Los seres invisibles del mundo otomí hacen sentir su presencia de múltiples formas. Algunas veces hablan por la boca de las Madrinas que consumen Santa Rosa -la muchacha flor- durante los rituales comunitarios del tipo Costumbre. Otras se hacen presentes -por ejemplo la Sirena, la muchacha del agua- a través de lluvias o tormentas torrenciales.
Por Iván Pérez Téllez
ENAH-INAH
Ciudad de México, 26 de marzo (SinEmbargo).- De entre las múltiples causas por las que una persona otomí puede enfermar, el confinamiento de las sus almas-animal es más bien infrecuente. Cuando sucede se debe, casi siempre, a la acción brujeril de algún chamán. Por lo general, la persona no sabe qué es lo que le aqueja, sin embargo, suele sentirse mal, débil o intranquila y en ocasiones puede desmayarse repentinamente. En estas circunstancias, no es extraño que la persona acuda con un bädi o chamán, para que por medio de una consulta -normalmente a través de la adivinación con granos de maíz- determine qué padecimiento le agobia.
Cuando el bädi realiza la consulta puede ocurrir que las almas-animal del paciente estén cautivas. Es probable, entonces, que estas almas-animal no consigan alimentarse y, de ser así, se debiliten o incluso lleguen a morir, lo cual provocaría la muerte de la persona humana en el mundo ordinario. Si éste es el diagnóstico, que las almas-animal están quebrantadas por inanición, el chamán otomí deberá propiciar un escenario que le permita actuar, de manera virtual, en el mundo del monte para que las entidades del paciente retornen a su vida normal y así él pueda sanar.
Se trata, en principio, de recrear el mundo del monte, ese espacio no ordinario donde se desenvuelven las almas animales otomíes para que, con la intervención del chamán, logren salir del lugar donde están cautivas. Es preciso señalar que la persona otomí está compuesta por un cuerpo y veinticuatro almas animales: doce tordos y doce jaguares, que tienen una vida paralelar en el mundo de los espíritus. Del bienestar de estas almas depende la salud de la persona humana. Esta es, de manera general, la teoría sobre la persona otomí.
Una vez realizado el diagnóstico, el chamán acordará la fecha y la hora para asistir a la casa del paciente. Llegado el día, el chamán inicia la ceremonia de curación. Como en cada ritual otomí de la huasteca, es imprescindible convocar y ofrendar a todas las divinidades para que éstas reciban alimento y bebida y, de este modo, permitan que el ritual tome un buen curso. En principio, el chamán coloca una pléyade de recortes de papel para convocar a las divinidades nefastas. Se trata de un verdadero ejército de difuntos -la mayoría asesinados violentamente- comandado por una pareja primordial de diablos, sus hijos y sus lacayos. Todos los recortes se colocan según un orden establecido: como un regimiento militar o, mejor aún, como cuadrilla de danzantes de Carnaval. El espacio que ocupan se delimita mediante un cordel de bejuco y ahí se les brinda de comer -alimentos poco apetitosos para los humanos-y de beber- refrescos, aguardiente y cerveza-,. También se les da de fumar, se les sahúma y se les encienden ceras, al tiempo que el chamán solicita permiso realizar el ritual terapéutico.
Posteriormente, inicia la barrida. Como su nombre lo indica, el chamán barre el cuerpo del paciente con un ramo de palma de coyol, frotándolo reiteradas ocasiones en espera de que todos los efluvios nefastos -cólera, rencores o envidias- se queden impregnados en el ramo. Después hace saltar siete veces al paciente hacia enfrente, y otras tantas para atrás, sobre un aro de bejuco para que quede completamente “limpio”. Al término, corta el aro en siete fragmentos y, junto al ramo de palma, las velas y las flores, elabora un envoltorio junto con la cama de recortes de las divinidades nefastas que ya fueron alimentadas. Este envoltorio será depositado en la espesura del monte.
