Sí hay desaparecidos y son tragedias

26/02/2013 - 12:00 am

En la semana se dio una discusión estadística a partir de declaraciones de Lía Limón sobre el número de desaparecidos en México, ubicándolos en el filo de los 29 mil. Pronto apareció el jefe de ella, Miguel Ángel Osorio Chong, aclarando que eran datos del régimen anterior, porque el actual gobierno no tiene una cifra oficial. Y se acabó la noticia, simplemente no lo saben.

Tal vez, nunca tengan una cifra oficial, pero esos hechos que son terribles para quien los sufre no pueden olvidarse en espera de la oficialidad. En esta Ciudad Juárez, y tratando casos que fueron hechos del conocimiento público por los medios de comunicación, tuvimos la mala suerte de conocer de varias de estas tragedias. Realmente los números estadísticos no les interesan a quienes las lloran.

En una noche de verano de 2008, en un parque de la colonia Virreyes, jugaban 11 jóvenes al fútbol y uno más, Adrián, quien sufría de un evidente retraso mental, era el público que celebraba los goles de ambos bandos. Repentinamente, llegaron varios vehículos de soldados que tenían como jefe supremo en el estado a los generales Espitia y Juárez. Detuvieron a todos los chavos incluyendo al espectador y los trasladaron al campo militar, los formaron a todos, en la fila estaba Adrián, y lo vieron todos: al día siguiente, y después del consabido interrogatorio, fueron liberados los jugadores, pero a Adrián nunca lo volvieron a ver. Su madre, una mujer sola que se sostenía con el impulso de cuidar a su hijo único, y con lo que ganaba como estilista, inició un peregrinar, que pasó por la CNDH, la PGR, la justicia militar y lo único que halló fue una nota médica en los recetarios del doctor de turno, pero de él no se ha sabido nada y la mujer llora recordando sus fatigas con su hijo cada vez que pasa por mi oficina.

En la tarde de un domingo de febrero de 2009, fueron citados a Ciudad Madera cuatro voluntarios en el cuerpo de defensas rurales y un teniente del Ejército los acompaño saliendo con ese rumbo desde el campo militar. Iban juntos los cinco en una pick up; llegaron a cambiar de vehículo por uno cerrado y los encargados del taller los vieron salir juntos y alegres, iban los cinco. A las 11:00 de la noche se comunicó uno de ellos con su esposa y le dijo que les faltaba una hora para llegar a su destino, que todo iba bien y le pidió que ya se durmiera sin preocupación. Nunca llegaron al cuartel final de su viaje. Y el general que los había citado no activó ningún protocolo de emergencia a pesar de su desaparición, hasta dos días después cuando le ordenaron desde la Ciudad de México que lo hiciera. Las esposa e hijos de todos ellos aún esperan su regreso, lo cual seguramente no sucederá.

También en la primavera del 2009, los militares de retén de la carretera Panamericana, cercano a la ciudad, detuvieron a una pareja con cierta cantidad de cocaína. Los aprehensores negociaron con los detenidos que si conseguían 20 mil dólares los dejarían libres. El varón se comunicó con un amigo mecánico, que localizó a un amigo abogado y les llevaron el dinero de la liberación; se comunicaron telefónicamente con los soldados y fijaron un punto de encuentro. El mecánico y el abogado iban en un automóvil blanco y amigos de ellos los seguían de cerca. Al llegar a la glorieta del kilómetro 20 (el equivalente a los Indios Verdes del D.F.), se encontraron con los soldados, los subieron al vehículo militar y un soldado se llevó el carro rumbo al campo militar. Los detenidos con la cocaína fueron puestos a disposición de la PGR esa misma noche, pero el licenciado y el mecánico no aparecieron por ningún lado. Hubo testigos detenidos esos días en el campo militar que narraron haber visto a unos hombres muy golpeados con datos fisonómicos similares a los de los desaparecidos, pero el general a cargo del campo nunca aceptó su detención ni pudo ubicar a los soldados que hicieron la aprehensión en el kilómetro 20. Todavía hoy, y de cuando en cuando, pasa buscando datos la prometida del licenciado y me hablan por teléfono familiares del mecánico.

