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Jorge Alberto Gudiño Hernández

27/01/2018 - 12:02 am

El asombro del aprendizaje

B está aprendiendo a sumar y a restar. Ha sido un periodo lleno de descubrimientos. De entrada, porque yo estaba convencido de que sólo existía un método único para adquirir este conocimiento que consistía en memorizar las sumas más sencillas. Pensé, ingenuo de mí, que todo era cuestión de aprenderse las sumas de los dígitos […]

Los métodos de enseñanza actuales se han enfocado en hacerle ver a los niños que pueden agrupar las cantidades en decenas y luego en centenas para que todo resulte más sencillo. Foto: Especial

B está aprendiendo a sumar y a restar. Ha sido un periodo lleno de descubrimientos. De entrada, porque yo estaba convencido de que sólo existía un método único para adquirir este conocimiento que consistía en memorizar las sumas más sencillas. Pensé, ingenuo de mí, que todo era cuestión de aprenderse las sumas de los dígitos para, más tarde, combinar este conocimiento en adiciones más grandes. Los métodos de enseñanza actuales se han enfocado en hacerle ver a los niños que pueden agrupar las cantidades en decenas y luego en centenas para que todo resulte más sencillo. O más natural. Es algo que yo pensé que llegaba con la experiencia y no era el punto de partida. Así que me puse contento desde el principio.

Sin embargo, estos descubrimientos poco importan a la hora de ser padre. Lo relevante llega siendo niño, cuando el mundo de las matemáticas se va abriendo como un abanico de posibilidades.

Tras el largo proceso de aprender las sumas más básicas, comenzaron a sumar llevando. Un buen día, B llegó a casa con una tarea breve: debía sumar dos números de tres cifras. Algo así como 284 + 557. Fue lindo ver cómo B ponía el número que llevaba sobre las decenas, luego sobre las centenas. La operación le salió bien. Como la tarea sólo consistía en hacer una suma, sí una sola, pensé que podría hacer más. Tras dos o tres nuevas operaciones, le dije que, a partir de ese momento, podría sumar cualesquiera dos números enteros. No me creyó.

Así que, ni tardo ni perezoso, le puse una suma larga. Los números no son iguales pero bien podría haber sido 27854389042 + 84027301284. B la miró con escepticismo. Le pedí que lo intentara y, como era previsible, la hizo bien. Su cara de sorpresa fue máxima. Tanto, que lo quiso intentar de nuevo. Una y otra vez me pidió más sumas. Yo, por supuesto, se las puse.

Él no sabía que esto era una simple transferencia del aprendizaje. Un proceso bien conocido por medio del cual uno aplica conocimientos anteriores para resolver problemas desconocidos. En realidad, el ejemplo era simple pero valía la pena detenerse en la reflexión.

Más allá de que el sistema esté funcionando, lo cierto es que hubo asombro. Asombro de B al descubrir que sus capacidades son mucho mayores de lo que él creía. Asombro como esa sensación de calidez en el orgullo. Mejor, asombro como ese movimiento que nos pone al borde de la silla cuando acabamos de descubrir algo grandioso.

Los placeres intelectuales suelen llegar a cuentagotas. Son más complicados de procurar que otros. A partir del descubrimiento de B, me di a la tarea de recordar algunos de los que yo mismo experimenté. Me puse contento. Las matemáticas me han aportado algunos; la literatura, otros. También me vino a la mente cierta tristeza. No alcanzo a comprender del todo porque, con el paso de los años, dejamos de procurar estos placeres que resultan tan satisfactorios. Ya tendré que dialogar conmigo mismo para dar con esa respuesta en mi circunstancia particular.

Mientras eso sucede, estoy ansioso por descubrir la tarea de restas de llevar. Cuando llegue, podremos replicar el pase mágico. También con el próximo de los libros que B lea, con el nuevo conocimiento que llegue a él. Haré todo lo posible por sumarme a ese breve arrebato eufórico y, sobre todo, por impedir que se sature o que caduque el asombro. Tal vez, dentro de algunas décadas, descubra algo que nunca nadie antes y el asombro vuelva a arrebatarlo. Ojalá sea capaz de descubrir en ese momento que es algo que merece pues lo lleva cultivando desde la infancia.

Y aún hay quien dice que aprender no es divertido.

Jorge Alberto Gudiño Hernández
Jorge Alberto Gudiño Hernández es escritor. Recientemente ha publicado la serie policiaca del excomandante Zuzunaga: “Tus dos muertos”, “Siete son tus razones” y “La velocidad de tu sombra”. Estas novelas se suman a “Los trenes nunca van hacia el este”, “Con amor, tu hija”, “Instrucciones para mudar un pueblo” y “Justo después del miedo”.

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