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Alejandro De la Garza

27/01/2024 - 12:03 am

El precio…

“Nadie con media hora sentado frente a la máquina o la computadora, por muy inspirado que está, hace maravillas literarias”.

“Ánimo escritores, alienta el venenoso. Y ánimo candidatos, lo peor está por venir”. Foto: Jenny Kane, AP

El sino del escorpión se halla abrumado por las campañas electorales. Entre candidatos de Morena que podrían ser del PRIAN y, viceversa, candidatos del PRIAN que bien podrían ser de Morena, el venenoso sabe que los electores terminarán pagando el precio… Ante esta, el arácnido prefiere volver a su vieja pasión por la literatura y preguntarse ¿dónde está la literatura mexicana de hoy?, ¿reflejará esta situación?, ¿quiénes la están escribiendo?, ¿los mismos de hace diez, cinco años?, ¿los becarios del Fonca? Para documentar su pesimismo, la situación en este terreno parece igual de triste: escritores que insisten en narrar la violencia costumbrista del narco y su sangría del país, y quienes lo intentan y no pueden. Al menos, la novedad de la patria literaria desde hace más de un lustro es la escritura de las mujeres, que ha enriquecido la literaria mexicana con otros temas.

A una pregunta sobre su método de trabajo como escritor y sobre la influencia en su trabajo del concepto romántico de la “inspiración”, el italiano Cesare Pavese, muy acorde a su espíritu estoico (y finalmente suicida), respondió que no había más inspiración que “amarrarse a la silla y escribir”. El alacrán recuerda que Hemingway, a tono con su carácter provocador (y también suicida), respondió con un comentario célebre: “un escritor requiere de algo así como diez por ciento de inspiración y un noventa por ciento de un trasero duro para permanecer sentado escribiendo”. Muchos otros escritores opinan de manera similar, sobre todo a partir del modernismo literarios de finales del siglo XIX y principios del XX.

Puede deducirse entonces que el viejo cuento de la inspiración, la iluminación o la revelación como algo ajeno y exterior que literalmente toma al escritor y lo impulsa a escribir, tiene mucho de mito e invención. En efecto se viven estados de febrilidad, de exaltación o incluso como de ensoñación, en los cuales se llegan a escribir inteligentes y hermosas cuartillas bien logradas, que pasman y dan satisfacción al escritor y lo llenan de una mezcla imprecisa de placer, entusiasmo y lucidez, una sensación que si es capaz de transmitir le garantiza lectores inteligentes y gozosos. Pero estos estados alterados de escritura no llegan del exterior y difícilmente son producto de la inspiración provocada por una tarde lluviosa o por la contemplación de un amanecer. Generalmente, son estados logrados por el escritor en razón a su experiencia vital, a sus muchísimas lecturas y, sobre todo, tras una intensa sesión de trabajo y horas de agotadora escritura.

Durante años se pensó también, incluso como tendencia filosófica, que la meta del arte —de la literatura en este caso—, era reflejar la belleza, entendida como la armonía, los sentimientos nobles y dulces, lo positivo y ejemplarizante de la vida. Por fortuna esa idea se desvaneció cuando menos desde mediados del siglo XIX —con el también muy difundido mito del artista maldito— y más aún a partir de las literaturas denominada de vanguardias, de principios de siglo pasado. Si bien a lo largo de la historia de la literatura han existido desde siempre los libros malditos, las literaturas oscuras y prohibidas que abordan la escatología en su acepción de lo oculto, lo subterráneo, lo oscuro de la vida humana como fuente para la narrativa. Esa vieja y limitada idea de la belleza como fin último del arte se basaba en mucho en aquel mito de la inspiración, cuando el escritor conmovido, sentimental o melodramático, se desbordaba sobre el papel en cursilerías brillantes y dulces como caramelos. Hoy ya nadie compra esa coartada y, cómo es sabido, para escribir se requiere de muchísimo trabajo, de nervios fuertes, emociones complejas y, por si fuera poco, de la capacidad técnica para escribirlas y desmenuzarlas ante los ojos atónitos o interesados, curiosos o adormilados del lector. Finalmente, si de escribir literatura se trata, bien se ha dicho que no hay más reglas, recetas o normas que, en principio, contar una historia. En cuanto a la belleza como meta del arte, el concepto mismo de lo bello se ha transformado y evolucionado y hoy podemos decir que libros oscuros, difíciles y de temas álgidos y conflictivos de la vida humana, resultan, al final y juzgados como una obra completa, hermosas lecciones de literatura, de belleza y de humanidad.

El arácnido conoce escritores de alta productividad, que pueden escribir en maratónicas tandas de ocho horas, otros más dan todo en dos horas y después corrigen, hay también quienes escriben y reescriben, corrigen y vuelven a rehacer el texto, mientras algunos más sólo pueden sentarse a escribir cuando ya concibieron y trabajaron una idea en la cabeza, y aún hay otros que padecen el socorrido trauma de la página en blanco. En realidad cada escritor tiene su método o sus métodos variables y distintos para escribir. El alacrán nos sabe con exactitud cual pueda ser un promedio digno de cuartillas diarias de calidad, pero lo que sí está seguro es que nadie con media hora sentado frente a la máquina o la computadora, por muy inspirado que está, hace maravillas literarias. Por el contrario, a veces no se tiene una idea preconcebida, a veces ni siquiera un tema bien definido, pero en el fondo de su conciencia y de su instinto el narrador sabe que con seis horas escribiendo se puede lograr algo, aunque sean tres cuartillas para una nota periodística. “Amarrarse a la silla, y si se tiene talento y coraje, algo digno saldrá…”, decía Pavese.

Y cuando ese momento llega, el escritor debe tener en cuenta El precio, ese comentario del escritor catalán Carlos Ruiz Zafón donde advierte: “Un escritor nunca olvida la primera vez que aceptó unas monedas o un elogio a cambio de una historia. Nunca olvida la primera vez que siente el dulce veneno de la vanidad en la sangre y cree que, si consigue que nadie descubra su falta de talento, el sueño de la literatura será posible y será capaz de poner techo sobre su cabeza, un plato caliente al final del día y, lo que más anhela, su nombre impreso en un mísero pedazo de papel que seguramente vivirá más que él. Un escritor está condenado a recordar ese momento, porque para entonces ya está perdido y su alma tiene precio…”.

Ánimo escritores, alienta el venenoso. Y ánimo candidatos, lo peor está por venir. Habrá que pagar el precio.

 

@Aladelagarza

Alejandro De la Garza
Alejandro de la Garza. Periodista cultural, crítico literario y escritor. Autor del libro Espejo de agua. Ensayos de literatura mexicana (Cal y Arena, 2011). Desde los años ochenta ha escrito ensayos de crítica literaria y cultural en revistas (La Cultura en México, Nexos, Replicante) y en los suplementos culturales de los principales diarios (La Jornada, El Nacional, El Universal, Milenio, La Razón). En el suplemento El Cultural de La Razón publicó durante seis años la columna semanal de crítica cultural “El sino del escorpión”. A partir de mayo de 2021 esta columna es publicada por Sinembargo.mx

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