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Adela Navarro Bello

27/03/2012 - 12:02 am

Intrigar, rezar y tuitear

Las intrigas electorales en México tuvieron un giro religioso el fin de semana. Los principales actores, ya sabe, los usuales por estos días, los candidatos a la presidencia de la República, el propio mandatario, el ex mandatario inmediato, algunas figuras de la izquierda y por supuesto, muy a la mexicana, las familias en el poder, […]

Las intrigas electorales en México tuvieron un giro religioso el fin de semana. Los principales actores, ya sabe, los usuales por estos días, los candidatos a la presidencia de la República, el propio mandatario, el ex mandatario inmediato, algunas figuras de la izquierda y por supuesto, muy a la mexicana, las familias en el poder, se regodearon al separarse del pueblo y confirmar su estatus de personas muy importantes (o vips, como les gusta llamarse utilizando el término en inglés)

El punto de interés fue quién estuvo con quién, quién saludo a cuál y tramar acaso sobre los tópicos de conversación entre los personajes protagonistas. O dicho de otra manera, no hubo información, ni planteamientos ni propuestas. Hubo intriga, suposición, calificación y mucha imaginación.

Durante tres días, todo ello se vivió en torno a la visita de Benedicto XVI a México. La primera del representante de la jerarquía católica a nuestro país. Los momios se dividían entre si Felipe Calderón Hinojosa se arrodillaría o no, si realizaría una reverencia o no. Si Andrés Manuel López Obrador haría lo propio; entiendo por lo que he leído y visto, que nadie se preocupaba por el comportamiento en la “intimidad pública” de la religión de Josefina Vázquez Mota (acaso por ser mujer no habrá sido difícil imaginarla abnegada), o de Enrique Peña Nieto, quien ya había ofrecido espectáculo en horario estelar y directo desde El Vaticano cuando en diciembre de 2009 fue hasta allá para pedirle la bendición al Papa y anunciarle su próxima boda.

La clase política mexicana se congregó en el preámbulo de la campaña electoral que culminará con la elección del 1 de julio de 2012 –con el sucesor de Calderón–, para hacer lo que muchos mexicanos hacen cada día en sus casas, o en cualquier rincón que les proporcione un remanso de paz: rezar. O al menos así lo pretendieron.

Rezar por los desvaídos, rezar por las víctimas de la inseguridad, rezar por la campaña, rezar por la armonía en el país, rezar para que todo vaya bien, rezar para superar la tragedia, rezar para olvidar el entorno. Rezar es pedirle a Dios lo que los hombres no pueden hacer. Un bálsamo para quienes lo han perdido todo.

El presidente Felipe Calderón no dijo literalmente que rezó, pero sí que al momento de la salutación al Papa, le acompañó una delegación integrada por “algunas víctimas de la delincuencia, indígenas, artistas, empresarios e intelectuales”.

Alguien por ahí entendió mal (o intrigó) y otro por allá tuvo que aclarar que el Papa no se había reunido con las víctimas de la delincuencia en México; presto don Felipe se dio a la tarea de tuitear (desde una blackberry, a saber si propia y con sus yemas dactilares) en medio de los actos religiosos y de la muchedumbre, el nombre y el rango de víctimas de quienes asegura, estuvieron con él. La madre de un joven asesinado en un homicidio múltiple en Juárez, la madre de un policía federal desaparecido, la progenitora no de uno sino de cuatro desaparecidos; la hermana de una mujer que murió en una balacera en Nuevo León, la esposa de un militar asesinado en Durango, y un hombre que permaneció secuestrado hasta ser liberado por la autoridad.

Evidentemente seleccionadas las víctimas de los estados con mayor índice de inseguridad en México, lo que la Presidencia de la República hizo por ellos fue llevarlos a saludar al Papa, conminarlos y darles un boleto clase especial para presenciar una misa, alabar a Dios y esperar, ahora sí (es una suposición válida en el contexto de la impunidad que padecemos) el milagro de ver sus casos resueltos.

Porque es un hecho, la impunidad en México rebasa las cifras de lo tolerable. Ni los asesinos, ni los secuestradores, ni los atacantes de la mayoría de las víctimas, incluidas las que acompañaron al presidente Calderón, están en la cárcel.

La procuración de justicia carece de elementos de rigor en la investigación y en la consignación de los hechos que tanto han afectado a los mexicanos. Más de 60 mil muertos producto del crimen organizado durante los últimos cinco años, es una cifra escalofriante. Avasalladora para el estado mexicano. El sistema penitenciario se está colapsando sin dar hospedaje a todos quienes han hecho daño a la sociedad. Y ahora sí que en esas áreas no hay rezo que sirva ni alabanza que funcione.

Lo deseable es que el mandatario nacional ayude a esas personas a llegar a los juzgados para atestiguar la justicia que persiguen en el dolor de haber perdido a un ser amado en esta guerra iniciada en 2007 contra el narcotráfico.

De igual manera, lo ideal es que haya menos intrigas, menos rezos, menos tuits, y más gobierno. ¿No?

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