“Si no se hace una acción rápida en cuanto al desequilibrio de la biodiversidad, la gente va a conocer las especies solo por los libros; ya sabemos que si antes de 2050 no mudamos nuestros hábitos, va a haber más plásticos que peces en el mar”, sostuvo Bárbara Veiga en una entrevista con Efe.
Por Sandra Carnota Mallón
Río de Janeiro, 26 de marzo (EFE).- Bárbara Veiga es una fotógrafa, documentalista y activista que dejó de limpiar playas y rutas de senderismo en Río de Janeiro para iniciar un viaje por el mundo en defensa de los derechos ambientales durante el que enfrentó a empresas responsables por la deforestación en la Amazonía y a piratas somalíes.
Al caminar por las playas de Río, la realidad dista de la idílica imagen que se vende en las postales con los emblemáticos arenales de Copacabana e Ipanema y más allá del turismo de sol y las caipirinhas que trasladan al paraíso se encuentra una cantidad absurda de basura, bolsas de plástico, pajitas y demás residuos que contaminan brutalmente la arena y las aguas cariocas.
Cuando Veiga se encontró con estas imágenes en la que es su ciudad natal, hace 15 años, concluyó que debería involucrarse más con las causas en favor de la naturaleza y decidió convertirse en activista ambiental, lo que provocó que fuese arrestada hasta en tres ocasiones.
La primera campaña de Veiga fue en la Amazonía. Bordeó la costa brasileña hablando de la importancia de cuidar la zona hasta llegar al lugar protagonista y retratar a través de su cámara lo que estaba pasando.
Después de esta acción, pasó a formar parte de la Comisión Ballenera Internacional. Centró su trabajo en la protección de los océanos y lo que empezó siendo una acción laboral se convirtió en su forma de vida.
En este momento, empezó a crecer su “pasión” por el mar y Veiga decidió comprar un velero, reformarlo y lo convertirlo en su casa flotante durante años.
El objetivo de la fotógrafa era ir desde Malasia a Turquía en su pequeño barco, para contar en primera persona una historia de pasión, de compromiso y de defensa de la naturaleza.
“Si no se hace una acción rápida en cuanto al desequilibrio de la biodiversidad, la gente va a conocer las especies solo por los libros; ya sabemos que si antes de 2050 no mudamos nuestros hábitos, va a haber más plásticos que peces en el mar”, sostuvo Veiga en una entrevista con Efe.
Para la activista, quien lanzó este lunes en Río de Janeiro el libro Siete años en siete mares en el que relata su aventura por el mundo, también es clave la implicación política y los intereses económicos que existen en muchos lugares en los que se cometen atrocidades contra el medioambiente.
Entre ellos, Veiga destaca los intereses de países como Japón en la caza de ballenas en lugares como la isla de San Cristóbal y Nieves o la economía petrolera de China o Rusia que explota y contamina el océano.
En ese sentido, Veiga sostuvo que su viaje como activista fue, y sigue siendo, “una travesía dura, una lucha cotidiana y un acto de coraje”, ya que “nadie se siente seguro cuando sale a protestar a la calle”.
La fotógrafa se tuvo que enfrentar a situaciones de peligro como el abordaje de unos piratas a su velero en el golfo de Adén, cerca de la costa de Somalia.
Veiga estaba practicando apnea en el agua cuando vio que cuatro hombres se acercaban a su barco, que estaba a unos 50 kilómetros de la costa, por lo que era raro encontrarse a alguien.
Cuando entendió lo que estaba pasando, ya que le habían advertido del peligro de la zona, volvió a su velero, se vistió un burka y empezó a recolectar la comida que tenía a bordo para ofrecérsela a los asaltantes.
“Cuando les di la comida no sabía qué más podía hacer, lo siguiente era mi cuerpo, sentí la vulnerabilidad de la mujer en el mar y entendí que las situaciones de peligro para nosotras no ocurren solo en la calle o en el autobús”, reveló.
Sin embargo, el sobresalto tuvo un final feliz, ya que después de entregar comida y unos medicamentos a los piratas, estos abandonaron el lugar sin causar daños mayores.
“El activismo es resistir todos los días, no es una decisión fácil, pero es necesaria, es una manera de cambiar la visión del mundo, de luchar por los derechos humanos y ambientales”, subrayó.
Es por ello que considera maravillosas iniciativas como la de la joven sueca Greta Thunberg, quien convocó protestas en todo el mundo e hizo que miles de estudiantes marcharan el pasado 15 de marzo en numerosas ciudades de todo el mundo para exigir a los políticos medidas urgentes y eficaces contra el cambio climático, convocados en el marco del movimiento “Youth for Climate”.
“Iniciativas como la de Greta son maravillosas y fundamentales, son pequeñas gotas de esperanza que pueden marcar la diferencia, el mundo necesita más Gretas, más Malalas, más Marielles, más mujeres que traigan esa fuerza transformadora”, añadió Veiga.
La fotógrafa, de 35 años, confía en el poder de la educación para empezar a cambiar pequeños hábitos, como puede ser rechazar en el supermercado una bolsa de plástico.
“Es una cuestión de reflexión de los ciudadanos conscientes, se trata de una responsabilidad que está en nuestras manos; si no cambiamos vamos a vivir en un mar de basura”, añade Veiga.
En Brasil, la gran mayoría de los ríos presenta algún tipo de contaminación (74.5 por ciento), solo el 6.5 por ciento cuenta con agua de buena calidad y en ninguno de ellos la tiene en óptimas condiciones, según estudio de la Fundación SOS Mata Atlántica.
Asimismo, solo en el país se reparten 1,5 millones de bolsas de plástico por hora y se encuentra solo por detrás de Estados Unidos, China e India como mayor productor mundial de basura plástica.