Regalazo navideño para su amigo intelectual

26/12/2012 - 12:03 am

Amiguita, amiguito, ya es 26 de diciembre y ¿se le pasó darle regalo a su compa intelectual-wannabe-de-confianza? ¿A ése al que casi nunca le habla? ¿A ése al que, cuando él le llama, nomás le suelta una cátedra-monólogo tan interesante como la importancia de las angiospermas en el machismo contemporáneo? ¿A ése que es como jarrito de Tlaquepaque (o, peor, de Amozoc) y es sentido como nadie? ¿A ése mero se le olvidó darle regalo y no quiere volver a comprarle un libro porque pareciera que no le gusta ninguno de tanto que los critica? No se preocupe, regálele este bonito decálogo del éxito. El qué hacer y qué no hacer para tener harta fama en esa profesión que a él tanto le importa (y nomás a él).

He aquí los 10 sencillos puntos para ser un gran intelectual de nota en “iberoamérica” hoy:

1. Un intelectual iberoamericano debe de ser de izquierda. No importa si la izquierda existe o no, ni qué diablos signifique eso, pero el intelectual tiene que decir que ésa es su filiación. Por ningún motivo dirá que está de acuerdo o le gusta algo de la derecha (como la propiedad privada de su biblioteca o su smartphone). Para hacerla más fácil: todo lo que le guste será de izquierda y; todo lo que no le guste, de derecha.

2. Un intelectual iberoamericano de éxito tiene que estar felizmente post-colonizado. Es decir, tiene de creer que es un ciudadano de “Occidente” y que su cultura es “Occidental”. No importa que le nieguen la visa gringa (dirá que no la quiso porque es de izquierda). Tampoco que en Europa lo segreguen a tiro por viaje y la policía lo detenga a cada rato para pedirle sus papeles (él dirá que se sintió como en casa, es más: mejor que en casa). Mucho menos, que le parezca normal hablar con sus muertitos, comer picante, o que su concepto de maldad no se parezca en nada al de “evil”: él es occidental y hay una línea clara y directa entre su persona y Anaxímenes.

3. Por consecuencia, un intelectual iberoamericano afamado debe ser muy docto y versado en todo lo que haya dicho “Occidente”. Que declame de memoria a Cicerón y que afirme que no hay mejor filosofía ni literatura que la que ha hecho “Occidente”. Que diga que Kant (o Marx, Hume, Lipovetsky o el que quiera) es lo más chilo de lo chilo. No importa que lo que digan no se parezca en nada a lo que pasa en su calle, mucho menos que casi todos ellos estén en el Top 10 de las frases racistas sobre “iberoamérica y sus gentes”: el intelectual ha de hacer caso omiso a esos detallitos.

4. Un intelectual iberoamericano en boga ha de estar comprometido, muy comprometido, súper comprometido. Y nada mejor que los puntos anteriores para elegir correctamente las causas: esas sean de “izquierda” y que sean “occidentales”. Por ejemplo, la guerra en Afganistán, el Dalai Lama, el conflicto palestino-israelí o lo que se le ocurra a los muchachos en Washington. No importa que nadie en esos lugares lo lea (ni en Afganistán, ni en el Tíbet ni en Palestina). Mucho menos, que el barrio donde vive se caiga a pedazos, que su ciudad sea un caos y que no tenga ni la más remota idea de qué pasa en su país, si él se compromete con estas causas occidentales –y lo clama a los cuatro vientos de la web– será un éxito.

5. Pero para triunfar de veras con esto del compromiso, el intelectual iberoamericano deberá de hacer como McDonald’s: tener las hamburguesas de siempre pero también las de sabor local, como el McMollete. ¿Y cómo escoger su McMollete? Fácil: leyendo periódicos y revistas europeas y estadounidenses hasta que lo encuentre. Así, si la cuestión indígena, o los feminicidios, o la violencia de su país por fin aparece en Le Monde o NYTimes, ¡eureka!, ahí está su McMollete. El intelectual de éxito no lo dejara pasar.

6. El intelectual iberoamericano debe de ser un campeón de la segregación. Dado que él ya se siente occidental y es experto en eso en lo que le dijeron que fuera experto, no ha de perder el tiempo ni en causas ni en lecturas que estén fuera del canon. Que ni se le ocurra leer a un filósofo de Mauritania o a un escritor de Samoa, ¡ni mucho menos decir que le gustó o que le parece relevante lo que dice! Ya quedamos: los únicos que dicen cosas importantes son los “occidentales” y en Samoa o Mauritania ¿hay universidades?: Claro que las hay, responderá nuestro intelectual, pero les falta mucho, manito.

7. Por lo mismo, nuestro intelectual también ha de ser campeón de la autosegregación. ¿Para qué leer a sus pares iberoamericanos, de su propio rancho, de Guatemala o de Paraguay? Respuesta ad hoc: “yo ya no tengo tiempo para leer esas cosas, estoy releyendo a LOS CLÁSICOS”. Salvedad: leerlos por afán antropológico, tanto en este punto como en el anterior.

8. Nuestro intelectual de éxito nunca ha de pensar por sí mismo: nunca nunca nunca. Ninguna idea que valga la pena puede aparecer en nuestra región y, si aparece, nuestro intelectual de éxito será el primero en ridiculizarla (más al retobado que la dijo que a la idea en sí, claro está, porque cuando un intelectual renombrado piense por sí mismo, es el momento ideal para defenestrarlo). Así, basta con repetir lugares comunes. Y, para una tesis, lo mejor será un sesudo estudio colmado de referencias sobre el quinto párrafo del primer capítulo de El ser y el tiempo.

9. El intelectual iberoamericano ha de creer, encarnecidamente, en dos conceptos rarísimos: el “progreso” y su prima la “utopía”. No importa que sólo pueda abordarlos como actos de fe, peticiones de principio o a partir de razonamientos circulares. Lo importante es que le servirán para quejarse de que todo está mal (en Iberoamérica) y esto no sólo les encantará a sus lectores locales… ¡será la delicia de sus lectores occidentales!

10. Así, para recibir todos los aplausos, nuestro intelectual tiene que ser el Ulises iberoamericano. Es decir, tiene que tener el complejo de Senghor o de Vasconcelos. Ha de ser ese bárbaro iluminado que nos sacará a todos de la barbarie y nos llevará a la utopía: a “Occidente”.

Colofón: si su amigo no se sintió aludido, ni tantito, por ninguno de los puntos anteriores, entonces mejor recomiéndele que venda paletas o que aprenda carpintería: no tendrá el más mínimo éxito como intelectual.

Ahora, déle copy-paste y mándeselo por correo como regalo.

Luis Felipe Lomelí
(Etzatlán, 1975). Estudió Física y ecología pero se decantó por la todología no especializada: un poco de tianguero por acá y otro de doctor en filosofía de la ciencia. Es miembro del Sistema Nacional de Creadores de Arte y sus últimos libros publicados son El alivio de los ahogados (Cuadrivio, 2013) e Indio borrado (Tusquets, 2014). Se le considera el autor del cuento más corto en español: El emigrante —¿Olvida usted algo? —Ojalá.
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