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Jorge Alberto Gudiño Hernández

26/07/2014 - 12:01 am

Somos lo que creemos

Somos crédulos por naturaleza. Salvo que nos hayan engañado muchas veces, la tendencia es a creer, no a desconfiar. ¿De qué otra forma se explicaría, si no, que existan portales de noticias falsas (como eldeforma, por mencionar sólo uno)? Me imagino a una tribu de hombres primitivos, llegando a su cueva tras una larga jornada […]

Somos crédulos por naturaleza. Salvo que nos hayan engañado muchas veces, la tendencia es a creer, no a desconfiar. ¿De qué otra forma se explicaría, si no, que existan portales de noticias falsas (como eldeforma, por mencionar sólo uno)?

Me imagino a una tribu de hombres primitivos, llegando a su cueva tras una larga jornada de caza. Para pasar el tiempo, comienzan a contar sus aventuras, a lamentarse porque un tigre dientes de sable se comió a uno de sus vecinos, a pensar en cómo cocinar a las presas capturadas. Tras esas charlas relativas a sus propias vidas, a lo anecdótico que hay en ellas, debieron haber descubierto que, en realidad, poco era lo que tenían que decirse. Entonces inventaron: uno de ellos fue capaz de abatir a un mamut con sus propias manos, otro peleó contra una manada de lobos feroces sin recibir un simple rasguño… Tal vez ése sea el origen de la ficción.

Contamos cosas falsas porque nuestra realidad no nos parece suficiente. De ahí nuestra adicción a las novelas, a las películas, a las series televisivas y a cuanta forma de fantasía exista. En cuanto nos volvemos espectadores, nuestro primer compromiso es el de la credulidad. De poco serviría ver una telenovela disparatada si no nos esforzamos por entender el drama que viven los protagonistas, si lanzamos respuestas simples a los problemas que ellos tienen. No, es más importante la empatía que las soluciones. Es mejor creer que no hacerlo.

Lo mismo sucede cuando salimos de los terrenos de la ficción. Todos, alguna vez, caímos en la trampa de las noticias falsas. Si tuvimos suerte, nuestra credulidad duró unos cuantos minutos, los suficientes para que el sentido común nos hiciera sospechar. Si, por el contrario, nuestras emociones se sumaron a la necesidad de creer, nos pusimos en evidencia: compartimos la nota, discutimos indignados su contenido, nos ilusionamos de manera pública. Entonces se nos criticó.

Fue una crítica cruel porque se ocupaba de nuestra credulidad. A veces me dan envidia los niños que son capaces de creer cualquier cosa. Si, ya adultos, nos pasa algo parecido, entonces algo está mal en nosotros. Pero ese mal puede ser una ilusión y todos tenemos derecho a ilusionarnos.

Es así como se puede explicar la euforia vivida en las redes sociales cuando se publicó que el aciago partido entre Holanda y México se repetiría dadas las fallas arbitrales. Del mismo modo se explica que, tras una jornada ingrata, antes de dormir nos imaginemos que sucedieron cosas diferentes a las vividas, tras las cuales estamos en un estatus diferente, superior, en lugar de tener que pagar las consecuencias por lo que realmente pasó.

Contarnos historias, reales, falsas o apenas aderezadas con los componentes necesarios para volverlas intensas es algo natural al ser humano. Tanto como creerlas. Sin embargo, la experiencia nos dice que no debemos creerlo todo, que hay engaños que subyacen, que la realidad es más cruda que la ficción y es mejor afrontarla que andar jugando con los paliativos de la palabra. Y es cierto.

Pese a ello, al creer también creamos un mundo más acorde a nuestros propios deseos. Si, por unos minutos, millones de personas creyeron que el partido se repetiría; si, por unas horas, nuestra mente es capaz de relegar la tragedia vivida; si, cada tanto, nos gastamos el dinero imaginario que obtendremos del sorteo; entonces hemos sido capaces de crear un universo particular. Que es falso, nadie lo duda. Sin embargo, las emociones y sentimientos que se disparan mientras la ficción ocurre son tan reales como los otros. De ahí nuestra necesidad de creer: a la larga, todo aquello en lo que hemos creído, todos los engaños que nos hemos tragado, todas las fantasías elaboradas para nuestro beneficio, también nos constituyen como personas. Creamos, pues, y regalémonos esos instantes en los que el universo se acomoda para nuestro deleite.

Jorge Alberto Gudiño Hernández
Jorge Alberto Gudiño Hernández es escritor. Recientemente ha publicado la serie policiaca del excomandante Zuzunaga: “Tus dos muertos”, “Siete son tus razones” y “La velocidad de tu sombra”. Estas novelas se suman a “Los trenes nunca van hacia el este”, “Con amor, tu hija”, “Instrucciones para mudar un pueblo” y “Justo después del miedo”.

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