Aquellos pendientes malditos

26/04/2013 - 12:01 am

– ¿Oye, me puedes hacer un favorcito, porfis, así chiquito?
– Sí, claro.
– Puedes por favor actualizar los nuevos clientes que tenemos, la lista de antier… en el CRM.
– Sí, claro. Ahorita.

Todos tenemos un pendiente maldito. Que no tiene fecha de caducidad, según nosotros.

Pasan los días. Pasan las horas. Pasan las semanas, pasaron los meses y jamás se suben los datos al CRM. El CRM. Ay, es que me trae de un ovario. El CRM es un software, es un demonio, así con garras y de esos que babean sangre en las noches. Me da pesadillas. Es un maldito pendiente que arrastro desde hace un mucho y que cada vez que me preguntan contesto… si, ahorita.

El méndigo ahorita, horita. Este término tan mexicano, tan peculiar que no dice ni que si, ni que no. Ni para cuándo. O sea, en pocas palabras es una forma de mandar al carajo al interlocutor.

– Pásame ese libro de Manosiel que te presté hace un par de meses.
– Si, ahorita pa.

Vino mi padre a México, se fue, pasó un mes y el libro bien gracias. Sigue en su estante –y seguirá–.

– Mariana, ¿puedes sacar tus cosas del clóset, la ropa y los cachivaches que me dejaste en tu cuarto?
– Si, ahorita mamá.

Pasaron cuatro años y no lo hice.

– ¿Tu texto para cuándo Mariana? Quedaste de publicar el domingo. Me gustó mucho uno que hiciste hace un par de semanas.
– Si Negro, ahorita te mando tres que te juro que ya trabajé.

No he mandado ni uno.

– Mariana, ¿vamos al mercado? Ya no hay comida… Me dice mi famélica y griposa compañera de piso.
– Sí, ahorita.

Y desde ese ahorita estamos sobreviviendo a base de tortillas de las muy chafas, con crema, salsa verde y frijoles, únicos alimentos que quedan en el refrigerador.

– Oye, ¿ya leíste el capítulo de Representaciones Sociales, para la clase de Teoría?
– No, pero ahorita me pongo a leerlo. Tengo dos horas libres.

Sin comentarios. Pasaron dos meses y apenas ayer lo leí.

– ¡Hola Marianita! ¿Cuándo crees que me puedas devolver los dos vestidos que te presté y la blusa azul turquesa?
– Ay Julia, qué pena. Paso ahorita mismo saliendo de junta, ahorita, lo juro.

El ahorita saliendo de junta se convirtió en un mes después.

– Hija, ¿ya le hablaste a tu abuela?
– No mamá… ya ahorita le hablo ¿si?
– Ay hija, nada te cuesta
– ¡Es que ya te dije que ahorita!

Soy una nieta desvergonzada.

– No pues es que la neta ahorita no estoy lista para una relación

Silencio.

Ahorita se convierte en una especie de nunca.

Valiente el que pregunta que para cuándo se estará lista, la realidad del término implica que uno SIEMPRE está listo para una relación cuando es el momento y la persona adecuada.

– ¡Ay mierda… tengo que ir a pagar la renta ahorita!

Bueno, ahí si era ya casi día diez y me iban a cobrar retraso, así que me lancé en el momento al banco.

– Mándale un correo a Juan Pérez para avisarle que confirmamos la reunión.
– Sí ahorita… (pensando en el ex)

Juan Pérez se quedó esperándonos con un té para tres y un enojo marca diablo.

Y si, sigo sin cargar el CRM. Pero les juro que esta semana, no ahorita, pero esta semana me pongo al tiro. También tengo que comprar las medicinas, ir al súper, pagar la luz, escanear mi acta de nacimiento. Imperativos de los que no me salvo con un ahorita.

Ojalá de pronto los días fueran un ahorita con opción a siesta de tres horas. Un ahorita que permita desahogar todas las tristezas y pesares del día a día.

Pero la realidad es otra. El jodido ahorita nos pone en modo de pausa. Y nadie le pica al botón de INICIO. Ni nosotros ni la mano de Dios, que por cierto, yo creo que ya está hiper atrofiado de ahoritas que le han prometido. Ahorita dejo de tomar, ahorita dejo de poner el cuerno, ahorita dejo de golpear a mis hijos, ahorita dejo de hacer tranzas o de hacerme menso con mis impuestos. Ahorita dios. Todo horita. Te lo prometo virgencita.

En el diccionario ahorita ya existe, que no es un invento. Ya se registró. Digo, después de tanto pinche uso.

(Del dim. de ahora).
1. adv. t. coloq. Ahora mismo, muy recientemente.
2. adv. t. Ant. y Col. Después, dentro de un momento, en seguida.

No contentos, encima nosotros contamos con tres o más expresiones para referirnos a lo mismo. Como el diccionario de la chingonería o los esquimales, que poseen casi treinta palabras para designar la nieve, pues precisan saber si la nieve es fresca, congelada, tiene sus semanitas o si es pesada o tan ligera que se la llevará un soplo de viento.

¿Y qué tiene que ver todo esto con nosotros? Ahoritita les digo. Precisamente la sutil pero marcada diferencia entre el ahora, el ahorita, el ahoritita es nuestra particular manera de entender el tiempo del reloj.

Este adverbio abarca un lapso de tiempo de toda una mañana, una tarde o incluso un día entero. O más. El uso del sufijo diminutivo, al que tanto provecho le sacamos, donde lo solemos multiplicar –como Jesucristo y su cuento del pan y el vino– al utilizar algunas clases de palabras –“dame un poquito de pastel, sólo un poquitito” o “En un ratito”–, señala en ahoritita o ahorititita no solo que el tiempo del que disponemos, por ejemplo, para completar un pendiente es menor, sino que nuestra implicación afectiva ante la llegada de ese límite es, digamos, de mucho menor interés para nosotros que para el que lo requiere.

No cabe duda de que poseemos una peculiar e intricada forma de organizar en nuestras cabezas el tiempo presente, para paciencia de muchos y desesperación de los recién llegados, que no entienden ni un carajo.

–Oye, Mariana, ¿terminarás ahora tu artículo?
–¡Ahoritita, lo juro, nomás me faltan doscientas palabras y te lo mando Fer!

En unos diítas nos leemos.

Y post data para mi jefa, si es que me lee: AHORA mismo me pongo a subir los datos al CRM. 

@mariagpalacios

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