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Tomás Calvillo Unna

26/10/2022 - 12:05 am

El temor de habitar el alma

“Quisiera preguntar si has sentido últimamente la tristeza que cala hondo”.

“La ventana rota de Kiev”. Pintura: Tomás Calvillo Unna.

I

 

La tristeza es inmensa,

esta vez el océano y su vaivén la llevan.

No hay forma de no verla,

de no oírla,

de no sentirla.

Arrasa con lo que aprendimos en el mundo.

Nos quedamos sin movimiento,

varados,

envueltos

en su gris neblina.

La razón de ello,

es todo;

la misma e incierta respiración

que un día no retorna,

así, sin más;

por doquier,

esas campanadas

del desahucio,

entre el graznido de las aves.

 

II

 

La muerte es quien gobierna,

el maquillaje de su ceniza,

esas forzadas sonrisas

que tiemblan en nuestras quijadas;

el resentimiento que se cuela

una y otra vez,

el hueco reclamo

que se apropia del escenario;

el monólogo cruel

que arruga la piel.

La ausencia de color;

los últimos estertores

del parlante mausoleo

en declive,

que no supimos entender,

ni acallar.

 

III

 

Quisiera preguntar

si has sentido últimamente la tristeza

que cala hondo;

la arena que nos hace parpadear

al no querer ver tanta mierda.

 

Sabes,

esa tristeza es también de las piedras,

por eso están ahí;

es tanta que no la alcanzan a contener

en su pesada inercia;

se impregnan del impacto de su condición;

de su fijeza e inmovilidad.

Las piedras si saben de la muerte

y su perenne mudez.

Son la tumba,

la habitación de la nada

que los recuerdos pretenden ignorar,

pero no hay cómo.

 

El pozo

su honda oquedad

la sequedad de su eco,

aquí está,

y nos desafía,

y al fin no importa,

qué más da;

ya incendiamos los bosques,

creímos en nuestro engaño

cuando permitimos el extravío

y aclamamos la pérdida;

no se trata de culpar a nadie…

 

¿Cómo retornamos para poder ver?

 

IV

 

Quisiera tocar con las yemas de los dedos

los rostros queridos,

al menos en el corazón de la mente,

algunos desde la infancia, otros recientes,

el gusto y agradecimiento de conocerles,

de compartir el pan de la visión

y el agua de los afectos;

ese correr del Río de los años,

su serpentear en la tierra de las labores.

 

V

 

El bálsamo que sostiene la visión,

esa gracia que el silencio predica

en la propia sangre de la oración;

sin ella se desmembrana la certeza

y se quiebran las coyunturas de la aparición.

 

La invisibilidad es el siempre

que nos abraza en su credo.

 

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