Las galaxias son conglomerados de miles de millones de estrellas y enormes cantidades de gas y polvo interestelares; tienen una variedad de formas bastante peculiares que clasificamos en espirales, elípticas e irregulares. Además, las hay en diferentes tamaños: enanas, normales o gigantes; tienen diferentes luminosidades, algunas tienen muchísimo gas para formar más estrellas y otras ya lo han consumido prácticamente todo; algunas incluso muestran un aspecto medio cuadrado debido al movimiento de sus estrellas y el gas. También las hay solitarias o en grupos grandes; muchas son producto de la fusión entre ellas y varias lo harán en un futuro para producir galaxias más grandes. Su forma puede ser tan caprichosa que incluso podemos ver letras en ellas (¿qué dice aquí abajo?). Las galaxias, sin duda, forman un verdadero «zoológico cósmico».
Sin embargo, es interesante recordar que hasta hace tres o cuatro décadas desconocíamos una parte importantísima de ellas: prácticamente cada galaxia en el universo tiene un agujero negro supermasivo en su centro. Si ustedes ya conocían el término agujero negro, seguro que el adjetivo «supermasivo» les hará pensar lo peor de estos monstruos. Solo como un dato, estos bichos llegan a tener cientos de millones de veces la masa del Sol, a diferencia de los hoyos negros «normalitos y pequeños» que tienen masas parecidas a la del Sol (o un poco mayores) y que se originan de la explosión de estrellas grandes y masivas (por eso se denominan «hoyos negros estelares»).
Los agujeros negros son los objetos más densos que conocemos en la naturaleza, literalmente son capaces de tragarse todo, hasta la luz, y por lo tanto no podemos verlos directamente. A lo más que aspiramos es a detectar los efectos mecánicos y térmicos a su alrededor cuando «se alimentan». Por ejemplo, el gas cayendo hacia un agujero negro fricciona con sigo mismo, se calienta y emite luz cada vez más energética hasta irradiar en rayos ultravioleta y rayos X. En el caso de los supermasivos, parte del gas que los alimenta proviene de los despojos de estrellas que al acercarse son desgarradas por la enorme fuerza de gravedad. Algunas veces la dieta de esos monstruos es de una estrella por mes o más de 10 por año.
Cuando el enorme agujero negro en el centro de una galaxia está comiendo tal cantidad de materia desarrolla un disco que facilita la llegada del gas, pero al mismo tiempo se forman un par de chorros perpendiculares al disco por donde se arroja una parte del material que no logró ser devorado. Si las galaxias dan señales de que hay un gran agujero negro alimentándose se dice que son «galaxias activas».
Afortunadamente en la vecindad de la Vía Láctea no tenemos muchas galaxias de este tipo, pero sí que observamos una gran cantidad a distancias muy lejanas, por arriba de mil millones de años luz. Por lo general estas galaxias son muy brillantes, irradian energéticos rayos X y rayos gama y tienen luminosidades de entre 10 y 100 mil veces nuestra galaxia.
Precisamente nuestra Vía Láctea tiene un agujero negro supermasivo en su núcleo, de unos 4.1 millones de veces la masa del Sol (en kilogramos sería un 8 seguido por 36 ceros), pero ahora se encuentra «a dieta» o inactivo; no muestra un gran disco que le acerque material y hasta el momento no se han generado chorros perpendiculares. Sin embargo, si alguna estrella o gran masa de gas se acerca, es capaz de engullirla y tragársela. Afortunadamente para nosotros el centro de la galaxia se encuentra a unos 26,000 años luz y no se producirían efectos importantes en el Sistema Solar. Aunque por otro lado, desde el punto de vista científico, sería maravilloso y muy interesante presenciar en vivo un bocado de nuestro supermasivo.
Definitivamente estos monstruos cósmicos son simplemente fantásticos e intimidantes.
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