de hacer brownies, pulseritas de chaquira, anillitos de flores, dar clases de yoga u hornear pan de plátano?

Lo positivo de las vorágines emocionales es que salen una serie de pensamientos que nos permiten descubrir constructos ilógicos enterrados en lo más profundo de la mente. Por supuesto que no soy psicóloga, pero esta es una columna… experiencial.

Lo peor es que todos estos constructos para uno mismo pudieran parecer irrefutables. La buena nueva es que sí lo son y sólo hay que aprender a detectarlos, des construirlos y mandarlos a la mierda.

Y seguir adelante, que vida solo hay una.

PD. No me despidieron. Nada más le van a cobrar factura a la persona que me reclutó.

 

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