Adrián López Ortiz
25/11/2018 - 12:00 am
El Peje, López Obrador y AMLO
Andrés Manuel López Obrador es presidente electo de México. Después de dos dolorosas derrotas, consiguió 30 millones de votos en su tercera elección presidencial. Su legitimidad es tan abrumadora que se atreve a aspirar con la Cuarta Transformación histórica de México.
Andrés Manuel López Obrador es presidente electo de México. Después de dos dolorosas derrotas, consiguió 30 millones de votos en su tercera elección presidencial. Su legitimidad es tan abrumadora que se atreve a aspirar con la Cuarta Transformación histórica de México.
Pero a unos días de empezar su mandato, su discurso y acciones han generado una gran incertidumbre entre partidarios y detractores. Eso se explica en que Andrés Manuel es uno de los protagonistas más complicados de leer dentro del elenco político mexicano.
Por eso vale separar entre El Peje como candidato, López Obrador como presidente electo y AMLO como Presidente de México.
“El Peje”, como quiso llamársele despectivamente por su origen provinciano, ha sido el candidato de oposición por antonomasia en la política mexicana. Un político que entendió como nadie que la principal virtud del opositor es precisamente oponerse. Y El Peje se opuso durante años a todo lo que representara el statu quo y el gobierno en turno, sin importar si era panista o priista. Criticó, caricaturizó e hizo escarnio de todos sus adversarios políticos sin tregua ni cuartel.
Siempre en el extremo, pero dentro de las reglas del sistema democrático, llenó el espacio político y discursivo que la soberbia de la élite gobernante abandonó para vivir en la burbuja del poder. El Peje aprendió de cada mitin y de cada recorrido cuales eran los botones de la indignación ciudadana: la pobreza, la desigualdad, la inseguridad y la corrupción.
Y desde esa sensibilidad acuñó frases memorables que instaló en el imaginario popular. La “mafia del poder” es sin duda la que mejor representa su visión y postura ético-política. Si “ellos” son la mafia, “nosotros” somos el pueblo, nos dijo el candidato Peje hasta el cansancio. Y tarde o temprano se lo creímos.
Se ganó el derecho a ser escuchado por la gente y desde esa posición propuso espejismos inviables pero sumamente atractivos: dar marcha atrás al “gasolinazo”, bajar el IVA en la frontera, sacar a los militares del combate a la inseguridad, pacificar el país, becar a miles de jóvenes universitarios, acabar de un plumazo con la corrupción.
Ese exitoso candidato también tropezó y estuvo a punto de romper la cuerda cuando decidió instalarse en Reforma y desquiciar la Ciudad de México. Pero no lo hizo, aprendió, moderó su discurso radical y para ganar, consiguió el apoyo de sendos representantes de aquella mafia del poder que tanto criticó: Bartlett, Gómez Urrutia, Martínez, Elba Esther.
Así, El Peje se rehízo y logró con paciencia y terquedad su misión política: ganar una elección presidencial a los 64 años. Dejó de ser “El Peje” y se convirtió en el Señor López Obrador, el primer presidente electo de México formado en la izquierda.
Y entonces todo cambió. Desde su enorme poder simbólico pero sin asumir funciones reales, López Obrador parece haber abandonado su ideario y olvidado la mayor parte de las promesas de campaña que le hicieron ganar popularidad.
Por eso ahora sus simpatizantes están confundidos y desilusionados ante la militarización disfrazada que incluye su Plan de Paz y Seguridad. Por eso los impulsores de la Cuarta transformación ahora defienden el mantenimiento del IEPS a las gasolinas y la tasa actual del IVA en la frontera como un acto de sensatez económica. Por eso hay que tragar sapos y explicar por qué el consejo asesor de López Obrador lo integran nombres como Televisa, TV Azteca y Grupo Imagen, las tres televisoras que antes pactaron con Peña Nieto y que lo abandonaron antes de terminar su gobierno.
Lo que no entendemos, como bien explica Jorge Zepeda Patterson, es que la “traición” de López Obrador no es tal, sino un esfuerzo enorme de pragmatismo para conciliar todos los intereses en juego sin poner en riesgo su legítima ambición de cambiar el régimen político de México. ¿Lo logrará? No lo sabemos.
Esa respuesta no la encontraremos hurgando en el pasado entre los discursos de El Peje. Tampoco la encontraremos en el presente, en las ruedas de prensa y las extensas entrevistas que López Obrador concede lo mismo a Ciro Gómez Leyva que a Carmen Aristegui o Tercer Grado de Televisa. La respuesta la encontraremos en el incierto futuro que liderará el Presidente en funciones AMLO, el acrónimo con el que lo identificaremos en las portadas de la prensa nacional de ahora en adelante.
Imposible adivinar lo que sucederá a partir del primero de diciembre, pero a juzgar por lo que ya pasa en el congreso y por mis charlas con morenistas cercanos a AMLO, tendremos un gobierno que usará todo el poder conseguido para concretar sus intenciones.
Harán uso de su mayoría legislativa para controlar el sistema político y a la cuasi nula oposición que tienen. Acaso les preocupan algunos medios/periodistas críticos y ciertos empresarios organizados; fuera de eso, se saben con toda la capacidad y los recursos para ejercer sus planes y programas sin obstáculos.
Y ahí radica la gran osadía política de AMLO y los peligros que ésta conlleva: considerarse tan poderoso como para creerse capaz de controlar a la mafia del poder pactando y aliándose con ella.
Ante ese reto mayúsculo, conoceremos ahora sí, la tercera (y acaso última) versión de la evolución política de Andrés Manuel López Obrador: la del Presidente que tanto quiso encarnar. Con todo el poder… y con toda la responsabilidad.
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