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Jorge Alberto Gudiño Hernández

26/10/2019 - 12:05 am

Otra historia de lectura

A fin de cuentas, leemos para confrontarnos con nosotros mismos, con ese hubiera estrepitoso que nos significa ponernos en los zapatos de los personajes.

A fin de cuentas, leemos para confrontarnos con nosotros mismos, con ese hubiera estrepitoso que nos significa ponernos en los zapatos de los personajes. Foto: Especial.

Leí, con mis alumnos, una novela. No diré cuál para no arruinar la lectura de alguien más. El asunto es que, cuando la discutíamos, nos enfrentamos a una dura realidad dentro del texto: el personaje principal estaba por enterarse de un hecho que le cambiaría la vida por completo. Al margen de otras anécdotas desarrolladas a lo largo de la lectura, el protagonista se enfrentaría a la idea de que su padre era un asesino.

Como una de las tantas cosas que da la literatura es la trasladar lo leído a la vida de cada uno de los lectores, la pregunta se hizo evidente: ¿qué harían ustedes si se enteraren de que su padre es un asesino? La pregunta iba sin mayores mediaciones, tampoco sutilezas. Su padre es un asesino (no un falso imputado, no una víctima). En esa circunstancia, ¿qué es lo que harían?

Aunque mis alumnos están lejos de ser similares al protagonista de la novela, la pregunta los dejó pensando. Considérese que son estudiantes universitarios de una universidad privada. Las respuestas se polarizaron. Unos cuantos dijeron que platicarían con él. Otros más, la mayoría, que se irían de casa (algunos tras insultar a su progenitor). Es decir, dos bandos. En uno estaban quienes defenderían a su padre bajo cualquier circunstancia. En el otro, quienes pensaron que la atrocidad del hecho bastaría para condenarlo, si no a las leyes correspondientes, sí a su desprecio. Lealtad contra justicia.

Compartí esta anécdota en un par de reuniones que tuve con amigos y familiares. Para mi sorpresa, las respuestas fueron similares. Quizá, incluso, más extremas. Hubo quien aseguró que nunca denunciaría a su padre, quien incluso le ofrecería todos los medios para que escapara, quien tardaría en procesarlo pero su padre era su padre y no había nada más que hacer. En el bando opuesto alguien aseguró que sería él mismo quien lo denunciaría.

No pretendo establecer una discusión moral a partir de una hipótesis que, de hecho, sólo podría resolverse cuando uno estuviere en la situación planteada; algo que no le deseo a nadie. Lo que interesa es ver cómo la lectura de una novela que apenas sobrepasa el centenar de cuartillas, bastó para involucrarnos en el conflicto moral de los personajes.

Da igual cuál haya sido la reacción de cada uno de nosotros. Lo cierto es que la hubo y eso es lo importante. Mucho se ha dicho en torno a que la literatura nos acerca (entre otras cosas) a una experiencia vital que, en la mayoría de los casos, nos queda lejana. Cuando conseguimos hacernos las preguntas que sólo puede propiciar la reflexión posterior a la lectura, es cuando activamos el mundo de posibilidades que una buena novela nos ofrece. A fin de cuentas, leemos para confrontarnos con nosotros mismos, con ese hubiera estrepitoso que nos significa ponernos en los zapatos de los personajes. Si, además, todo concurre gracias a las bondades de un diálogo, entonces la tarea está cumplida. Leamos, pues, y platiquemos en torno a ello, a lo que nos significa el libro en cuestión. Leer es, también, atreverse a reflejarnos en el otro.

Jorge Alberto Gudiño Hernández
Jorge Alberto Gudiño Hernández es escritor. Recientemente ha publicado la serie policiaca del excomandante Zuzunaga: “Tus dos muertos”, “Siete son tus razones” y “La velocidad de tu sombra”. Estas novelas se suman a “Los trenes nunca van hacia el este”, “Con amor, tu hija”, “Instrucciones para mudar un pueblo” y “Justo después del miedo”.

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