En septiembre de 2009, Tomás y su esposa regresaban a su domicilio en el fraccionamiento “Las Torres”, vecino inmediato de una paletería, el dueño de esta que también iba para el barrio, les dio un raid, en su camioneta Van. Al llegar a su negocio, junto con otro paletero de carrito que iba a comprar la mercancía, fueron detenidos por un destacamento militar que llegó intempestivamente. Los tres fueron llevados al campo militar y parientes del detenido que los persiguieron los vieron entrar a las instalaciones. Dos días después se encontraron vagando por caminos del desierto rumbo al cruce de Santa Teresa al dueño del negocio y al paletero de a pie, pero a Tomás nunca lo pudieron encontrar ni vivo ni muerto. La esposa de él, la madre y el hijo, que entonces empezaba la primaria, siguen preguntando si habrán localizado algún resto.

En 2009, Cipriana Jurado, una heroica defensora de Derechos Humanos, hoy asilada en Estados Unidos y directora de la asociación civil Centro de Información y Solidaridad Obrera, documentó tres desapariciones más en los mismos términos: dos eran hermanos y un tercero del que fue localizado su cadáver en un arroyo del desierto. Cipriana insistió ante la Procuraduría Militar por justicia para sus defensos, recibió presiones y amenazas y se fue del país con sus dos hijos a un lado a luchar junto con otros asilados por un refugio para los mexicanos en riesgo. Los desaparecidos no se hayan ni vivos ni muertos.

En 2010, una patrulla de policías federales, detuvo a Arnulfo, quien volvía de la escuela primaria junto con su esposa y una hija. Bajaron a la señora y a la niña, y se lo llevaron a él junto con el vehículo. Dos días después, se localizó el automóvil del señor pero a él no. Seguimos buscando en el área y recurrimos al archivo de cadáveres desconocidos, ahí los hayamos, encontraron su cuerpo junto con otro más que había sido detenido por la misma patrulla en una zona bien distante de la primera aprehensión. A pesar de que se ubicó el número de la patrulla, no se ha hecho justicia.

En el mismo 2010, en un pueblo del valle, llegaron a una tienda varios tipos armados y con pasamontañas. Detuvieron a un joven abogado que atendía el negocio, la madre vio cuando lo subían al auto de los aprehensores. Ella jura que reconoció a un policía ministerial en las cercanías del lugar minutos después de los hechos, su hijo nunca se ha vuelto a localizar.

En marzo de 2011, y recién instalado el Teniente Coronel Leyzaola en la dirección de la Policía Municipal, cuatro jóvenes de entre 20 y 30 años, todos casados y con hijos, fueron detenidos frente a un mercado. Nunca llegaron a la estación de policía. Se pudieron identificar a 15 agentes que estaban a cargo de las unidades que participaron en la detención, pero se exigió a los testigos que los identificaran plenamente entre más de 80 gendarmes del grupo Delta que estuvo a cargo del operativo. Los testigos ubicaron a tres porque eran los únicos que no traían pasamontañas, pero tenemos la lista de los otros 12 que estaban de turno. Quince días después se encontraron los cuerpos degollados y enterrados en los arenales del sur de la ciudad. Hace dos años de los hechos y no se han sentenciado a los tres identificados ni se ha detenido a ninguno más de los otros posibles responsables. Todas las familias han huido de la ciudad, pues días después y casualmente fueron asesinados dos parientes de los jóvenes asesinados y el agente del Ministerio Público que dirigía la investigación del caso.

También a principios de 2009, un joven universitario fue sacado de su casa y apareció muerto al día siguiente, tanto parientes que vivían en su casa como vecinos del área juran que eran soldados los que lo sacaron. Nunca se aclaró el caso.

En todos estos casos aparecen como presuntos responsables de la desaparición agentes del gobierno de los tres niveles de mando, con toda la impunidad que es la marca de la casa.

Los familiares de ellos se han conocido entre sí ahí en mi oficina, y a veces platican sus penas que son inenarrables, lo hacen durante la trágica rutina de acudir de cuando en cuando a revisar los datos de los restos humanos encontrados en los alrededores de la ciudad para ver si aparecen los de su hijo, padre o esposo, para darle cristiana sepultura y descanse en paz.

La información estadística es importante y en este sentido hizo bien Lía Limón al publicitarlos, y debemos entender que atrás de esos datos estadísticos hay personas y estas gentes saben y sufren la peor situación de un ser humano, creer que su ser querido puede estar vivo y no poder comprobar que está muerto.

Gustavo De la Rosa
Es director del Despacho Obrero y Derechos Humanos desde 1974 y profesor investigador en educacion, de la UACJ en Ciudad Juárez.
en Sinembargo al Aire

Opinión

Opinión en video

más leídas

más leídas