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Antonio Salgado Borge

26/06/2015 - 12:00 am

Matrimonios homosexuales: el derecho a un libro en blanco

En uno de sus más conocidos cuentos Voltaire narra la historia de Micromegas, viajero interestelar desterrado de un planeta que gira alrededor de la estrella de Sirio por escribir un libro sobre insectos considerado herético en su mundo. En una de las escalas que hace en su recorrido por el universo, Micromegas recluta a un […]

En uno de sus más conocidos cuentos Voltaire narra la historia de Micromegas, viajero interestelar desterrado de un planeta que gira alrededor de la estrella de Sirio por escribir un libro sobre insectos considerado herético en su mundo. En una de las escalas que hace en su recorrido por el universo, Micromegas recluta a un pequeño acompañante en Saturno, quien le acompaña a visitar la Tierra. Micromegas y su amigo descubren pronto que son gigantes en nuestro planeta. También se percatan, accidentalmente, de la presencia de una embarcación tripulada por minúsculas partículas con las que logran comunicarse: los seres humanos.

A través del diálogo que sostienen con algunos integrantes de nuestra especie, los dos viajeros galácticos quedan sorprendidos del conocimiento y habilidades matemáticas que aquellos tienen a pesar de ser tan diminutos. “Ése átomo me ha medido. Es geómetra y conoce mi tamaño; y yo, que sólo veo a través de un microscopio, no conozco todavía el suyo”, le dice el saturnino a Micromegas después de haber atestiguado que los humanos pueden calcular la altura del más pequeño de los gigantes. Poco a poco ambas partes cobran conciencia de que, sin importar sus dimensiones corporales, todos comparten el lenguaje universal físico-matemático.

Es claro que los humanos nos hemos vuelto muy buenos para descubrir leyes y constantes en el universo. Gracias a milenios de conocimientos acumulados, al método científico y a nuestra capacidad de trabajar en equipo, hoy somos capaces de conocer hace cuántos años ocurrió el big bang, de poner una sonda en un cometa en movimiento o de llegar a los confines de nuestro sistema solar para fotografiar y explorar su último planeta. La mente ilustrada de Voltaire supo apreciar el poder del intelecto humano demostrado a través de los descubrimientos de su tiempo.

Pero también supo reconocer sus limitaciones. Las cosas cambian de rumbo en el cuento “Micromegas” cuando los humanos tratan de explicar a los extranjeros qué es el alma. Los terrícolas no logran ponerse de acuerdo sobre este tema; tan sólo alcanzan a contrastar arrogantes referencias y citas a diversos filósofos. Decepcionados de lo orgullosos que resultaron sus anfitriones, los visitantes se despiden y les entregan al momento de su partida un libro de filosofía que contiene la respuesta a la pregunta sobre cuál es el verdadero propósito de todas las cosas. Al abrir el volumen los humanos descubrieron que se trataba de un libro completamente en blanco.

Hoy seguimos tan lejos como en la época en que se publicó originalmente “Micromegas” (1752) de conocer con alguna certeza el sentido de nuestra vida o el propósito de las cosas. Podemos descubrir y entender el funcionamiento de leyes en la naturaleza, pero éstas no nos ofrecen indicaciones de cómo debemos vivir nuestras vidas. Después de dar muchos tumbos, las sociedades liberales han aceptado que, si bien no hay un camino dorado, sí hay una premisa fundamental necesaria para no atropellar los derechos de otros: cada quién tiene el derecho de regir su vida cómo se le venga en gana siempre y cuando no dañe con sus acciones a terceros.

En sentido contrario apunta la postura de los grupos conservadores que en días recientes han comenzado a sumar esfuerzos con el fin de bloquear, en los hechos, las implicaciones de la decisión de la SCJN de avalar el acceso al matrimonio a las parejas homosexuales con el argumento de que no existe ninguna justificación racional negarlo. De acuerdo a algunos conservadores mexicanos los matrimonios homosexuales no pueden ser denominados matrimonios porque son contrarios al “orden natural” o porque “Dios elevó a rango de sacramento la unión de un hombre y una mujer a través de la figura del matrimonio”.

Afortunadamente invocaciones de esta especie son cada vez menos aceptadas cuando de justificar leyes o políticas públicas se trata. En nombre del “orden natural”, finalmente herencia teológica secularizada, los seres humanos hemos cometido las peores atrocidades y hemos justificado, con mucha arrogancia, su perpetuación. Esclavitud, sometimiento a las mujeres y discriminación racial son tan sólo algunos de los más vergonzosos ejemplos. ¿Quién tiene, finalmente, la capacidad para interpretar el sentido de la naturaleza? Se pueden construir tantas versiones como personas existen en el planeta ¿Sólo lo natural puede ser legal? Es imposible en la práctica. ¿Qué forma y qué no forma parte de la naturaleza? Todo lo que existe forma parte de la naturaleza, por lo que en realidad nada de lo que en la naturaleza ocurre podría ser considerado antinatural.

Enfrentados a este tipo de interrogantes, y apoyados en nuestra razón, los humanos hemos aprendido, muy lentamente y a la mala, que, en el mejor de los casos, el “orden natural” nos conduce a un callejón sin salida.

En lo que respecta al carácter sagrado del matrimonio, está muy claro que las iglesias están en todo su derecho de definir y administrar sus sacramentos y que el Estado laico tiene el derecho y la obligación de que sus leyes sean aplicables universalmente a todos sus ciudadanos sin distinción de credo. En este sentido, ningún ministro religioso tendría por qué sentirse amenazado o preocupado por el futuro de los sacramentos de su iglesia.

Es importante subrayar que los conservadores tienen tanto derecho de opinar sobre este tema como los liberales. Todos somos libres de defender públicamente nuestros puntos de vista sin ser censurados o castigados por ello. Lo contrario sería ilegal y anacrónico. El problema real es que algunos grupos conservadores o francamente reaccionarios cuentan con la capacidad económica y política necesaria para lograr que la decisión de la SCJN –que, por cierto, fue respaldada por la CNDH- simplemente sea ignorada por congresos o autoridades locales. En algunas entidades los homosexuales que desean casarse tendrían que hacer tortuosos trámites legales adicionales.

El aval de la SCJN significa que los homosexuales mexicanos podrán gozar de los mismos derechos que los heterosexuales. Dado que a nadie se le está privando de algún derecho para ello, en esta narrativa no tendrían por qué haber perdedores. Sin embargo, está claro que los habrán. Cada vez más jóvenes mexicanos aprueban los matrimonios homosexuales y cada año aumenta el número de países desarrollados que los han legalizado. La historia terminará por pasar factura a los que buscan, por todos los medios, impedir la legalidad de este tipo de matrimonios.

Gracias a la decisión de la SCJN ha quedado expuesto el ensanchamiento de una profunda brecha que se extiende entre los valores de generaciones de mexicanos con distintas edades y niveles educativos. Entre quienes aún piensan que es posible que cientos de millones de individuos se pongan de acuerdo en un único modo de vivir o de entender la vida y quienes defienden el derecho de cada ser humano de escribir su propia historia sobre su propio libro blanco.

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Antonio Salgado Borge
Candidato a Doctor en Filosofía (Universidad de Edimburgo). Cuenta con maestrías en Filosofía (Universidad de Edimburgo) y en Estudios Humanísticos (ITESM). Actualmente es tutor en la licenciatura en filosofía en la Universidad de Edimburgo. Fue profesor universitario en Yucatán y es columnista en Diario de Yucatán desde 2010.

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