Algunos días antes, sin embargo, el chamán recorta las figuras de los seres invisibles que serán convocados en la curación. Inicialmente elabora cuatro camas que albergarán a distintas clases de difuntos. Dos de las camas acogerán, respectivamente, doce recortes de papel estraza, mientras que en las restantes tomarán asiento otros doce recortes de papel de China. En total suman 48 que son los agentes malignos que suelen provocar accidentes, enfermedades y controlan el tránsito de los caminos. El día de la curación se colocarán una suerte de guardaespaldas que están atados a una pila de hojas verdes: son los policías que resguardan a todos las demás divinidades. Al pie de la cuadrilla, el chamán colocará finalmente los recortes de los diablos que comandan el ejército: una pareja de demonios acompañados por sus cuatro vástagos, elaborados con papel de china negro. Además, dos difuntos de papel estraza custodian a los diablos mayores. Toda esta legión de seres patógenos recibirá al momento de la curación una ofrenda de comida y bebida.
El chamán recorta igualmente a los seres involucrados en la curación: veinticuatro almas-animal del paciente. Así como las cuatro divinidades principales convocadas en la curación: el Sol, el Agua de Montaña, El Viento de Abajo y el Señor de Razón. Además de todo, el chamán recorta una serie de artefactos que las almas-animal utilizarán: una escalera, un pequeño barco de papel y su remo.
Una vez en la casa del paciente, el chamán recrea una suerte de maqueta que corresponde al mundo del monte y de los espíritus animales. En primer lugar, coloca cuatro recortes antropomorfos: el Sol, el Agua de Montaña, el Viento de Abajo y el Señor de Razón, ordenados según los cuatro puntos cardinales -en forma de cruz: oriente, poniente, norte y sur, respectivamente-. Cada uno de estos recortes recibe un refresco, un ramo de palma y una cera que sirven a su vez de ofrenda. A continuación, sobre los cuatro recortes -que son una reproducción a escala del universo otomí- el chamán coloca una rama de arbusto para crear un árbol-maqueta. En la fronda de este árbol, el chamán dispone las doce almas-pájaro mientras que al pie coloca los recortes de las doce almas-jaguar. Y el chamán les proporciona una escalera y una pequeña embarcación con remo para que las veinticuatro almas animales salgan de su confinamiento. También al pie del árbol el chamán coloca un recipiente con agua para que los espíritus de los animales sacien su sed, pero también es un espacio que deben franquear.
Este escenario, aún tiempo virtual y real, lo completan las ventanas de recorte que representan los bejucos y las frondas que existen en la espesura del monte. Toda esta labor tiene el propósito dar vida a estos recortes para que no sea sólo una recreación escenográfica sino una intervención directa en el mundo de los espíritus. Para que así ocurra, es necesario sacrificar un ave para vivificar con su sangre los recortes de los veinticuatro animales compañeros. Con la sangre, dicen los otomíes, se “firman” los recortes y se les “activa”, es decir se les da “fuerza” por un pequeño lapso. Una vez concluido esta última parte, el chamán da por concluida su labor en espera en que el paciente recupere la salud.
Los seres invisibles del mundo otomí hacen sentir su presencia de múltiples formas. Algunas veces hablan por la boca de las Madrinas que consumen Santa Rosa -la muchacha flor- durante los rituales comunitarios del tipo Costumbre. Otras se hacen presentes -por ejemplo la Sirena, la muchacha del agua- a través de lluvias o tormentas torrenciales que causan desastres ambientales. O irrumpen con todo su poder durante el carnaval, momento en que los muertos y los diablos acuden al mundo humano por medio de los disfraces y las máscaras rituales. La curación de las almas-animal actualiza así ese acervo otomí que permite convocar y trabajar con las divinidades, pero en este caso para tratar asuntos de salud personal. Así, el ritual para curar las almas-animal de las personas cobra pleno sentido en un mundo que es habitado por un sinnúmero de divinidades y espíritus habitualmente invisibles.