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Alma Delia Murillo

26/11/2016 - 12:05 am

Niños con ojeras

Para Ro, que ilumina Rodrigo tiene siete años y unos ojos como dos escarabajos brillantes. Lleva las mejillas encendidas y me hace pensar en una carita de sandía feliz. Ro, como él mismo se nombra, es un niño que deja rasguños de ternura en el corazón para siempre. Conversamos meciéndonos en la hamaca mientras esperamos […]

Ser niño y tratar de comprender el mundo puede generar una ansiedad apabullante. Foto: Cuartoscuro.
Ser niño y tratar de comprender el mundo puede generar una ansiedad apabullante. Foto: Cuartoscuro.

Para Ro, que ilumina

Rodrigo tiene siete años y unos ojos como dos escarabajos brillantes.

Lleva las mejillas encendidas y me hace pensar en una carita de sandía feliz. Ro, como él mismo se nombra, es un niño que deja rasguños de ternura en el corazón para siempre. Conversamos meciéndonos en la hamaca mientras esperamos a que su mamá nos llame para el desayuno; hablamos de todo, de gorilas y del rey león, de su amigo Enrique que nunca se come el sándwich y de religiones.

A rajatabla me suelta esta pregunta: ¿qué es judío?

Y a mí me alerta algo desde la costilla derecha, desde la nuca. Una punzada en mi interior que se amplifica como un pensamiento sonoro: este niñito me está preguntando algo que probablemente no le ha preguntado a nadie, mi respuesta podría ser determinante de un modo que ni siquiera imagino. O no. No lo sé. Pero me siento torpe, destanteada.

Cobardemente evado una respuesta concreta y me pongo a dar rodeos: creo que judío es como decir mexicano o francés, algo así, no estoy segura. Rodrigo parpadea y complementa mi pésima respuesta: ajá, pero creo que también tiene que ver con algo de un dios, por ejemplo, el dios de los católicos.

La conversación se fue poniendo de lo más divertida. Al final, Ro concluyó que él creía en el dios de todos los dioses y los dos nos declaramos fieles seguidores de Zeus. Y entonces me salvó la campana porque nos llamaron a desayunar.

La charla fue y vino a mi cabeza los siguientes días, buscaba algo. Hasta que hizo resonancia con una imagen de un viaje reciente y una escena de aeropuerto que no olvido porque hay rostros poderosos como un llamado tribal en medio de la selva.

Así era el de aquella mujer que estaba sentada frente a mí en la sala de espera, un pequeño de unos cuatro años dormía a su lado. Yo no podía quitarle la mirada de encima a la madre, su semblante era un imán. Sacó un recipiente con comida que se tiró encima y me pidió que cuidara al niño un segundo para levantarse por servilletas de papel, el crío llevaba la cabeza cubierta con el kipá característico de los practicantes del judaísmo. Abrió los ojos y me pareció que todo él salía de sus ojeras, que esas marcas profundas bajo sus ojos eran dos madrigueras relatando la historia legendaria de un clan. Era un niño bellísimo. No lloró, sonrió con esa placidez de recién despertado. Pronto regresó la madre y se fueron a otra sala de espera.

Me hubiera encantado atreverme a la lógica infantil en la conversación con Rodrigo y contestarle que judío es un niño de ojos muy hermosos y con ojeras. No sé. Desbaratar lo que sabemos como adultos puede ser hilarante, hermoso, abismal. Como la niñez.

Hace un par de días leí sobre el niño de once años que inventó una mochila antibalas en Matamoros porque en su comunidad las balaceras son lo cotidiano. Me llamaron la atención sus ojeras. ¿Es que no duermen los niños de ahora? ¿Por qué?

Una y otra vez llegan mensajes de la niña Bana Alabed de siete años que narra la guerra desde Aleppo en su cuenta de twitter @alabedbana —administrada por la madre— ¿Han visto las ojeras de Bana?

Pienso en esa niña que corrigió a Aurelio Nuño con tal espontaneidad y todo lo que los adultos famélicos por el escándalo digital vociferamos al respecto.

Imagino a muchos pequeños preguntando a sus padres por qué hay que llevar una mochila antibalas, les deseo suerte con la respuesta (hace un año, una amiga me contaba que su hijo de ocho le preguntó por el cadáver de Aylan Kurdi en la playa).

De nuevo algo me alerta, ¿les estaremos dando voz a los niños o simplemente los estamos poniendo de moda en el discurso político? Ojalá que no se trate de una narrativa que se va a posicionar como tendencia y que convertiremos en una torcida ideología más: tiesa, políticamente correcta, plagada de memes y griterío digital sin sentido.

Perdonen que desconfíe de nosotros pero hay razones. Ojalá que lo que vemos no sean sólo señales de la nueva neurosis convertida en causa social a modo, en trending topic, en efervescencia temática de los niños en las redes sociales.

Todos somos sobrevivientes del niño que fuimos, crecer es duro, peor en unas circunstancias que en otras, pero es una experiencia difícil. Ser niño y tratar de comprender el mundo puede generar una ansiedad apabullante. No sé cómo se las van a arreglar los pequeños de ahora para entender el que entre todos estamos construyendo. No sé cómo nos las vamos a arreglar los adultos dar respuestas de las que somos responsables.

Qué contestar a un niño de siete años cuando pregunte ¿qué es ser un ilegal? ¿qué es migrante? ¿por qué se necesita una mochila anti balas? ¿por qué el presidente de Estados Unidos quiere construir un muro? ¿qué son los desaparecidos?

Y temo que esas preguntas ya contienen una respuesta perturbadora desde el momento en que pudieron formularse. Esas preguntas, aún sin la respuesta, relatan el lado horrible de nuestro mundo.

Nos queda observar, darnos cuenta de lo que tenemos en las manos. Y no sé qué más. Recupero y me abrazo a este fragmento de un poema de Gonzalo Rojas para su hijo:

Aún me veo, como un árbol, respirando para tus nacientes pulmones, librándote de la persecución y el rapto de las fieras.

 

@AlmaDeliaMC

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