Tomás Calvillo Unna
27/03/2024 - 12:04 am
Los poros de la tierra: el palpitar de la luz
“La carretera asemeja una serpiente que se oculta tras la neblina”.
I
El árbol de flores amarillas
en los bordes del sentimiento,
cubre la fachada de la casa
donde ya nadie se encuentra.
A pecho tierra
las nubes indagan
los restos de los sueños:
esos espejos rotos,
sus fijaciones de púas,
emociones henchidas de posesión;
el papel celofán rasgado
del abrupto mañana aparecido;
la extrañeza del reacomodo,
la velocidad capturada
en las alertas de la psique.
II
La carretera asemeja
una serpiente que se oculta
tras la neblina;
es el antifaz
de este amanecer,
cuyo sabio lenguaje
de humedad y luz
conversa con estas colinas,
acaricia sus laderas,
se recuesta en sus cuevas
y generosa se retira,
para que el sol
retorne,
con sus consistentes labores.
Ahí está
el disco luminoso,
su índice de fuego
sobre nuestros hombros;
se asemeja
a los viejos dibujos de los niños
en los pupitres de la geografía,
a la pequeña lupa,
al quemar las hojas secas
de precoces juegos.
III
Las palmeras del altiplano
están alertas
custodian por tramos el camino
y nos advierten…
La larga línea de kilómetros
también es un viaje
al pasado de cada quien:
inexistente y presente,
un sudor metafísico
que nos impregna
de incertidumbre.
Pareciera que todos
estamos en medio de una pausa;
actores secundarios o estelares
ignoramos el guion de esta obra,
a la espera de salir en escena.
IV
La risa del inmenso Buda
recostado en el Templo de Rangún;
el Nazareno Negro de Quiapo
cargado de heridas,
cargado por miles
por las calles de Manila.
Cuánta devoción, cuántos rezos,
mientras ascendemos y descendemos
por las cañadas de nuestra búsqueda,
con la imagen de La Guadalupana
en el retrovisor.
Los recuerdos desmenuzados
se arrojan a la hierba seca.
Ya son llamaradas,
pequeñas columnas de humo;
lo corpóreo se extingue.
El Ayer con mayúscula,
se desvanece en nuestras manos.
Las palomas negras
convertidas en flechas amarillas
señalan el rumbo a seguir
Aunque lo ignoremos,
desde el inicio somos peregrinos;
con dioses o con diosas,
sin ellos o sin ellas.
V
En esta encrucijada de tiempos,
habitamos lo imaginario y lo real.
Las fiestas son el guiño
de la libertad y sus anhelos;
danzamos
en espera de poder volar,
alzamos los brazos,
damos vueltas
en círculos,
imitamos
a los planetas
para no olvidar
nuestra extrañeza.
Los ángeles
que ostentan
una envidiable ingravidez:
guardianes de vocación,
de compasión incomparable,
se ocultan.
Los demonios,
encarnadas sombras,
revestidas de nombres y apellidos,
pretenden confundirnos
e incluso suplantarnos.
VI
Cuando se desvanece el nombre
en el tejido de la memoria,
las coordenadas se pierden.
Los bufones pululan por doquier
ante la ausencia del conocimiento
y su extravío; entre cascajos
aparentan figurar y nos reclutan.
Los cuerpos robotizados y hambrientos
de toda clase de deseos
sin el oasis del alma,
divagan y se violentan.
La neblina
y esa parvada de grises, blancos,
oro y cobre:
el punto y coma del amanecer.
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