Francisco Porras Sánchez
26/04/2020 - 12:02 am
Sin cuernos ni garras, pero con habla
Para algunos(as), la filosofía política no tiene mucha utilidad porque, al ser altamente normativa, propone cómo debería ser la política y no cómo es en realidad. “Pero eso no se cumple en la realidad” es un argumento que a veces se usa para desestimar una disciplina cuyo principal objetivo es explicar, con el máximo nivel […]
Para algunos(as), la filosofía política no tiene mucha utilidad porque, al ser altamente normativa, propone cómo debería ser la política y no cómo es en realidad. “Pero eso no se cumple en la realidad” es un argumento que a veces se usa para desestimar una disciplina cuyo principal objetivo es explicar, con el máximo nivel de abstracción, cómo debería ejercerse el poder para asegurar el bien de todos(as). Sin embargo, existe evidencia que muestra que las ideas sobre el “deber ser” juegan un papel central en la mejora del actuar personal, de las instituciones y de las sociedades. Los derechos humanos, la democracia, la tolerancia y el derecho internacional, entre muchos otros bienes públicos, iniciaron con ideas -a veces muy vagas- sobre la naturaleza del poder, la constitución de la sociedad y las mejores formas de gobierno. Todas éstas mostraban, al inicio, diferencias abismales entre el ideal y la práctica; a tal grado que pensar en otra realidad posible parecía una fantasía. A pesar de eso, si se consideran periodos relativamente largos, uno(a) puede ver que el argumento de “eso no se cumple en realidad” no es un verdadero punto de llegada, una conclusión. Es un punto de partida, el inicio de muchos procesos.
En ese sentido debe entenderse lo que nos propone Tomás de Aquino en su magnífico “El gobierno monárquico” (De Regimine Principum, 1300). En su libro I, capítulo I, Tomás argumenta que, para su defensa, la naturaleza dio a los animales cuernos, garras y pelaje -aunque nosotros podríamos añadir también veneno, colmillos, camuflaje, plumaje, instintos y todas las capacidades que los hacen tan autónomos desde que nacen-. Al hombre, por otro lado, la naturaleza no le dio nada de esto, sino que le concedió la razón “por la cual, puede obtener todo lo necesario para sí”. Tomás propone que la mejor manera de defenderse es a través de la sociedad -específicamente la sociedad política- dado que “ningún hombre puede obtener todo lo necesario para sí”. La familia y la villa le dan algunos bienes; pero si realmente se quiere asegurar el sustento, la reproducción, el comercio y la defensa de los ataques externos, es necesario mantener sociedades políticas en las que exista una autoridad preocupada por el bien común de todos(as). Esta autoridad (que en De Regimine Principum es precisamente el príncipe) tiene como principal labor el mantener la paz, que en este libro es definida como la unidad entre los(as) diferentes componentes del reino y de la sociedad de naciones. Esta unidad no es el resultado de la eliminación de las diferencias sino que, por el contrario, éstas son un requisito para el buen funcionamiento del reino. Tomás usa con frecuencia el símil del cuerpo humano: si todos(as) fuéramos ojo, por ejemplo, la supervivencia sería imposible.
Tomás argumenta que la inteligencia se ejerce principalmente a través del lenguaje y el habla. El hecho que tengamos la capacidad de comunicarnos de esta manera es una ventaja superior que tener cuernos, garras y pelaje, pues con ésta un hombre “puede revelar todo el contenido de su mente a otro”. Dicho de otra manera, el habla es el principal instrumento de la inteligencia porque permite a la sociedad defenderse a sí misma, al alcanzar o mantener la unidad. Desde esta perspectiva, el habla tiene una carga normativa muy importante. Se nos ha dado con el principal objeto de lograr acuerdos sobre las mejores maneras de asegurar el sustento, la reproducción, el comercio y la defensa de ataques externos, pues ninguno de estos bienes puede ser producido individualmente. Esta también, nos dice Tomás, es la base para la legítima obediencia al príncipe.
Más allá de imaginar que si las serpientes pudieran hablar no tendrían la necesidad del veneno (una posibilidad que -si sale mal- nos dejaría con la pesadilla de serpientes venenosas políticas), los argumentos de Tomás nos recuerdan cuáles son algunos de los problemas fundamentales del ejercicio del poder. Las sociedades políticas (es decir, los Estados) existen para defendernos a todos(as); pero esto requiere príncipes -es decir, líderes políticos(as)- realmente preocupados por el bien común, y que todos(as) usemos el lenguaje para unir, para acordar y obtener los bienes que solamente se pueden lograr entre todos(as). El bien común es la paz: existe solamente si hay unidad entre individuos e instituciones que son (y deben seguir siendo) diferentes entre sí. La división -aunque sea entre individuos e instituciones que piensen de igual manera- ocasiona guerra.
Los argumentos de Tomás nos hablan desde otro mundo, uno europeo que existía hace más de 700 años y que ya no existe más. Lo hace, además, proponiendo cosas que parecen fantasías irrealizables. Sin embargo, en lo básico, son los mismos problemas que enfrentamos ahora.
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